VI DOMINGO DE PASCUA (CICLO C)
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VI DOMINGO DE PASCUA (CICLO C)
La liturgia
de este domingo de Pascua nos presenta la promesa de Jesús de acompañar
permanentemente a su comunidad. No
estamos solos en la vida, Jesús resucitado va siempre con nosotros.
La 1ª
lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta un problema muy serio que vivieron las
primeras comunidades cristianas y que provocó fuertes enfrentamientos dentro de
ellas.
Algunos de
los primeros cristianos no se habían desprendido de todas las leyes judías y
defendían que había que cumplir ciertas leyes judías. Con esto, cerraban la puerta a muchos que
querían hacerse cristianos pero no eran judíos.
Los
apóstoles, reunidos en asamblea y bajo la luz del Espíritu Santo decidieron que
para ser cristiano era suficiente seguir la doctrina y el Evangelio de
Cristo. No era necesario hacerse
judío para ser cristiano.
Nos decía
la lectura: “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros” Nuestro mundo de hoy está marcado por el
individualismo, fruto de ideologías y de nuestra misma cultura que nos hace
que nos aislemos de los demás. Por
nuestra forma de pensar y nuestra manera de vivir confundimos, a veces, la
verdad, con nuestra verdad, y creemos que siendo la nuestra la única
verdad, los que no piensan como nosotros, los que no están de acuerdo con
nosotros, están equivocados. Por
eso surgen las confrontaciones y las divisiones. Para evitar esta dificultad y llegar a un
consenso, nada mejor que encontrarse en diálogo sincero, nada mejor que
dejarnos guiar por el Espíritu Santo a la hora de tomar una decisión
importante en nuestra vida.
La Iglesia de hoy, al igual que las Comunidades
cristianas primeras, están constituidas por hombres y no por ángeles y, por
consiguiente, no podemos desprendernos de nuestra condición humana en nuestros
aciertos y en nuestros errores. Pero la Iglesia, a pesar de estar integrada por
hombres, es la Iglesia de Cristo Jesús, y está iluminada y orientada por el
Espíritu de Dios.
Los errores e incertidumbres se resuelven, por
consiguiente, bajo la iluminación del Espíritu Santo y la presencia del mismo
Jesús "hasta el final de los tiempos".
La 2ª lectura del libro del Apocalipsis nos presenta la imagen
de la Iglesia celestial.
Todos estamos llamados a formar parte de esa
Iglesia celestial. Para ello debemos, ya
desde ahora, ir asemejándonos cada vez más a Cristo. Por eso, sabiéndonos pecadores, no debemos
dejarnos llenar más de tinieblas en nuestra vida, tinieblas que nacen de la
maldad del corazón, sino que hemos de estar en una continua conversión,
para manifestar al mundo nuestra fe en el Señor.
Seamos, conforme al mandato del Señor, luz que
ilumine a todas las naciones, pues la Iglesia es el regalo que Dios ha dado
al mundo, para que por medio de la Iglesia y unidos al Señor encontremos la
salvación y el camino que nos conduce a Dios.
El Evangelio de san Juan nos decía: “El que me ama guardará mi palabra, y mi
Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
Dios, la Trinidad, con toda su grandeza, poder
y eternidad vive en el interior de cada uno de nosotros. ¡Cuánta ternura y amor de Dios por cada uno
de nosotros! ¿Habéis pensado esto en
serio, alguna vez en vuestra vida? Dios
vive dentro de mí. Si escuchamos su palabra y la
guardamos, Dios habitará en nosotros.
Vivir en la presencia de Dios, significa no
estar ya nunca solos porque tenemos unos brazos donde descansar, sentirnos
hermanos y amigos de Jesús, sentir la paz y la alegría perfectas que sólo Él
puede darnos, dejarnos guiar por el Espíritu Santo en la seguridad y con la
confianza de que a donde Él nos lleve es a donde mejo podemos ir.
Ésta es la vida santa a la que todos deberíamos
aspirar, porque no hay mayor felicidad para el hombre que vivir con Dios,
por Dios y para los hermanos. Sólo Dios
puede llenar nuestro corazón tan necesitado de cariño y comprensión, sólo Dios
puede dar respuestas a todas nuestras preguntas.
Por eso deberíamos en todos los momentos de
nuestra vida, pedir lo único que necesitamos, lo único que realmente nos puede
dar la felicidad perfecta: que el Espíritu de Dios habite en nosotros. Ésa debería ser nuestra única petición,
porque todo lo demás, los problemas, las enfermedades, la misma muerte, son
superados con la ayuda del Espíritu de Dios.
Dios es alguien que está Vivo, que vive dentro
de nosotros, que nos ha hecho sus hijos y que nos llama a vivir junto a Él y con Él.
Que podamos sentir en nuestro corazón la presencia
de Dios y que nos demos cuenta, de verdad, que Dios vive en nuestro
interior.