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martes, 25 de septiembre de 2018


XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
 
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XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Seguir a Jesús no es un privilegio de nadie.  Nadie tiene el monopolio de Dios, pero nadie puede hacer con Dios y su Iglesia lo que él quiera.  Todo lo tenemos que hacer de acuerdo a los valores del Evangelio.

La 1ª lectura del libro de los Números nos cuenta cómo Moisés tiene colaboradores, los 70 ancianos, para llevar a cabo su misión; pero Dios elige a dos, Eldad y Medad, que no estaban en la reunión y Moisés no se siente celoso por eso.

Los celos representan un grave problema tanto en la convivencia familiar, como en las relaciones de trabajo, en las relaciones humanas.

Los celos nos vuelven egocéntricos y si una persona celosa es un peligro cuando se deja llevar por los celos, mucho más peligroso es un grupo social movido por los celos, con el agravante de que en esos grupos, todos se autoconvencen de tener y estar en la verdad absoluta.

Los celos de ciertos grupos, de ciertas personas, hacen que se generen persecuciones, que condenemos a lo demás, que nos dé tristeza todo aquello que los demás hacen bien; los celos nos hacen que no seamos generosos, que no reconozcamos las capacidades del otro.  Por desgracia hay celos en lo deportivo, en lo político, en lo religioso.
 
Por celos caemos en fanatismos, en intransigencias e intolerancia e impedimos que otras personas, que pueden ser muy valiosas, nos ayuden al bien de la comunidad.  Por celos no dejamos que los demás nos ayuden, no compartimos el peso de la responsabilidad porque creemos que sólo nosotros somos capaces de hacer las cosas bien y evitamos aceptar la ayuda de otros.
 
¡Cuánto bien podríamos hacer por el bien común, por el bien de nuestra propia vida personal si no actuáramos por celos sino por el bien de la comunidad, compartiendo responsabilidades y no actuando por celos!  ¡Cuántas cosas tendrá Dios que dejar de hacer porque por celos impedimos que se lleve a cabo la obra de Dios en el mundo!

La 2ª lectura del apóstol Santiago nos invita a no poner nuestra esperanza y nuestra confianza en el dinero porque éste se acaba.
El apóstol Santiago, como Jesús, no desprecia los bienes materiales.  Son “bendición de Dios”.  Dios ha creado las riquezas para cubrir las necesidades de los hombres.  Lo que se denuncia en la lectura de hoy es el abuso de la riqueza y el poder e injusticia que lleva consigo.

Hacer dinero es el único objetivo en la vida para muchas personas y cuando lo tienen creen que ya son felices porque lo tienen todo.  El dinero, una buena cuenta en el banco, un buen coche, una buena casa, nos dan satisfacciones inmediatas, y quizás hace que los demás nos vean como gente importante, pero todo esto no sacia nuestra sed de felicidad, de vida eterna.

No podemos, pues, acumular riqueza a costa de la miseria y de la explotación a los seres humanos.  No es cristiano quien no paga el sueldo justo; no es cristiano quien se aprovecha de la ignorancia y de la miseria para realizar negocios “ilícitos” que lo enriquezca.
 
El dinero mal adquirido nos aleja de Dios.  El dinero bien adquirido con nuestro trabajo y entrega, Dios lo hace crecer y lo multiplica, por ello atesoremos para Dios y evitemos la ambición de las riquezas.
 
El Evangelio de San Marcos nos muestra una actitud intolerante de los discípulos a que alguien fuera del grupo pueda hacer el bien.
 
Vivimos cada vez más en un mundo plural donde debemos propiciar un valor fundamental como es la tolerancia.  La tolerancia es algo positivo porque en vez de restar energías, sumamos esfuerzos.
 
Hay que aprender a ser tolerantes y para ello es necesario, sobre todo, aceptar lo bueno y razonable que otros puedan tener.  Hemos de aceptar a esas personas, a esos grupos que son capaces, como Jesús dice hoy, de hacer el bien.  Hemos de colaborar con todas aquellas personas y grupos que trabajen por “expulsar demonios”, es decir, colaborar con todos aquellos que trabajan por liberar al hombre de la opresión, del hambre, de la injusticia, de la violencia.  Todos los que trabajan por humanizar este mundo, no están contra nosotros los cristianos, están con nosotros.
 
Los políticos que trabajan por una sociedad más justa, los periodistas que defiende la verdad y la libertad, los líderes sindicales que buscan mejoras para sus agremiados, los maestros que son verdaderos educadores, aunque no sean de los nuestros, pero si se esfuerzan por un mundo mejor, están a favor nuestro.
 
No despreciemos a nadie y sobre todo seamos tolerantes con todos aquellos, que junto con nosotros los cristianos, se esfuerzan por un mundo mejor.