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martes, 10 de abril de 2018


III DOMINGO DE PASCUA (CICLO B)

 
Continuamos con el camino de la Pascua, celebrando la resurrección del Señor, celebrando la vida nueva que tenemos gracias al Bautismo.  Como cristianos tenemos que mostrar al mundo que Jesús está vivo y continúa ofreciendo a todos los hombres esa vida nueva y la salvación.
 

La 1ª lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta el testimonio de los apóstoles sobres Jesús.  Pedro muestra a sus oyentes cómo Jesús está vivo y ofreces a todos los hombres la salvación.  Pero para obtener esa salvación hay que acoger las propuestas de vida que Jesús nos ofrece.
 

Para nosotros los cristianos, Jesús no es una figura del pasado que quedó muerto, sino que es alguien que está vivo y presente en el mundo, ofreciéndonos siempre una vida verdadera y plena.
 

Jesús está vivo, pero para que descubramos a Jesús vivo en nuestra vida es necesario que demos testimonio de Él.  Jesús está vivo y lo manifestamos vivo cada vez que amamos al prójimo, cada vez que somos capaces de compartir, de ser solidarios, de perdonar, de ayudar a los más necesitados.
 

Jesús está vivo y lo manifestamos vivo, cuando nosotros los cristianos somos capaces de trabajar por la paz, por la justicia, por la libertad, por el nacimiento de un mundo más humano y mejor.  Jesús está vivo y lo manifestamos vivo cuando somos capaces de ofrecer esperanza a todos los seres humanos, cuando hacemos que encuentren luz todos aquellos que viven en la oscuridad; cuando todos podemos tener voz y decidir libremente a la hora de construir nuestro futuro.
 

Pero para que se haga realidad ese mundo nuevo que Dios desea, hemos de hacer realidad el llamado al arrepentimiento y a la conversión que nos hacía hoy san Pedro.  Tenemos que dejar atrás la ignorancia, porque la ignorancia nos hace hacer cosas que no siempre son las que Dios desea que hagamos. Por ignorancia comentemos muchísimos pecados, por ello es necesario que, en cada momento de nuestra vida, nos convirtamos a Jesús y a sus valores y estemos siempre disponibles para llevar a cabo la obra de la salvación.
 

La 2ª lectura, de la primera carta de San Juan, nos dice que no es posible conocer a Jesús y no creer en Él; no es posible creer en Él y no vivir según sus enseñanzas.  Sólo el que vive como Él, el que cumple sus mandamientos puede decir que conoce al Señor.  San Juan llama mentiroso al que dice que conoce a Cristo pero no le afecta para nada en su vida.
 

Es una mentira decir que amamos a Dios y, luego en nuestra vida despreciar los valores que Dios nos propone y vivir la vida al margen de Dios y sus mandamientos.
 

Un creyente que dice amar a Dios pero en su vida lo único que hace es crear injusticias, conflictos, opresión, sufrimiento, vive en la mentira; un creyente que dice “conocer a Dios” y fomenta la violencia, el odio, la intransigencia, la intolerancia, está muy lejos de Dios; un creyente que dice tener “fe” y rechaza el amor, el compartir, el servicio, el venir a misa, está muy lejos de Dios y además es un mentiroso.
 

El Evangelio, según san Lucas, nos asegura que Jesús esta vivo.  ¿Cómo podemos encontrar a Jesús resucitado?
 

El Evangelio nos dice, en primer lugar, que lo podemos encontrar en las Escrituras.  Cuando la comunidad se reúne para escuchar la Palabra de Dios, Cristo está presente y nos explica el sentido de las Escrituras.
 

En segundo lugar, podemos encontrarnos con Jesús resucitado en la fracción del Pan, es decir, en la Eucaristía.
 

La comunidad que celebra la Eucaristía debe aprender a compartir.  Hay que compartir los ideales, la fe y los bienes.  Cuando nos apropiamos de algo, el Espíritu de Dios no está en nosotros.
 

La comunidad que celebra la Eucaristía debe aprender a convivir.  Hay que ser amigos y hermanos.  Si comulgamos el mismo pan no podemos hacer que nadie se sienta despreciado, marginado o enemigo.
 

La comunidad que celebra la Eucaristía debe aprender a servir.  Después de comulgar no podemos ser insolidarios y preocuparnos solamente de nosotros mismos, porque si hacemos esto la comunión más que provecho para nuestra vida será un escándalo.
 

La comunidad que celebra la Eucaristía debe aprender a comprometerse para que a todos los seres humanos se les reconozca su dignidad de Hijo de Dios. 
 

Celebrando así la Eucaristía, y sin mentiras, con una coherencia entre vida y fe, podremos ser testigos en el mundo de que Cristo está vivo y ha resucitado y no es un fantasma.

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