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martes, 15 de mayo de 2018


PENTECOSTES (CICLO B)

Hoy celebramos el día de Pentecostés, el día de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre la Iglesia.  Con la venida del Espíritu Santo comienza la misión de la Iglesia; los apóstoles pasan del miedo a la valentía para dar testimonio de Jesús. 

La 1ª lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos decía cómo el Espíritu Santo cuando vino sobre los Apóstoles, se manifestó con el don de la “glosolalia”, es decir que les dio a los Apóstoles la posibilidad de hablar en distintos idiomas y de hacerse entender por todos.  El Espíritu Santo es enviado por Dios Padre para que todos los hombres, aunque seamos de diferentes razas y culturas, podamos entendernos y vivir en fraternidad. 

Pentecostés es el polo opuesto al episodio en el Antiguo Testamento de la Torre de Babel: los hombres quisieron construir una torre tan alta que llegara al cielo para hacerle la competencia a Dios; pero Dios confundió sus lenguas de modo que no podían entenderse.   

En nuestro mundo actual, vemos que hay una gran diversidad en todo: idiomas, costumbres, colores, paisajes, gobiernos, religiones.  Pareciera que el mundo ante tanta diversidad le cuesta trabajo encontrar caminos de entendimiento y de fraternidad. 

El día de Pentecostés fue enviado el Espíritu Santo, en nombre de Dios Padre, para hacer posible el entendimiento entre las personas, a hacer realidad la fraternidad.  El lenguaje del amor lo entiende todo el mundo.  El orgullo, la soberbia, crea división entre las personas; el Espíritu Santo crea comunión, cercanía, diálogo, fraternidad.  Cuando hay división se dificulta la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.  Hay que dejar de vivir encerrado en uno mismo para dejar que actúe el lenguaje del Espíritu Santo que es el lenguaje del amor. 

La 2ª lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios, nos dice que en cada uno de nosotros se manifiesta el Espíritu Santo para el bien común.  Esa es la finalidad primera del Espíritu Santo, el bien común; por eso aunque existan diversidad de dones, de servicios, de funciones, pero hay un mismo Espíritu. 

Los dones que recibimos no pueden ser utilizados en beneficio propio, sino que deben ser puestos al servicio de todos.  Los dones que recibimos tampoco pueden ser para generar conflictos y divisiones, sino que deben servir para el bien común, el bien de la sociedad, el bien de la comunidad cristiana. 

En una sociedad, en una comunidad cristiana, todos somos necesarios.  Cuando hay división y no hay fraternidad entre nosotros, es señal de que no estamos dejando actuar al Espíritu Santo y estamos actuando por nuestra cuenta sin tener presente a Dios.

El evangelio de san Juan, nos decía que “al anochecer, encerrados y con miedo estaban los discípulos cuando se presentó Jesús en medio de ellos”. 

A veces, nosotros, estamos en una situación igual.  Nos sentimos “al anochecer” de nuestra ilusiones y esperanzas, llenos de tristeza, añorando el pasado, sumergidos en el pesimismo, en el desaliento, lamentándonos todo el día.  Y vivimos “con las puertas cerradas”, es decir, aislados, sin nada que decir, ni esperar y “con miedo” de hacer algo positivo por nuestra vida, miedo de proclamar la Palabra de Dios, miedo de actuar como cristianos. 

“Se presentó Jesús en medio de ellos”.  Cuando dejamos actuar al Espíritu Santo en nuestras vidas las puertas se abren, el miedo se acaba.   

Como aquéllos discípulos, ¿qué haremos hoy? ¿Encerrarnos en nuestras casas?, ¿en nosotros mismos?, ¿callar?, ¿aguantar la tristeza?, ¿seguir con nuestro miedo?  

Muchas cosas pedimos a Dios, que nos cure en la enfermedad, que nos de salud, que nos ayude a encontrar trabajo, que no nos falte el dinero, que no le pase nada malo a nuestra familia, etc. etc.,  tantas y tantas cosas, y sin embargo nos bastaría con pedirle una cosa: su Espíritu.  El Espíritu Santo y sus dones de amor, paz, alegría, servicialidad.   

Sólo el Espíritu nos puede permitir vivir y tener las mismas actitudes que Jesús.   Y de eso se trata para los cristianos, tener los mismos sentimientos y actitudes que el Hijo.  Para poder formar parte de la familia de Dios.  Ese debe ser nuestro único deseo.   Por eso hoy, con el Hijo y en el Espíritu nos atrevemos a llamar a Dios, Abba, Padre, y a pedirle con todo nuestro corazón: envíanos tu Espíritu, llena los corazones de tus fieles con el fuego de tu amor.
 

En este día de Pentecostés, y siempre, pidamos al Señor que venga su Espíritu Santo, para que fortalezca nuestra fe, para que nos haga testigos valientes de su amor en el mundo.

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