I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
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I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
En este día, primer domingo de Adviento,
comenzamos un nuevo año litúrgico, un nuevo año cristiano, antes de empezar el
año civil. Adviento significa
“llegada”.
El Adviento es un tiempo de preparación para
recordar la primera venida, es decir, el nacimiento de Jesús en Belén; pero
también sirve para prepararnos a la segunda y definitiva venida al final de
los tiempos de Jesús, nuestro Señor.
Dios vino a nuestra historia en Belén, viene a nosotros en cada momento
de nuestra vida, y vendrá al final de los tiempos.
La 1ª lectura de profeta Jeremías, nos recuerda que Dios
cumple sus promesas. “Dios no se
olvida de su pueblo; el Señor cumplirá su promesa y suscitará un Salvador que
impondrá justicia y derecho sobre la tierra”.
El ambiente en el que vivimos potencia, tantas
veces, el miedo, el desengaño, la negatividad, la inseguridad, el pesimismo,
que por ello, la primera lectura nos invita a la esperanza.
No es el hombre el que puede fabricar el
futuro, sino que el futuro, nos es dado por Dios. Dios es el Dios del futuro, el que
estará siempre al lado nuestro, compartiendo nuestras experiencias, buenas y
malas. Aunque uno pueda pensar a veces
que no hay futuro, que todo se ve muy negro, Dios es el único que es capaz de
abrirnos caminos y encontrarnos una salida ante cualquier situación
desesperada. Dios pues nos asegura hoy
que vendrán tiempos mejores, en los que podremos vivir en paz y en
prosperidad.
La 2ª lectura de la
primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, nos decía: “Que el Señor os
colme y os haga rebosar de amor mutuo”
El amor es una dimensión fundamental para
encontrarnos con Jesús. La persona que es egoísta se pone él como el centro
de todo y se relaciona con las personas como si fuesen objetos, no como
personas que tienen sus propias iniciativas, sino como instrumentos para
conseguir lo que uno se propone. La
persona egoísta nunca podrá tener un encuentro personal con otros seres humanos
porque no reconoce a los demás como personas, como iguales. Si no se puede
encontrar con los demás, tampoco con Jesús.
Sin embargo, la persona que ama está
viendo al otro como una persona distinta de uno mismo y distinta de los demás
objetos, la está reconociendo como un igual con el que se puede relacionar de
tú a tú. Sólo se puede encontrar uno personalmente con una persona a la que
se ama, sin amor no hay encuentro personal.
La santidad a la que nos invita san Pablo es a
vivir en el amor. No se trata de
hacer cosas extraordinarias ni raras sino de vivir la vida animada por el amor
para que nos podamos encontrar con los demás y con el mismo Dios.
El Evangelio de san Lucas, nos presenta unos
signos catastróficos para anunciar la venida de Dios.
Nos decía el evangelio: “Cuando empiece a
suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.”
Cristo viene a liberarnos de los males que nos afligen, viene a salvarnos, a
sacarnos de las situaciones a las que nos ha llevado nuestro propio pecado y de
las que no podemos salir por nosotros mismos. Eso es motivo de esperanza.
El Señor también nos invita a la vigilancia,
una actitud muy propia para este tiempo de Adviento. Ante la venida de Jesús, el evangelio nos
dice: “Tened cuidado: no se os embote la
mente” Esto quiere decir que los problemas de la
vida, los vicios no nos desvíen del camino.
Debemos hace un buen uso de las cosas y tener confianza en el Señor para
que las preocupaciones no nos esclavicen.
Esta actitud es una llamada también de atención
no para vivir intranquilos, con ansiedad, sino que es una invitación a estar
conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos, de lo que somos; a vivir
responsablemente; a estar dispuestos a recibir a Dios en cualquier
circunstancia de nuestra vida, pues Él está esperando cualquier momento para
entrar en nuestra vida y ocupar el centro.
Debemos huir de la tristeza, ya que Cristo es
nuestra esperanza. Por eso nuestros miedos, nuestros males, la inseguridad de
cara al futuro, el miedo a la muerte, el malestar que nos produce la conducta
de alguien querido, la soledad que nos encoge el corazón, el sufrimiento por el
mal que nos rodea y nuestro sufrimiento; todo esto, Jesús lo acoge con
afecto y ternura y lo vive con nosotros. Vivamos el presente con confianza
y esperemos con fe el futuro. Así viviremos conscientemente y prepararemos
nuestro corazón para recibir al Señor.
Cristo viene a nuestro encuentro, pero sólo nos
encontraremos con Él en la medida en que nosotros salgamos a buscarlo.