PENTECOSTES
(CICLO B)
Hoy celebramos el día
de Pentecostés, el día de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles
y sobre la Iglesia. Con la venida del
Espíritu Santo comienza la misión de la Iglesia; los apóstoles pasan del
miedo a la valentía para dar testimonio de Jesús.
La 1ª lectura de los
Hechos de los Apóstoles, nos decía cómo el Espíritu Santo cuando vino
sobre los Apóstoles, se manifestó con el don de la “glosolalia”, es
decir que les dio a los Apóstoles la posibilidad de hablar en distintos
idiomas y de hacerse entender por todos.
El Espíritu Santo es enviado por Dios Padre para que todos los hombres,
aunque seamos de diferentes razas y culturas, podamos entendernos y vivir en
fraternidad.
Pentecostés es el polo
opuesto al episodio en el Antiguo Testamento de la Torre de Babel: los
hombres quisieron construir una torre tan alta que llegara al cielo para
hacerle la competencia a Dios; pero Dios confundió sus lenguas de modo que no
podían entenderse.
En nuestro mundo
actual, vemos que hay una gran diversidad en todo: idiomas,
costumbres, colores, paisajes, gobiernos, religiones. Pareciera que el mundo ante tanta diversidad
le cuesta trabajo encontrar caminos de entendimiento y de fraternidad.
El día de Pentecostés
fue enviado el Espíritu Santo, en nombre de Dios Padre, para hacer posible el
entendimiento entre las personas, a hacer realidad la fraternidad. El lenguaje del amor lo entiende todo el
mundo. El orgullo, la soberbia, crea
división entre las personas; el Espíritu Santo crea comunión, cercanía, diálogo,
fraternidad. Cuando hay división se
dificulta la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Hay que dejar de vivir encerrado en uno
mismo para dejar que actúe el lenguaje del Espíritu Santo que es el
lenguaje del amor.
La 2ª lectura de la
primera carta de San Pablo a los Corintios, nos dice que en cada
uno de nosotros se manifiesta el Espíritu Santo para el bien común. Esa es la finalidad primera del Espíritu
Santo, el bien común; por eso aunque existan diversidad de dones, de servicios,
de funciones, pero hay un mismo Espíritu.
Los dones que recibimos
no pueden ser utilizados en beneficio propio, sino que deben ser puestos al
servicio de todos. Los dones que
recibimos tampoco pueden ser para generar conflictos y divisiones, sino
que deben servir para el bien común, el bien de la sociedad, el bien de la
comunidad cristiana.
En una sociedad, en una
comunidad cristiana, todos somos necesarios. Cuando hay división y no hay fraternidad
entre nosotros, es señal de que no estamos dejando actuar al Espíritu Santo y
estamos actuando por nuestra cuenta sin tener presente a Dios.
El evangelio de san
Juan,
nos decía que “al anochecer, encerrados y con miedo estaban los discípulos
cuando se presentó Jesús en medio de ellos”.
A veces, nosotros,
estamos en una situación igual. Nos
sentimos “al anochecer” de nuestra ilusiones y esperanzas, llenos de
tristeza, añorando el pasado, sumergidos en el pesimismo, en el desaliento,
lamentándonos todo el día. Y vivimos “con
las puertas cerradas”, es decir, aislados, sin nada que decir, ni esperar y
“con miedo” de hacer algo positivo por nuestra vida, miedo de proclamar
la Palabra de Dios, miedo de actuar como cristianos.
“Se presentó Jesús en
medio de ellos”. Cuando dejamos
actuar al Espíritu Santo en nuestras vidas las puertas se abren, el miedo se
acaba.
Como
aquéllos discípulos, ¿qué haremos hoy? ¿Encerrarnos en nuestras casas?, ¿en
nosotros mismos?, ¿callar?, ¿aguantar la tristeza?, ¿seguir con nuestro miedo?
Muchas
cosas pedimos a Dios, que nos cure en la enfermedad, que nos de salud, que nos
ayude a encontrar trabajo, que no nos falte el dinero, que no le pase nada
malo a nuestra familia, etc. etc., tantas y tantas cosas, y sin embargo nos
bastaría con pedirle una cosa: su Espíritu. El Espíritu Santo y sus
dones de amor, paz, alegría, servicialidad.
Sólo
el Espíritu nos puede permitir vivir y tener las mismas actitudes que
Jesús. Y de eso se trata para los cristianos, tener los mismos
sentimientos y actitudes que el Hijo. Para poder formar parte de la
familia de Dios. Ese debe ser nuestro único deseo. Por eso
hoy, con el Hijo y en el Espíritu nos atrevemos a llamar a Dios, Abba,
Padre, y a pedirle con todo nuestro corazón: envíanos tu Espíritu, llena los
corazones de tus fieles con el fuego de tu amor.
En este día de
Pentecostés, y siempre, pidamos al Señor que venga su Espíritu Santo, para que
fortalezca nuestra fe, para que nos haga testigos valientes de su amor en el
mundo.