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martes, 27 de noviembre de 2018

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
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I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
En este día, primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico, un nuevo año cristiano, antes de empezar el año civil.  Adviento significa “llegada”. 
 
El Adviento es un tiempo de preparación para recordar la primera venida, es decir, el nacimiento de Jesús en Belén; pero también sirve para prepararnos a la segunda y definitiva venida al final de los tiempos de Jesús, nuestro Señor.  Dios vino a nuestra historia en Belén, viene a nosotros en cada momento de nuestra vida, y vendrá al final de los tiempos.
 
La 1ª lectura de profeta Jeremías, nos recuerda que Dios cumple sus promesas.  “Dios no se olvida de su pueblo; el Señor cumplirá su promesa y suscitará un Salvador que impondrá justicia y derecho sobre la tierra”.
 
El ambiente en el que vivimos potencia, tantas veces, el miedo, el desengaño, la negatividad, la inseguridad, el pesimismo, que por ello, la primera lectura nos invita a la esperanza. 
 
No es el hombre el que puede fabricar el futuro, sino que el futuro, nos es dado por Dios.  Dios es el Dios del futuro, el que estará siempre al lado nuestro, compartiendo nuestras experiencias, buenas y malas.  Aunque uno pueda pensar a veces que no hay futuro, que todo se ve muy negro, Dios es el único que es capaz de abrirnos caminos y encontrarnos una salida ante cualquier situación desesperada.  Dios pues nos asegura hoy que vendrán tiempos mejores, en los que podremos vivir en paz y en prosperidad.
 
La 2ª lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, nos decía: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo”
 
El amor es una dimensión fundamental para encontrarnos con Jesús. La persona que es egoísta se pone él como el centro de todo y se relaciona con las personas como si fuesen objetos, no como personas que tienen sus propias iniciativas, sino como instrumentos para conseguir lo que uno se propone.  La persona egoísta nunca podrá tener un encuentro personal con otros seres humanos porque no reconoce a los demás como personas, como iguales. Si no se puede encontrar con los demás, tampoco con Jesús.
 
Sin embargo, la persona que ama está viendo al otro como una persona distinta de uno mismo y distinta de los demás objetos, la está reconociendo como un igual con el que se puede relacionar de tú a tú. Sólo se puede encontrar uno personalmente con una persona a la que se ama, sin amor no hay encuentro personal.
 
La santidad a la que nos invita san Pablo es a vivir en el amor.  No se trata de hacer cosas extraordinarias ni raras sino de vivir la vida animada por el amor para que nos podamos encontrar con los demás y con el mismo Dios.
 
El Evangelio de san Lucas, nos presenta unos signos catastróficos para anunciar la venida de Dios.
 
Nos decía el evangelio: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.” Cristo viene a liberarnos de los males que nos afligen, viene a salvarnos, a sacarnos de las situaciones a las que nos ha llevado nuestro propio pecado y de las que no podemos salir por nosotros mismos. Eso es motivo de esperanza.
 
El Señor también nos invita a la vigilancia, una actitud muy propia para este tiempo de Adviento.  Ante la venida de Jesús, el evangelio nos dice: Tened cuidado: no se os embote la mente  Esto quiere decir que los problemas de la vida, los vicios no nos desvíen del camino.  Debemos hace un buen uso de las cosas y tener confianza en el Señor para que las preocupaciones no nos esclavicen.
 
Esta actitud es una llamada también de atención no para vivir intranquilos, con ansiedad, sino que es una invitación a estar conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos, de lo que somos; a vivir responsablemente; a estar dispuestos a recibir a Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida, pues Él está esperando cualquier momento para entrar en nuestra vida y ocupar el centro.
 
Debemos huir de la tristeza, ya que Cristo es nuestra esperanza. Por eso nuestros miedos, nuestros males, la inseguridad de cara al futuro, el miedo a la muerte, el malestar que nos produce la conducta de alguien querido, la soledad que nos encoge el corazón, el sufrimiento por el mal que nos rodea y nuestro sufrimiento; todo esto, Jesús lo acoge con afecto y ternura y lo vive con nosotros. Vivamos el presente con confianza y esperemos con fe el futuro. Así viviremos conscientemente y prepararemos nuestro corazón para recibir al Señor.
 
Cristo viene a nuestro encuentro, pero sólo nos encontraremos con Él en la medida en que nosotros salgamos a buscarlo.