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martes, 13 de noviembre de 2018

XXXIII DOMINGO ORDINARIO
 
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XXXIII DOMINGO ORDINARIO
 

En estos domingos finales del año litúrgico, las lecturas nos invitan a echar una mirada a nuestra vida, a mirar al futuro que a todos nos aguarda.  El próximo domingo terminaremos el año litúrgico, y es bueno que reflexionemos sobre la vida de aquí y la vida del más allá.

La 1ª lectura del libro del profeta Daniel nos muestra al pueblo judío que no goza de paz porque está siendo perseguido y en estas circunstancias el profeta Daniel les anuncia que Dios va a intervenir para liberar al pueblo fiel.  Hay que mantener la fe y la esperanza, hay que ser fieles a Dios, a pesar de las persecuciones y de las pruebas, ya que la fidelidad a Dios será recompensada con la vida eterna.
 
Hay personas, hoy en día, que son “perseguidos” por ser fieles a los valores cristianos, y si acaso no son perseguidos sangrientamente, sí, muchas veces no son tomadas en cuentas estas personas o son motivo de risa, de marginación o de rechazo.
 
La lectura de hoy nos dice que Dios no abandona a aquellas personas que le son fieles y que la victoria final será para aquellos que se mantienen fieles a Dios y que siguen su camino.
 
Hoy, hay personas que por conveniencias políticas o sociales, por imposiciones de la moda dejan de lado los valores cristianos y su fidelidad a Dios.  Por ello, el profeta Daniel nos invita a no dejarnos deslumbrar por los antivalores que nos presenta nuestro mundo, sobre todo, que no nos dejemos llevar por esos antivalores que ponen en riesgo los valores morales más importantes de nuestra vida cristiana.
 
Como cristianos, no podemos dejarnos llevar por las modas o por intereses y olvidarnos de las exigencias fundamentales de nuestra fe, sino que tenemos, en diálogo constante con el mundo, dar testimonio de los valores de Dios.
 
En esta batalla diaria entre vivir de acuerdo a los valores de Dios o vivir de acuerdo a los antivalores que nos presenta nuestro mundo, tenemos que ser muy conscientes que Dios no nos va a abandonar y que el justo, es decir, el que ha permanecido fiel a Dios despertará para la vida eterna; los otros, los que no han sido fieles a Dios despertarán para la agonía perpetua.
 
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos, nos recuerda que Jesús vino al mundo para liberar al hombre del pecado, para hacernos hombres justos.
 
Cuando en nuestra vida tomamos decisiones equivocadas, que incluso nos puede apartar de Dios, Él no nos abandona.  Todo el mal que, a veces, hay en nuestra vida, en nuestro interior, no tiene la última palabra.  La última palabra es siempre el amor misericordioso de Dios, un amor que siempre está buscando nuestra salvación.
 
Que no seamos nosotros quienes hagamos inútil o estéril la muerte de Jesús, sino que avivemos nuestra fe en el Señor y la esperanza en su perdón. Porque Jesucristo vino al mundo para cumplir una única misión: salvar y liberar a los hombres de su pecado.
 
El Evangelio de san Marcos, nos presenta a Jesús garantizándonos que, en el futuro, en una fecha sin determinar, el mundo viejo del egoísmo y del pecado se acabará y en su lugar, Dios va a hacer aparecer un mundo nuevo, de vida y de fidelidad sin fin.  Esta es la gran promesa que Dios nos hace: una Tierra nueva y un Cielo nuevo.
 
El futuro que Jesús nos promete se está llevando a cabo ya en el presente.  Cada uno de nosotros, con lo que hacemos hoy y como vivimos hoy, nos estamos forjando ese futuro. 
 
Dios nos invita a colaborar con Él para que el Reino de la paz, de la justicia y de la libertad se haga realidad lo más pronto posible.  Dios nos recuerda también hoy que a pesar de nuestras injusticias y egoísmos, al final el triunfo del bien y del amor están asegurados.
 
A nosotros nos toca decidirnos ya desde ahora a colaborar para que esa Tierra Nueva y esos Cielos Nuevos se hagan realidad lo antes posible; o podemos también ser un obstáculo para que el Reino de Dios se haga presente en nuestro mundo.
 
Claro, que, cuando uno ve las noticias de guerras, catástrofes, muertes, corrupción e insolidaridad, quizás pensemos que es difícil que el Reino de Dios llegue a este mundo, pero la realidad es que el Reino de Dios ya está presente en el mundo, como una semilla, pero ya es una realidad.  A nosotros nos toca colaborar a que esa semilla crezca y se instaure el Reino de Dios en el mundo.
 
El Evangelio nos invita a saber leer los signos de los tiempos, es decir, a ver en todos aquellos gestos de solidaridad, la llegada del Reino de Dios.  También hemos de ver la llegada del Reino de Dios en los avances por la dignidad del ser humano, de la democracia, en el cuidado de nuestro planeta, en la tolerancia y el respeto por ideas y formas de pensar diferentes.  En todo esto está actuando la semilla del Reino de Dios.
 
A pesar de que, a veces, hay retrocesos, egoísmos personales y sociales, la humanidad avanza hacia ese futuro, hacia ese hombre nuevo, hacia esa Tierra Nueva y ese Cielo Nuevo.
 
Es tiempo de decidirnos: colaborar con Dios o ser un obstáculo a sus planes.