XXIV DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
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XXIV DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
La liturgia de este domingo nos hablan de cómo Dios ama infinita e incondicionalmente al hombre y por eso siempre esta dispuesto a ofrecernos su perdón.
La 1ª lectura del libro del Éxodo nos presenta a Moisés intercediendo ante Dios por su pueblo. Dios había sacado al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y poco después, este pueblo se había desviado del camino adorando a una imagen de metal. Dios deseaba castigar a ese pueblo, pero Moisés pide al Señor que no lo destruya, y Dios perdonó al pueblo.
Cuántas personas hay que son capaces de “vender su alma al diablo” para ser importantes, para tener éxito, para llegar a los primero puestos. Cuántas personas hay que son capaces de sacrificar los valores más sagrados para ser populares, conocidos, famosos, para que la gente les tenga envidia, o para tener influencias.
Esta clase de personas son capaces de abandonar al Dios verdadero y hacerse adoradores de ídolos para llegar a ser importantes. Hoy los hombres siguen fabricando ídolos: dinero, placer, comodidad, etc. Nos entusiasmamos con Dios y le juramos lealtad y, al rato, lo dejamos para seguir otros caminos.
Dios es siempre fiel, si nos hemos equivocado y hemos ido tras los ídolos de este mundo, podemos pedirle perdón y volver de nuevo a Él. Dios sabe perdonar, aunque nos exige fidelidad a Él.
En la 2ª lectura de san Pablo a Timoteo San Pablo reconoce haber sido blasfemo y perseguidor de la Iglesia de Cristo. Y habla de cómo el Señor -a pesar de todo eso- le había tenido confianza para ponerlo a su servicio.
San Pablo le asegura a Timoteo que Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores. Recordemos eso nosotros: el propósito de la venida de Cristo al mundo fue para buscar y salvar a los pecadores. Como hizo con Pablo, quien se confiesa el más grande pecador.
El Evangelio de san Lucas nos presenta tres parábolas de la misericordia de Dios: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo.
Lo primero que podemos decir de estas tres parábolas es que el protagonista no es la oveja perdida o la moneda o el hijo prodigo, sino Dios.
Jesús nos dice que Dios se alegra cuando nos encuentra, o más bien cuando nos dejamos encontrar; Dios se alegra cuando nos arrepentimos; Dios se alegra cuando regresamos a su casa; Dios se alegra cuando nos ve sentados a su mesa, cuando participamos de la misa que Él mismo nos ha preparado.
Algunos podrían pensar: sin hay más alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos… si hay más fiesta por el hijo que malgastó todos los bienes y regresa a casa que por el hijo que estuvo con su padre, entonces pequemos para luego arrepentirnos y así Dios se alegre y haga fiesta.
Pensar así seria mal interpretar lo que nos quiere decir Jesús y tomar un camino equivocado.
Jesús con estas parábolas esta criticando la actitud de ciertas personas que piensan que están bien, que no tienen que arrepentirse de nada. El que no siente nunca necesidad de volver a la cada del Padre, el que no siente la necesidad del arrepentimiento, el que cree que nada de lo que hace o deja de hacer es malo, es un síntoma de soberbia, de que está enfermo espiritualmente.
Todos tenemos que aceptar que somos pecadores, todos tenemos que reconocer la necesidad de arrepentirnos, todos tenemos necesidad de saber que la misericordia de Dios es más grande que nuestras miserias y pecados.
Frente a esas personas que señalan, critican y condenan los pecados de los demás, porque ellos creen que no tienen pecado, Jesús nos dice que Dios nos ama misericordiosamente y que nos invita al arrepentimiento de nuestros pecados.
Frente a la pérdida de la conciencia de pecado, Jesús nos invita a la conversión y a hacer fiesta con Dios porque Él siempre busca a los alejados y pecadores para ofrecerles su amor y su misericordia.