XXVI DOMINGO
DEL TIEMPO ORDINARIO
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XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Seguir a Jesús no es un privilegio de
nadie. Nadie tiene el monopolio de
Dios, pero nadie puede hacer con Dios y su Iglesia lo que él quiera. Todo lo tenemos que hacer de acuerdo a los
valores del Evangelio.
La 1ª lectura del libro de los Números nos cuenta cómo Moisés
tiene colaboradores, los 70 ancianos, para llevar a cabo su misión; pero Dios
elige a dos, Eldad y Medad, que no estaban en la reunión y Moisés no se siente
celoso por eso.
Los celos representan un grave problema tanto en la
convivencia familiar, como en las relaciones de trabajo, en las relaciones
humanas.
Los celos nos vuelven egocéntricos y si
una persona celosa es un peligro cuando se deja llevar por los celos, mucho más
peligroso es un grupo social movido por los celos, con el agravante de que en
esos grupos, todos se autoconvencen de tener y estar en la verdad absoluta.
Los celos de ciertos grupos, de ciertas
personas, hacen que se generen persecuciones, que condenemos a lo demás, que
nos dé tristeza todo aquello que los demás hacen bien; los celos nos hacen
que no seamos generosos, que no reconozcamos las capacidades del otro. Por desgracia hay celos en lo deportivo, en
lo político, en lo religioso.
Por celos caemos en fanatismos, en
intransigencias e intolerancia e impedimos que otras personas, que pueden ser
muy valiosas, nos ayuden al bien de la comunidad. Por celos no dejamos que los demás nos
ayuden, no compartimos el peso de la responsabilidad porque creemos que
sólo nosotros somos capaces de hacer las cosas bien y evitamos aceptar la ayuda
de otros.
¡Cuánto bien podríamos hacer por el bien común,
por el bien de nuestra propia vida personal si no actuáramos por celos sino por
el bien de la comunidad, compartiendo responsabilidades y no actuando
por celos! ¡Cuántas cosas tendrá Dios
que dejar de hacer porque por celos impedimos que se lleve a cabo la obra de
Dios en el mundo!
La 2ª lectura del apóstol Santiago nos invita a no poner
nuestra esperanza y nuestra confianza en el dinero porque éste se acaba.
El apóstol Santiago, como Jesús, no desprecia
los bienes materiales. Son “bendición
de Dios”. Dios ha creado las
riquezas para cubrir las necesidades de los hombres. Lo que se denuncia en la lectura de hoy es el
abuso de la riqueza y el poder e injusticia que lleva consigo.
Hacer dinero es el único objetivo en la vida
para muchas personas y cuando lo tienen creen que ya son felices porque lo
tienen todo. El dinero, una buena cuenta
en el banco, un buen coche, una buena casa, nos dan satisfacciones
inmediatas, y quizás hace que los demás nos vean como gente importante,
pero todo esto no sacia nuestra sed de felicidad, de vida eterna.
No podemos, pues, acumular riqueza a costa de
la miseria y de la explotación a los seres humanos. No es cristiano quien no paga el sueldo justo;
no es cristiano quien se aprovecha de la ignorancia y de la miseria para
realizar negocios “ilícitos” que lo enriquezca.
El dinero mal adquirido nos aleja de Dios. El dinero bien adquirido con nuestro trabajo
y entrega, Dios lo hace crecer y lo multiplica, por ello atesoremos para Dios y
evitemos la ambición de las riquezas.
El Evangelio de San Marcos nos muestra una actitud
intolerante de los discípulos a que alguien fuera del grupo pueda hacer el
bien.
Vivimos cada vez más en un mundo plural donde
debemos propiciar un valor fundamental como es la tolerancia. La tolerancia es algo positivo porque en vez
de restar energías, sumamos esfuerzos.
Hay que aprender a ser tolerantes y para ello
es necesario, sobre todo, aceptar lo bueno y razonable que otros puedan
tener. Hemos de aceptar a esas
personas, a esos grupos que son capaces, como Jesús dice hoy, de hacer el
bien. Hemos de colaborar con todas
aquellas personas y grupos que trabajen por “expulsar demonios”, es
decir, colaborar con todos aquellos que trabajan por liberar al hombre de la
opresión, del hambre, de la injusticia, de la violencia. Todos los que trabajan por humanizar este
mundo, no están contra nosotros los cristianos, están con nosotros.
Los políticos que trabajan por una sociedad más
justa, los periodistas que defiende la verdad y la libertad, los líderes
sindicales que buscan mejoras para sus agremiados, los maestros que son
verdaderos educadores, aunque no sean de los nuestros, pero si se esfuerzan por
un mundo mejor, están a favor nuestro.
No despreciemos a nadie y sobre todo seamos
tolerantes con todos aquellos, que junto con nosotros los cristianos, se
esfuerzan por un mundo mejor.