NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA (CICLO B)
Juan el Bautista tiene un lugar especial dentro
de la liturgia de la Iglesia. Juan el
Bautista es el único santo de quien celebramos su nacimiento. Normalmente de los demás santos recordamos el
día de su muerte o nacimiento para el cielo.
San Juan Bautista es el precursor del Señor y es el
mayor de los nacidos de mujer. Juan
es el hombre del desierto, el buscador de los planes de Dios, el que grita la
conversión y la urgencia de un cambio de vida porque se acerca el Salvador de
los hombres.
Juan Bautista se presenta como el elegido por Dios
para mostrar a los hombres a Cristo, que es el que quita el pecado del
mundo. Juan el Bautista pone a Dios en
el centro de su vida, y para no crear confusión o crear falsas
esperanzas en sus seguidores, afirma con firmeza desde el primer momento de su
predicación que él no es el importante, sino un simple instrumento en
las manos de Dios. Por eso Juan el
Bautista dirá que él no se considera digno ni de desatar la correa de sus
sandalias.
El Evangelio de hoy nos decía que la gente se
preguntaba: “¿Qué va a ser de este niño?”
El mismo Juan el Bautista da respuesta a esta pregunta: “Yo no
soy quien pensáis vosotros” En más de una ocasión hemos oído esta misma
respuesta, en algunas personas, pero dicha en sentido contrario, cargada de
prepotencia como diciendo: ¿no sabéis quién soy yo? ¿No sabéis con quien estáis hablando?
San Juan pronuncia esta frase aclarando que él no
es importante. Él sólo es un
precursor. Uno que prepara el camino
para otro. Uno que llega antes que el
otro.
Cada quien tiene una misión en la vida y nadie es más
importante que otro. Los papás lo son no
para ellos mismos, sino para vuestros hijos; los maestros, no son maestros para
ellos sino para los alumnos; los sacerdotes, no lo somos para nosotros mismos,
sino para los feligreses; los políticos, los alcaldes, los diputados, no son
elegidos para ellos, sino para el bien del pueblo. Cuando queremos pasar en nuestra vida de
precursores a protagonistas nuestra misión suele convertirse en fracaso, porque
hemos equivocado nuestra misión.
La figura de Juan Bautista es, según como se mire,
contradictoria. Por una parte, es grande
y extraordinaria, pero al mismo tiempo, se presenta humilde y totalmente
subordinado a Jesús.
Al igual que Juan el Bautista, cada uno de nosotros, ha
sido llamado por Dios, y hemos de tomar conciencia de la grandeza de
nuestra vocación. Cada uno de nosotros
también ha sido amado, llamado y elegido desde el seno materno para vivir como
hijo de Dios y para proclamar las maravillas de Dios a favor de la humanidad
hasta los últimos confines de la tierra.
Como seguidores de Jesús, tenemos que tomar conciencia
de que hemos sido llamados por Dios y así no cesaremos nunca de dar gracias a
Dios por el don de ser sus hijos, ni caeremos en el orgullo de pensar que el
fruto de nuestro apostolado, o el fruto de lo que hacemos depende de nuestras
obras, sino que depende de Dios.
Al sabernos llamados por Dios, no dejaremos que el desánimo se apodere
de nosotros cuando lo que estemos haciendo no dé el fruto que esperábamos o el
resultado previsto. Lo importante es
vivir en Dios, permanecer en su amor y dejar que el Espíritu Santo
transforme nuestro corazón y nuestra mente según los criterios del Señor.
El hombre de hoy vive falto de sentido en su vida,
vive adormecido por la cultura del consumo y del bienestar material. Hay tantos seres humanos insatisfechos porque
necesitan a Dios y no lo encuentran donde lo buscan. Hay tanto que aún no han tomado conciencia de
que son hijos de Dios. Por ello, los que
tenemos la suerte y la dicha de conocer al Señor, tenemos el compromiso de
ofrecer a todo hombre el amor de Dios y la luz que hemos recibido de Dios para
que sea conocido en todas partes.
Pero esta misión no podremos hacerla si no somos
testigos auténticos, como lo fue Juan el Bautista. Lo que decimos con la palabra, lo tenemos que
hacer vida. No podemos pedir a los demás
que se amen, si nosotros no nos amamos; no podemos invitar a otros a que
sirvan, si nosotros no servimos al prójimo y a nuestra Iglesia; no podemos
pedir a otros que escuchen al Señor, si nosotros no escuchamos la voz del
Señor, o estamos siempre tan ocupados en tantas cosas que no encontramos tiempo
para meditar la Palabra de Dios.
Pidamos que la celebración de la
memoria de san Juan Bautista nos ayude a seguir, algo más, su ejemplo y
aprendamos a ser humildes y cumplidores fieles de nuestra misión en el mundo.