III DOMINGO DE PASCUA (CICLO B)
Continuamos
con el camino de la Pascua, celebrando la resurrección del Señor, celebrando la
vida nueva que tenemos gracias al Bautismo.
Como cristianos tenemos que mostrar al mundo que Jesús está vivo
y continúa ofreciendo a todos los hombres esa vida nueva y la salvación.
La 1ª
lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta el testimonio de los apóstoles
sobres Jesús. Pedro muestra a sus
oyentes cómo Jesús está vivo y ofreces a todos los hombres la salvación. Pero para obtener esa salvación hay que acoger
las propuestas de vida que Jesús nos ofrece.
Para
nosotros los cristianos, Jesús no es una figura del pasado que quedó muerto,
sino que es alguien que está vivo y presente en el mundo, ofreciéndonos siempre
una vida verdadera y plena.
Jesús está
vivo, pero para que descubramos a Jesús vivo en nuestra vida es necesario que demos
testimonio de Él. Jesús está vivo y
lo manifestamos vivo cada vez que amamos al prójimo, cada vez que somos capaces
de compartir, de ser solidarios, de perdonar, de ayudar a los más necesitados.
Jesús está
vivo y lo manifestamos vivo, cuando nosotros los cristianos somos capaces de
trabajar por la paz, por la justicia, por la libertad, por el nacimiento de un
mundo más humano y mejor. Jesús está
vivo y lo manifestamos vivo cuando somos capaces de ofrecer esperanza a todos
los seres humanos, cuando hacemos que encuentren luz todos aquellos que viven
en la oscuridad; cuando todos podemos tener voz y decidir libremente a la hora
de construir nuestro futuro.
Pero para
que se haga realidad ese mundo nuevo que Dios desea, hemos de hacer realidad el
llamado al arrepentimiento y a la conversión que nos hacía hoy san
Pedro. Tenemos que dejar atrás la
ignorancia, porque la ignorancia nos hace hacer cosas que no siempre son
las que Dios desea que hagamos. Por ignorancia comentemos muchísimos pecados,
por ello es necesario que, en cada momento de nuestra vida, nos convirtamos a
Jesús y a sus valores y estemos siempre disponibles para llevar a cabo la obra
de la salvación.
La 2ª
lectura, de la primera carta de San Juan, nos dice que no es posible conocer a
Jesús y no creer en Él; no es posible creer en Él y no vivir según sus
enseñanzas. Sólo el que vive como Él, el
que cumple sus mandamientos puede decir que conoce al Señor. San Juan llama mentiroso al que dice que
conoce a Cristo pero no le afecta para nada en su vida.
Es una
mentira decir que amamos a Dios y, luego en nuestra vida despreciar los valores
que Dios nos propone y vivir la vida al margen de Dios y sus mandamientos.
Un creyente
que dice amar a Dios pero en su vida lo único que hace es crear injusticias,
conflictos, opresión, sufrimiento, vive en la mentira; un creyente que dice “conocer
a Dios” y fomenta la violencia, el odio, la intransigencia, la
intolerancia, está muy lejos de Dios; un creyente que dice tener “fe” y
rechaza el amor, el compartir, el servicio, el venir a misa, está muy lejos de
Dios y además es un mentiroso.
El
Evangelio, según san Lucas, nos asegura que Jesús esta vivo.
¿Cómo podemos encontrar a Jesús resucitado?
El
Evangelio nos dice, en primer lugar, que lo podemos encontrar en las
Escrituras. Cuando la comunidad se
reúne para escuchar la Palabra de Dios, Cristo está presente y nos explica el
sentido de las Escrituras.
En segundo
lugar, podemos encontrarnos con Jesús resucitado en la fracción del Pan, es
decir, en la Eucaristía.
La
comunidad que celebra la Eucaristía debe aprender a compartir. Hay que compartir los ideales, la fe y los
bienes. Cuando nos apropiamos de algo,
el Espíritu de Dios no está en nosotros.
La
comunidad que celebra la Eucaristía debe aprender a convivir. Hay que ser amigos y hermanos. Si comulgamos el mismo pan no podemos hacer
que nadie se sienta despreciado, marginado o enemigo.
La
comunidad que celebra la Eucaristía debe aprender a servir. Después de comulgar no podemos ser
insolidarios y preocuparnos solamente de nosotros mismos, porque si hacemos
esto la comunión más que provecho para nuestra vida será un escándalo.
La
comunidad que celebra la Eucaristía debe aprender a comprometerse para
que a todos los seres humanos se les reconozca su dignidad de Hijo de
Dios.
Celebrando
así la Eucaristía, y sin mentiras, con una coherencia entre vida y fe, podremos
ser testigos en el mundo de que Cristo está vivo y ha resucitado y no es un
fantasma.
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