I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO A)

Comenzamos un nuevo año litúrgico con el Adviento, este tiempo es un tiempo de esperanza que nos ofrece la Iglesia para prepararnos a celebrar con gozo la Navidad, el nacimiento de nuestro Salvador.
En un mundo como el nuestro, tan marcado por las tensiones, la injusticia o el sufrimiento, y con tanta gente hundida en su oscuridad, Dios sigue renovando sus promesas de justicia y llamándonos a alzar nuestras cabezas, porque se acerca nuestra liberación.
Adviento quiere ser tiempo de gozo y esperanza, pero también tiempo propicio para cambiar de mentalidad, vivir la conversión y dar frutos de justicia.
La 1ª lectura del profeta Isaías nos dice que hay esperanza para el pueblo, hay esperanza para todos los pueblos de la tierra: llegará la paz de la mano de la justicia, por ello Dios nos pide que trabajemos por la paz para que se instaure la justicia.
Con la venida del Salvador, los instrumentos de guerra serán transformados en instrumento de trabajo y de paz. Tenemos que trabajar por convertir la industria -improductiva y agresiva- de la guerra en una industria que construya una sociedad productiva para todos, una sociedad donde el alimento sea un bien para todos.
El profeta Isaías nos invita, pues, a la esperanza y a la fe. Es la fe y la esperanza de que un día el bien, la justicia y la paz triunfaran sobre el mal. Y será el Señor quien hará realidad esta profecía. Por lo tanto, si estamos cansados por noticias tristes: de luchas y enfrentamientos, de guerras y atentados, de secuestros y sufrimientos, es porque “no caminamos bajo la luz del Señor”.
El Adviento nos invita: “a subir a la casa del Señor”, a “preparar los caminos de Dios”, que son caminos de paz y de esperanza.
La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos decía: “ya es hora de despertaros del sueño”… “dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz”
Muchas veces, a pesar de que queremos ser buenos, es posible que el cansancio, la monotonía, la pasividad, la indiferencia nos gane; es posible que dejemos correr las cosas, es posible que ante los problemas metamos la cabeza en un hoyo como hace el avestruz. Huir de los problemas lo único que hace es que los problemas se hagan más grandes y se compliquen más. No podemos dejar correr las cosas y que nos olvidemos de los compromisos que un día asumimos con Jesús y su Reino.
Por eso nos dice san Pablo hoy: ¡despertad! Renovad vuestro entusiasmo por los valores del Evangelio; es necesario estar preparados, estar siempre dispuestos, para acoger al Señor que viene.
En el Evangelio de san Mateo, Jesús nos decía: “estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. Hay que velar y estar preparado porque vivimos muchas incoherencias en nuestra vida.
Se descuida la educación ética y moral en la enseñanza, y luego nos extrañamos por la corrupción de la vida pública. Se incita a la ganancia del dinero fácil, se promueven los juegos de azar, y luego nos lamentamos de que se produzcan fraudes y negocios fraudulentos.
Se educa a los hijos en que no se comprometan con nada y en la búsqueda egoísta de su propio interés y provecho, y más tarde sorprende que se desentiendan de sus padres ancianos. Dejamos que los hijos vean cualquier cosa en televisión, esa televisión que nos describe violentamente muertes y asesinatos, violaciones y agresiones sexuales y luego nos quejamos de que se produzcan violencias domésticas y callejeras, conductas antisociales, y muertes inexplicables.
Cada uno se dedica a lo suyo, ignorando a quien no le sirva para su propio interés o placer inmediato, y luego nos extrañamos de sentirnos terriblemente solos. En nuestras propias familias, nos mostramos hirientes, ofensivos, distantes, desunidos, y luego nos sorprende que no sea posible la reconciliación, el perdón y la paz entre nosotros.
Se exalta el amor libre y se ve como algo normal las relaciones extramatrimoniales, y al mismo tiempo nos molestamos ante el sufrimiento inevitable de los fracasos y rupturas de los matrimonios. Nos alarmamos ante esa plaga moderna de la depresión y el “estrés”, pero seguimos fomentando un estilo de vida superficial, vacío y competitivo. Estos y otros muchos son unos signos de que estamos equivocados, dormidos, vacíos.
Este es precisamente el grito del evangelio, al comenzar un nuevo año litúrgico en este Adviento de: “Despertad. Venced el sueño. Estad en vela”. Nunca es tarde para escuchar la llamada de Jesús a “vivir vigilantes”, despertando de tanta superficialidad y asumiendo la vida de manera más responsable.
Hay que atreverse a ser diferentes. No actuar como todo el mundo. Lo que se necesita es que cada vez haya más personas lúcidas que se atrevan a introducir sensatez en medio de tanta locura, sentido moral en medio de tanto vacío ético, calor humano y solidaridad en el seno de tanto teoría sin corazón, austeridad en medio de tanta abundancia; justicia ante tanta desproporción de niveles.
¿De qué tengo que despertar? ¿En qué tengo que estar alerta?
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