VII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
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VII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
Ser cristiano, ser discípulo de Cristo no
es fácil. Hay una asignatura que a todos
se nos hace cuesta arriba. Nos cuesta
amar a todos, nos cuesta perdonar.
Sin embargo la liturgia de este domingo nos pide un amor total, un amor
sin límites, incluso para con nuestros enemigos. Nos invita a dejar de lado la
violencia y a sustituirla por el amor.
La 1ª lectura del Primer libro de Samuel nos presenta el ejemplo de David.
David tenía la posibilidad de matar a su enemigo Saúl, en cambio, en
lugar de matarlo, escoge perdonarlo.
La violencia se ha adueñado de nuestras
vidas, de la historia de la humanidad. En los últimos 100 años hemos conocido dos
guerras mundiales y muchísimas pequeñas guerras por todas partes. Como resultado, han muerto y siguen muriendo,
muchos millones de seres humanos y el sufrimiento de muchas familias. Existe también el miedo de una guerra nuclear
y vemos diariamente en las noticias la violencia por todas partes y la
violencia dentro de la propia familia.
La violencia no puede ser la solución
para construir un mundo en paz, no puede ser la
solución para solucionar los conflictos tanto personales como mundiales. No
podemos aplicar la ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente. Hay que aprender a perdonar, a
amar.
La vida humana es sagrada y no tenemos
derecho a quitársela a nadie. Por ello, en ningún caso se justifica ni
podemos estar de acuerdo con la pena de muerte.
Tenemos el derecho de exigir justicia cuando nos han causado algún daño y esto está bien, pero si sabemos
perdonar al que nos ha causado ese daño, habremos actuado como auténticos
cristianos.
La 2ª lectura de San Pablo a los
Corintios nos sigue hablando, como el domingo
pasado, de la resurrección de Cristo y de la nuestra.
Somos imagen del hombre terreno, pero
estamos llamados a ser imagen del hombre celestial. Por eso no hemos nacido para quedarnos aquí
en la tierra sino para ir un día al cielo.
El hombre ha soñado siempre con ser un superhombre, pero el despertar de
este sueño ha sido siempre trágico. Los
nazis quisieron crear un superhombre y para ello mataron a 6 millones de
judíos.
Sin embargo, Cristo, que es el último Adán,
nos garantiza este sueño no de ser superhombres, sino algo mejor: hombres
celestiales. Con la resurrección,
Dios nos garantiza que vamos a ser transformados y vamos a vivir una nueva vida
no como hombres terrenales sino como hombres celestiales.
El Evangelio de san Lucas nos habla de amar a los enemigos, de perdonar, de hacer el bien.
En el mundo en el que vivimos, es un signo
de debilidad y de cobardía no responder a una agresión o no pagar con la misma
moneda a quien nos hace mal; y es un signo de valor y de fuerza pagar el mal con
mal, si es posible, con un mal todavía mayor.
Estos principios generan, inevitablemente,
guerras entre los pueblos, separaciones y divisiones entre los miembros de una
misma familia, enemistades y conflictos entre los compañeros de trabajo,
relaciones difíciles y poco fraternas entre los miembros de la misma comunidad
cristiana o religiosa.
Pareciera
no haber otro camino para resolver los problemas que el recurso a la violencia.
La violencia genera siempre más violencia. Jesús tiene la convicción profunda de que al
mal no se le puede vencer con la fuerza, el odio y la violencia. Al mal solo se le vence con el bien. Sólo el amor desarma
la agresividad y transforma los corazones de los malos y de los violentos.
Nadie
puede decir que es fácil perdonar. Perdonar
es difícil. El perdón nace de un
corazón cristiano. El cristiano perdona
porque se sabe perdonado por Dios.
Perdonar no significa que nos quedemos de brazos cruzados ante las
injusticias. Perdonar significa que no
debemos odiar a quien nos hace el mal.
Amar a
los enemigos no quiere decir que esa persona forme parte del círculo de mis
amigos, sino que tengo que tener una actitud positiva hacia ellos, tengo que tener
respeto por su dignidad humana, tengo que preocuparme por su bien y no excluirlo.
Perdonar
y amar a nuestros enemigos no significa renunciar a que se nos haga justicia,
pero hay que curarse del daño que nos han hecho y no odiar. Perdonar exige también tiempo.
El
que perdona se siente mejor. Es
capaz de desear el bien a todos incluso a quienes lo habían herido. Amar a los enemigos es romper el mal, pero
no a base de más violencia sino a fuerza de bien.
Hoy
Jesús nos llama a renunciar al odio y a la violencia hacia cualquier persona
para resolver las injusticias y nuestros conflictos.