XXXIII DOMINGO ORDINARIO
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XXXIII DOMINGO ORDINARIO
En estos domingos finales del año litúrgico, las lecturas
nos invitan a echar una mirada a nuestra vida, a mirar al futuro que a todos
nos aguarda. El próximo domingo
terminaremos el año litúrgico, y es bueno que reflexionemos sobre la vida de
aquí y la vida del más allá.
La 1ª lectura del libro del profeta Daniel nos
muestra al pueblo judío que no goza de paz porque está siendo perseguido y en
estas circunstancias el profeta Daniel les anuncia que Dios va a intervenir
para liberar al pueblo fiel. Hay que
mantener la fe y la esperanza, hay que ser fieles a Dios, a pesar de las
persecuciones y de las pruebas, ya que la fidelidad a Dios será recompensada
con la vida eterna.
Hay personas, hoy en día, que son “perseguidos” por
ser fieles a los valores cristianos, y si acaso no son perseguidos
sangrientamente, sí, muchas veces no son tomadas en cuentas estas personas o
son motivo de risa, de marginación o de rechazo.
La lectura de hoy nos dice que Dios no abandona a
aquellas personas que le son fieles y que la victoria final será para
aquellos que se mantienen fieles a Dios y que siguen su camino.
Hoy, hay personas que por conveniencias políticas o sociales,
por imposiciones de la moda dejan de lado los valores cristianos y su
fidelidad a Dios. Por ello, el
profeta Daniel nos invita a no dejarnos deslumbrar por los antivalores que nos
presenta nuestro mundo, sobre todo, que no nos dejemos llevar por esos
antivalores que ponen en riesgo los valores morales más importantes de nuestra
vida cristiana.
Como cristianos, no podemos dejarnos llevar por las modas o
por intereses y olvidarnos de las exigencias fundamentales de nuestra fe, sino
que tenemos, en diálogo constante con el mundo, dar testimonio de los
valores de Dios.
En esta batalla diaria entre vivir de acuerdo a los valores
de Dios o vivir de acuerdo a los antivalores que nos presenta nuestro mundo,
tenemos que ser muy conscientes que Dios no nos va a abandonar y que
el justo, es decir, el que ha permanecido fiel a Dios despertará para la vida
eterna; los otros, los que no han sido fieles a Dios despertarán para la
agonía perpetua.
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos, nos recuerda
que Jesús vino al mundo para liberar al hombre del pecado, para hacernos
hombres justos.
Cuando en nuestra vida tomamos decisiones equivocadas, que
incluso nos puede apartar de Dios, Él no nos abandona. Todo el mal que, a veces, hay en nuestra
vida, en nuestro interior, no tiene la última palabra. La última palabra es siempre el amor
misericordioso de Dios, un amor que siempre está buscando nuestra salvación.
Que no seamos nosotros quienes hagamos inútil o estéril la
muerte de Jesús, sino que avivemos nuestra fe en el Señor y la esperanza en su
perdón. Porque Jesucristo vino al mundo para cumplir una única misión: salvar
y liberar a los hombres de su pecado.
El Evangelio de san Marcos, nos presenta a Jesús
garantizándonos que, en el futuro, en una fecha sin determinar, el mundo viejo
del egoísmo y del pecado se acabará y en su lugar, Dios va a hacer aparecer
un mundo nuevo, de vida y de fidelidad sin fin. Esta es la gran promesa que Dios nos hace: una
Tierra nueva y un Cielo nuevo.
El futuro que Jesús nos promete se está llevando a cabo ya
en el presente. Cada uno de nosotros,
con lo que hacemos hoy y como vivimos hoy, nos estamos forjando ese futuro.
Dios nos invita a colaborar con Él para que el Reino de la
paz, de la justicia y de la libertad se haga realidad lo más pronto
posible. Dios nos recuerda también hoy
que a pesar de nuestras injusticias y egoísmos, al final el triunfo del bien
y del amor están asegurados.
A nosotros nos toca decidirnos ya desde ahora a
colaborar para que esa Tierra Nueva y esos Cielos Nuevos se hagan realidad lo
antes posible; o podemos también ser un obstáculo para que el Reino de Dios se
haga presente en nuestro mundo.
Claro, que, cuando uno ve las noticias de guerras,
catástrofes, muertes, corrupción e insolidaridad, quizás pensemos que es
difícil que el Reino de Dios llegue a este mundo, pero la realidad es que el
Reino de Dios ya está presente en el mundo, como una semilla, pero ya es
una realidad. A nosotros nos toca
colaborar a que esa semilla crezca y se instaure el Reino de Dios en el mundo.
El Evangelio nos invita a saber leer los signos de los
tiempos, es decir, a ver en todos aquellos gestos de solidaridad, la llegada
del Reino de Dios. También hemos de ver
la llegada del Reino de Dios en los avances por la dignidad del ser humano, de
la democracia, en el cuidado de nuestro planeta, en la tolerancia y el respeto
por ideas y formas de pensar diferentes.
En todo esto está actuando la semilla del Reino de Dios.
A pesar de que, a veces, hay retrocesos, egoísmos personales
y sociales, la humanidad avanza hacia ese futuro, hacia ese hombre nuevo, hacia
esa Tierra Nueva y ese Cielo Nuevo.
Es tiempo de decidirnos: colaborar con Dios o ser un
obstáculo a sus planes.