JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Terminamos hoy el año
litúrgico con la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Las lecturas nos hablan del Reino de
Dios. El Reino de Dios es presentado
como una realidad que Jesús sembró,
que los discípulos estamos llamados a construir en la historia y que se
realizará definitivamente en el mundo que ha de venir.
La
1ª lectura del profeta Ezequiel utiliza la figura del Buen Pastor para
hablarnos de Dios y de su relación con su pueblo.
En el Antiguo
Testamento al rey se le representaba muchas veces bajo la figura del pastor que debía hacer justicia de acuerdo a las
necesidades de cada uno de las personas de su pueblo. Sin embargo, esto no había sido así. Por eso, el profeta Ezequiel señala al rey como el culpable de todos los males del
pueblo. Es por ello que Dios mismo
se tiene que declarar como el único Rey del pueblo de Israel.
Dios
no puede dar por bueno lo que no es bueno. Dios no puede mirar a otro lado cuando unos
pocos abusan de los débiles, indefensos y abandonados. Dios es el que asegura que habrá justicia y que la última palabra
la pronunciará Él. Por eso habrá un
juicio de Dios, y ese deseo de justicia que todos tenemos se hará realidad en
el juicio final.
Mientras llega ese
juicio final trabajemos todos por
una sociedad más justa que es lo que todos anhelamos y es la meta que todos
deseamos para vivir en un mundo más feliz.
Esto es lo que esperamos y deseamos de todas las autoridades: que hagan justicia igual para todos y que
construyan un mundo más justo. Y
esto sólo será posible si todos: autoridades
y pueblo vivimos la caridad cristiana, sólo así podremos crear un mundo justo.
La
2ª lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios nos dice
que la meta final del hombre es el Reino de Dios.
Contrariamente a lo que
suelen prometer las autoridades y gobernantes de este mundo, Cristo promete a
sus discípulos, a quienes quieran pertenecer a su Reino: sufrimientos, persecuciones, duros trabajos, etc. Parece que este no es un programa demasiado
atractivo comparado con lo que ofrecen los gobernantes: triunfo, éxitos, puestos importantes, seguridad, comodidades, etc. Pero hay algo especial que ofrece el mensaje
de Jesús y que no pueden ofrecernos los demás.
Es lo que nos decía hoy san Pablo: “Cristo
venció a la muerte”… “en Cristo todos volverán a la vida”
Con la destrucción de
la muerte, Cristo ha destruido también todo poder y dominación del maligno en
este mundo y así un día, cuando llegue la total purificación y destrucción de
todo mal en el mundo, podremos reinar también nosotros con Cristo en el cielo
para siempre. Ese es nuestro destino,
esa es nuestra meta: el Cielo.
El
Evangelio de San Mateo nos habla hoy del encuentro de toda la
humanidad con Jesús en su segunda venida, en el día del juicio final.
En el Reino de Jesús todos cabemos, todos estamos llamados a
pertenecer a su Reino. La única
condición que nos pone Jesús es “amar a
Dios con toda el alma y al prójimo como a nosotros mismos”. Cuando Jesús venga al final de los tiempos,
en su segunda venida Él nos va a juzgar
en el amor ante los necesitados o en la indiferencia por los necesitados.
Seremos examinados en el amor.
Ese día, Dios nos
preguntará: ¿Cuántos hemos amado en esta
vida?, ¿Cuántas ofensas hemos perdonado? ¿Cuántas veces nos hemos puestos en
los zapatos de nuestros hermanos, en sus preocupaciones, en su hambre humana y
espiritual, en su enfermedad? porque como nos decía hoy el Señor “todo lo que hagamos por los necesitados,
lo estamos haciendo por Él”
Vivimos en un mundo
global, en el que todos los días somos testigos a través de los medios de
comunicación de las grandes miserias que viven muchos seres humanos: imágenes de niños enfermos y hambrientos, el
problema de los inmigrantes que van buscando mejores condiciones de vida, falta
de trabajo, etc. Si somos
auténticamente solidarios, si somos auténticos cristianos ese panorama mundial
tiene que hacernos daño, tiene que
ser una llamada de atención a nuestras conciencias, no podemos vivir
indiferentes ante tantos males que amenazan nuestro mundo.
Por ello, el Señor hoy
también nos decía que son malditos
todos aquellos que son los causantes de la pobreza de este mundo; son malditos los que ahora ríen y se lo
pasan bien a costa de las lágrimas de otras personas.
Jesús fue “el hombre para los demás”. Por eso, el Reino predicado por Jesús no es
como los reinos de este mundo en el que vemos a tantos gobernantes que llenan
sus bocas diciendo que están para servir a todos pero que a la hora de la
verdad no cumplen sus promesas.
Tenemos que empezar,
como cristianos, a ir construyendo el Reino de Dios en este mundo para vivirlo
en plenitud en el Cielo y el Reino de Dios se construye con entrega y generosidad; en una palabra con el amor en las cosas grandes y en las cosas sencilla de nuestra
vida, siendo solidarios de la misma pobreza de Cristo manifestada en la pobreza
de nuestros hermanos los hombres.
Confesando y afirmando con nuestra fe que Jesús el centro de la historia,
de la humanidad y del mundo entero. Confesando que Jesucristo es nuestro Rey.
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