Vistas de página en total

martes, 19 de febrero de 2019

VII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
Te invito a visitar mi nueva página web donde encontrarás: homilía dominical, homilía diaria, misal diario (con oraciones y lecturas), subsidios litúrgicos para la sede, artículos de liturgia, artículos sobre la catequesis, artículos sobre Realismo Existencial, Artículos sobre el Rostro humano de Internet, Artículos y opiniones, Videos y Fotos.

La dirección web es : http://igfergon.com.mx

VII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
Ser cristiano, ser discípulo de Cristo no es fácil.  Hay una asignatura que a todos se nos hace cuesta arriba.  Nos cuesta amar a todos, nos cuesta perdonar.  Sin embargo la liturgia de este domingo nos pide un amor total, un amor sin límites, incluso para con nuestros enemigos. Nos invita a dejar de lado la violencia y a sustituirla por el amor. 
 

La 1ª lectura del Primer libro de Samuel nos presenta el ejemplo de David.  David tenía la posibilidad de matar a su enemigo Saúl, en cambio, en lugar de matarlo, escoge perdonarlo.
 
La violencia se ha adueñado de nuestras vidas, de la historia de la humanidad.  En los últimos 100 años hemos conocido dos guerras mundiales y muchísimas pequeñas guerras por todas partes.  Como resultado, han muerto y siguen muriendo, muchos millones de seres humanos y el sufrimiento de muchas familias.  Existe también el miedo de una guerra nuclear y vemos diariamente en las noticias la violencia por todas partes y la violencia dentro de la propia familia.
 
La violencia no puede ser la solución para construir un mundo en paz, no puede ser la solución para solucionar los conflictos tanto personales como mundiales. No podemos aplicar la ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente.  Hay que aprender a perdonar, a amar. 
 
La vida humana es sagrada y no tenemos derecho a quitársela a nadie.  Por ello, en ningún caso se justifica ni podemos estar de acuerdo con la pena de muerte. 
 
Tenemos el derecho de exigir justicia cuando nos han causado algún daño y esto está bien, pero si sabemos perdonar al que nos ha causado ese daño, habremos actuado como auténticos cristianos.
 
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios nos sigue hablando, como el domingo pasado, de la resurrección de Cristo y de la nuestra.
 
Somos imagen del hombre terreno, pero estamos llamados a ser imagen del hombre celestial.  Por eso no hemos nacido para quedarnos aquí en la tierra sino para ir un día al cielo.  El hombre ha soñado siempre con ser un superhombre, pero el despertar de este sueño ha sido siempre trágico.  Los nazis quisieron crear un superhombre y para ello mataron a 6 millones de judíos.
 
Sin embargo, Cristo, que es el último Adán, nos garantiza este sueño no de ser superhombres, sino algo mejor: hombres celestiales.  Con la resurrección, Dios nos garantiza que vamos a ser transformados y vamos a vivir una nueva vida no como hombres terrenales sino como hombres celestiales.
 
El Evangelio de san Lucas nos habla de amar a los enemigos, de perdonar, de hacer el bien.
 
En el mundo en el que vivimos, es un signo de debilidad y de cobardía no responder a una agresión o no pagar con la misma moneda a quien nos hace mal; y es un signo de valor y de fuerza pagar el mal con mal, si es posible, con un mal todavía mayor.
 
Estos principios generan, inevitablemente, guerras entre los pueblos, separaciones y divisiones entre los miembros de una misma familia, enemistades y conflictos entre los compañeros de trabajo, relaciones difíciles y poco fraternas entre los miembros de la misma comunidad cristiana o religiosa.
 
Pareciera no haber otro camino para resolver los problemas que el recurso a la violencia. La violencia genera siempre más violencia.  Jesús tiene la convicción profunda de que al mal no se le puede vencer con la fuerza, el odio y la violencia.  Al mal solo se le vence con el bien.  Sólo el amor desarma la agresividad y transforma los corazones de los malos y de los violentos.
 
Nadie puede decir que es fácil perdonar.  Perdonar es difícil.  El perdón nace de un corazón cristiano.  El cristiano perdona porque se sabe perdonado por Dios.  Perdonar no significa que nos quedemos de brazos cruzados ante las injusticias.  Perdonar significa que no debemos odiar a quien nos hace el mal.
 
Amar a los enemigos no quiere decir que esa persona forme parte del círculo de mis amigos, sino que tengo que tener una actitud positiva hacia ellos, tengo que tener respeto por su dignidad humana, tengo que preocuparme por su bien y no excluirlo.
 
Perdonar y amar a nuestros enemigos no significa renunciar a que se nos haga justicia, pero hay que curarse del daño que nos han hecho y no odiar.  Perdonar exige también tiempo.
 
El que perdona se siente mejor.  Es capaz de desear el bien a todos incluso a quienes lo habían herido.  Amar a los enemigos es romper el mal, pero no a base de más violencia sino a fuerza de bien.
 
Hoy Jesús nos llama a renunciar al odio y a la violencia hacia cualquier persona para resolver las injusticias y nuestros conflictos.