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martes, 20 de agosto de 2019

XXI DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
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XXI DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
Las lecturas de este domingo nos hablan del tema, siempre difícil, de la salvación.
 
La 1ª lectura del profeta Isaías, nos habla de cómo el pueblo de Israel no se encontraba en una situación ideal.  Dentro del pueblo existe una situación de fracaso, de desánimo y desesperanza.
 
El profeta trata de levantar el ánimo del pueblo.  Este pueblo una vez que ha superado sus sufrimientos, se ha olvidado de que Dios los ha salvado, como salvó y dio la libertad a sus padres.  Siempre ocurre la misma historia.  Cuando estamos en problemas invocamos a Dios, recurrimos a Dios, pero cuando nos llega la calma y el bienestar, muchas veces también nos llega el olvido de Dios y el vivir alejado de su doctrina y de los ideales cristianos. 
 
Dios nunca nos ha abandonado pero nosotros sí y esto es fruto de que no estamos unidos verdaderamente a Dios.  A pesar de todo esto Dios nos reúne, como lo hace en esto momentos para celebrar la Eucaristía, Él nos convoca para: compartir y proclamar en alto nuestra fe, escuchar y acoger la Palabra de Dios con generosidad, revisar nuestro compromiso cristiano y reafirmar nuestro propósito de fidelidad a Dios. Dios nunca nos abandona, que no lo hagamos nosotros cuando todo nos va bien.
 
La 2ª lectura de  la carta a los Hebreos nos alienta a que cuando recibamos una corrección debemos asumirla con paciencia, porque a pesar de que nos molestemos por la corrección, el final siempre es positivo.
 
A veces nos comportamos incorrectamente ante las correcciones de Dios. Cuando nos cae una desgracia o sufrimos un accidente o una enfermedad, enseguida pensamos “¿por qué a mi?”. Y creemos que Dios nos está castigando. En realidad lo que denominamos “castigos” de Dios es más bien llamadas suyas para seguirlo en medio de las circunstancias que Él tenga dispuestas para cada uno de nosotros.  Lo que llamamos “castigos” de Dios, son correcciones de un Padre que nos ama. Son advertencias que Él nos hace para que tomemos el camino correcto, para que nos volvamos hacia Él, para que busquemos nuestra salvación y no la condenación.
 
El Evangelio de san Lucas nos hablaba hoy que para entrar al Cielo no hay entradas garantizadas ni entradas reservadas, hay que optar por entrar por la puerta estrecha.
 
Para entrar a una determinada escuela o a la universidad se exigen una serie de requisitos, no todos pueden entrar en la escuela que quieren porque no reúnen esos requisitos.
 
Y para entrar en el Reino de los Cielos ¿cuáles serán los requisitos y cómo debemos llenar nuestra solicitud? ¿Cómo debemos prepararnos y de qué nos examinarán? ¿Cuántos son los admitidos? Es la misma pregunta que alguien le hace a Jesús. 
 
Hay quien pensaría que para alcanzar la salvación bastaría con estar bautizado, tener muy bien guardada su certificado, aparecer dos o tres veces por la Iglesia con ocasión de alguna fiesta o ceremonias sociales, llevar alguna medallita y hacer alguna novena al santo de su devoción, pero para alcanzar la salvación, es decir para ser discípulo de Jesús, se requiere compartir su misión, sus ideales, su estilo de vida y su método de amar. La fe no se puede vivir superficialmente, se necesita un verdadero cambio interior. Para ser admitido en el Reino no se aceptan ni sobornos, ni valen parentescos o influencias. Es la rectitud de vida la que abre las puertas de la salvación.
 
No basta para salvarse el hecho de pertenecer a una determinada raza o pueblo, no se necesita un salvoconducto, ni siquiera es seguridad de salvación haber comido y bebido con el Señor. Se requiere entrar por la puerta estrecha, pero a nosotros nos gustan los caminos amplios de la comodidad, del llamar bien al mal, del conformismo y de la ambigüedad. Y para Jesús todo está muy claro: Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.  A la sociedad la podremos engañar aparentando hacer cosas buenas que ocultan nuestras ambiciones y defectos, pero a Jesús no lo podemos engañar.
 
Quien ha conocido a Dios forzosamente tendrá que cambiar su vida y optar por otros caminos. Jesús optó por la justicia y por la verdad, y cuando se habla con la verdad y se exige la justicia se cierran muchas puertas y se vuelven peligrosos muchos caminos. Por eso muchas veces nosotros optamos por las verdades a medias, por la justicia aparente, y por la conveniencia social.
 
Creer es una actitud seria y radical y no sólo se reduce a ciertos actos de devoción.  Al  Reino de Dios sólo serán admitidos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han esforzado por su fe con sinceridad de corazón.