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martes, 17 de julio de 2018

XVI DOMINGO ORDINARIO

La liturgia de este domingo nos habla del amor y el cuidado que Dios tiene por todos nosotros. Un amor que se traduce en una oferta de vida plena que Dios hace a todos los seres humanos.
En la 1ª lectura del profeta Jeremías, Dios condena a los pastores indignos que utilizan a las personas para sus propios intereses personales.
En nuestra vida, hay momentos en los que nos sentimos huérfanos, perdidos y abandonados. Las catástrofes que afectan al mundo, las guerras que dividen a los pueblos, la miseria, los cambios que sufre diariamente nuestro mundo, la pérdida de valores, las enfermedades, los conflictos laborales, los problemas padres-hijos, etc., nos hacen sentir nuestra pequeñez e impotencia frente a los grandes desafíos que el mundo nos presenta hoy.
Nos sentimos, entonces, “ovejas” sin rumbo y sin sentido, abandonados a nuestra suerte. A veces, en nuestra desesperación, apostamos por “pastores” humanos que, en lugar de conducirnos hacia la vida y hacia la felicidad, nos utilizan para satisfacer sus deseos de protagonismo y para realizar sus proyectos egoístas.
La primera lectura de hoy es pues una denuncia contra los malos pastores, contra los malos líderes del mundo, contra los malos gobernantes, es decir, contra aquellas personas que están encargadas de cuidar a la comunidad y utilizan a los ciudadanos para beneficio propio y han herido, torturado, robado, asesinado, privando de la vida y de la felicidad a esas personas que Dios les confió.
La Palabra de Dios nos asegura que Dios es el “Pastor” que se preocupa de nosotros, que está atento a cada una de sus “ovejas”; Él cuida de nuestras necesidades y está permanentemente dispuesto a intervenir en nuestra historia para conducirnos por caminos seguros y para ofrecernos la vida y la paz. En Él tenemos que confiar.
La 2ª lectura de San Pablo a los Efesios, nos dice que para Dios nos hay distinciones de personas ya que todos somos hijos amados de Dios.
Dios es un Padre que no margina a ninguno de sus hijos; y, si tiene alguna predilección, no es por aquellos a los que el mundo admira y endiosa, sino por aquellos más débiles, por los más pequeños, por los oprimidos, por los que más sufren.
Vivimos en un mundo globalizado que supuestamente nos acerca más a los seres humanos en esta casa común que es el mundo. Sin embargo, el odio nos hace ser intolerantes y levantamos muros entre los seres humanos por diferencias raciales, políticas, religiosas y sociales que nos hacen que no podamos vivir esa fraternidad universal a la que nos llama Dios.
En nuestra vida personal y familiar y en nuestra experiencia de camino comunitario, aparecen frecuentemente muros que nos dividen, que impiden la comunicación, el encuentro, la comunión. Los grandes sufrimientos de nuestra humanidad son debido a que levantamos muros que nos separan, a nosotros y los demás; muros tanto morales como físicos.
Hoy el Señor nos dice que esos muros pueden y deben ser destruidos.
El Evangelio de San Marcos, nos decía que “una multitud andaban como ovejas sin pastor”, es decir andaban desorientados.
¡Cuántas personas hoy en día anda como ovejas sin pastor: desorientados y separados de las demás! Personas heridas por innumerables sufrimientos: enfermedades, muertes, incomprensiones, insatisfacciones, frustraciones... Personas sin futuro, sin esperanza, sin horizonte. No hay cosa peor en la vida que estar desorientado, sin rumbo, sin un sitio al que ir, sin un horizonte en la vida, sin un por qué para seguir viviendo.
Hoy hay mucha gente desesperada; es decir, que han perdido la esperanza en un futuro mejor, aquí en la tierra y en el cielo. Hay otra mucha gente que, ante la falta de perspectiva de futuro, se han instalado en el presente. Lo único que les preocupa es el presente: vivamos lo mejor posible, "comamos y bebamos que mañana moriremos". Hay también mucha gente que se ha quedado anclada en el pasado, lo que les impide vivir el presente y esperar un futuro mejor.
Es fácil comprobar el vacío existencial de muchas personas. En forma de desgana de vivir, ansiedad, depresiones, consumidos por el consumo desenfrenado, como veletas que giran para donde sopla el viento, como ovejas sin pastor. Una multitud que camina, pero sin rumbo, sin una palabra orientadora, sin pastores que le acompañen.
Una oveja sin pastor no puede encontrar el camino, ni tampoco tiene defensa frente a los peligros que le acechan. Una persona alejada de Dios no tiene sentido para la vida, ni solución para la muerte.
Cristo es el único que puede orientar nuestra vida, el único que puede dar sentido a nuestra existencia. Dejémonos guiar por Él.