XXI DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
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XXI DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
Las lecturas de este domingo nos hablan del tema,
siempre difícil, de la salvación.
La 1ª lectura del profeta Isaías, nos habla de cómo el
pueblo de Israel no se encontraba en una situación ideal. Dentro del pueblo existe una situación de
fracaso, de desánimo y desesperanza.
El profeta trata de levantar el ánimo del pueblo. Este pueblo una vez que ha superado sus sufrimientos,
se ha olvidado de que Dios los ha salvado, como salvó y dio la libertad a sus
padres. Siempre ocurre la misma
historia. Cuando estamos en problemas
invocamos a Dios, recurrimos a Dios, pero cuando nos llega la calma y el
bienestar, muchas veces también nos llega el olvido de Dios y el vivir alejado
de su doctrina y de los ideales cristianos.
Dios nunca nos ha abandonado pero nosotros sí y esto es fruto de que no estamos
unidos verdaderamente a Dios. A pesar de
todo esto Dios nos reúne, como lo hace en esto momentos para celebrar la
Eucaristía, Él nos convoca para: compartir y proclamar en alto nuestra fe,
escuchar y acoger la Palabra de Dios con generosidad, revisar nuestro
compromiso cristiano y reafirmar nuestro propósito de fidelidad a Dios.
Dios nunca nos abandona, que no lo hagamos nosotros cuando todo nos va bien.
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos alienta
a que cuando recibamos una corrección
debemos asumirla con paciencia, porque a pesar de que nos molestemos por la
corrección, el final siempre es positivo.
A veces nos comportamos incorrectamente ante las
correcciones de Dios. Cuando nos cae una desgracia o sufrimos un accidente o
una enfermedad, enseguida pensamos “¿por qué a mi?”. Y creemos que Dios
nos está castigando. En realidad lo que denominamos “castigos” de Dios
es más bien llamadas suyas para seguirlo en medio de las circunstancias que Él
tenga dispuestas para cada uno de nosotros.
Lo que llamamos “castigos” de Dios, son correcciones de un Padre que nos ama. Son advertencias que
Él nos hace para que tomemos el camino correcto, para que nos volvamos
hacia Él, para que busquemos nuestra salvación y no la condenación.
El Evangelio de san Lucas nos hablaba hoy que para entrar al Cielo no hay
entradas garantizadas ni entradas reservadas, hay que optar por entrar por la puerta estrecha.
Para entrar a una determinada escuela o a la
universidad se exigen una serie de requisitos, no todos pueden entrar en la
escuela que quieren porque no reúnen esos requisitos.
Y para entrar en el Reino de los Cielos ¿cuáles serán
los requisitos y cómo debemos llenar nuestra solicitud? ¿Cómo debemos
prepararnos y de qué nos examinarán? ¿Cuántos son los admitidos? Es la misma
pregunta que alguien le hace a Jesús.
Hay quien pensaría que para alcanzar la salvación
bastaría con estar bautizado, tener muy bien guardada su certificado, aparecer
dos o tres veces por la Iglesia con ocasión de alguna fiesta o ceremonias
sociales, llevar alguna medallita y hacer alguna novena al santo de su
devoción, pero para alcanzar la salvación, es decir para ser discípulo de
Jesús, se requiere compartir su misión,
sus ideales, su estilo de vida y su método de amar. La fe no se puede vivir
superficialmente, se necesita un verdadero cambio interior. Para ser admitido
en el Reino no se aceptan ni sobornos, ni valen parentescos o influencias. Es
la rectitud de vida la que abre las puertas de la salvación.
No basta para salvarse el hecho de pertenecer a una
determinada raza o pueblo, no se necesita un salvoconducto, ni siquiera es
seguridad de salvación haber comido y bebido con el Señor. Se requiere entrar por la puerta estrecha, pero a nosotros nos
gustan los caminos amplios de la comodidad, del llamar bien al mal, del conformismo y de la ambigüedad. Y para
Jesús todo está muy claro: “Alejaos
de mí todos los que obráis la iniquidad”. A la sociedad la podremos engañar aparentando
hacer cosas buenas que ocultan nuestras ambiciones y defectos, pero a Jesús no
lo podemos engañar.
Quien ha conocido a Dios forzosamente tendrá que cambiar
su vida y optar por otros caminos. Jesús optó por la justicia y por la verdad, y cuando se habla con la verdad y se
exige la justicia se cierran muchas
puertas y se vuelven peligrosos muchos caminos. Por eso muchas veces
nosotros optamos por las verdades a medias, por la justicia aparente, y por la
conveniencia social.
Creer es una actitud seria y radical y no sólo se reduce a ciertos actos de
devoción. Al Reino de Dios sólo
serán admitidos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han
esforzado por su fe con sinceridad de corazón.