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martes, 7 de agosto de 2018


XIX DOMINGO ORDINARIO  

Todos nosotros hemos sentido momentos de tristeza, e incluso de desesperanza. ¿Quién no ha sentido la tentación de dejarlo todo ante las dificultades de la vida o ante las exigencias de la fe? La Palabra de Dios de este domingo nos ofrece un mensaje de confianza y esperanza. 

La 1ª lectura, del primer libro de los Reyes, nos muestra al profeta Elías que ya no puede más; se siente cansado, agotado, decepcionado y desanimado porque no ha podido cambiar el corazón de su pueblo y por ello ha desistido seguir luchando e incluso prefiere morir que continuar con su misión. 

También nosotros podemos estar cansados y en crisis.  No sólo se cansan de buscar sentido a su vida aquellos que abandonan su fe, sino que hay también muchas personas que se cansan de hacer el bien y sufren porque su voz no es oída y porque ven que se van perdiendo los valores cristianos en este mundo en el que vivimos.  Quizás en algunos momentos de nuestra vida podemos sentirnos con ganas de “tirar la toalla”, de dimitir de lo que estamos haciendo e incluso desearnos la muerte. 

Cuando nos sentimos así, la solución no es bajar los brazos y abandonar la lucha.  Cuando parece que nuestra misión es superior a nuestras fuerzas, cuando parece que todo es un fracaso en nuestra vida, es en Dios en quien tenemos que confiar y es en Él en quien tenemos que poner nuestra esperanza. 

A veces, le pedimos a Dios que resuelva milagrosamente nuestros problemas y nosotros queremos quedarnos de brazos cruzados.  Dios no fomenta la flojera, sino que Él está a nuestro lado siempre que lo necesitamos para darnos fuerza para vencer las dificultades e indicarnos el camino a seguir. 

Las dificultades y las desilusiones sólo se pueden superar desde Dios. 

La 2ª lectura, de san Pablo a los Efesios, nos dice que ser cristiano y seguir a Cristo implica dejar de lado la ira, la violencia, la envidia, el orgullo, la maldad. Ya sufrimos bastantes guerras, enfrentamientos, odios y violencia en este mundo, para que nuestras relaciones con los demás estén basadas en estos vicios y pecados.  Todas estas cosas tienen que ser eliminadas de nuestra vida.  Todas estas cosas son comportamientos del hombre que no tiene fe. 

Dios no se complace en las rivalidades y los enfrentamientos, sino en la paciencia, la comprensión y el amor mutuos, para que exista entre nosotros una vida de convivencia armónica y fraternal, más justa y pacífica. 

El amor de Cristo tiene que ser ejemplo y modelo para todo cristiano, de modo que se pueda expresar en actitudes de bondad, comprensión y perdón de unos para con otros. Así, haciendo como Cristo, podremos complacer al Espíritu de Dios. 

En el Evangelio de san Juan, nos decía Jesús: “El que cree en mi, tiene vida eterna”. 

¿Qué es lo que puede hacer que la vida de una persona no sea una vida plena?  Algunos dirán que la falta de dinero, de salud o de amor.  Sin embargo Jesús nos dice que lo que hace que una vida no sea plena es la falta de fe, la falta de sentido de la vida, la falta de valores. 

Quien no cree, dice san Juan, ya está condenado.  Hay mucha gente que no cree en nada, que no tienen un sentido religioso.  Para que la vida sea plena, el ser humano tiene que estar abierto a Dios. 

Cuando una persona renunciar a comer, es decir, es anoréxica, no lo vemos normal porque atenta contra su vida; si uno renuncia a hablar (autismo) no lo vemos normal, atenta contra la relación personal.  Si uno renuncia a la fe, a su sentido religioso, a su formación como creyente, está limitando su plenitud de vida.  La vida sin Dios no puede ser una vida plena, no puede ser una vida con sentido. 

La incredulidad es una tentación siempre presente en nuestra vida y que empieza a echar raíces en nuestro corazón desde el momento mismo en que nos vamos organizando nuestra vida de espaldas a Dios. 

Cristo es el pan de la vida. Ha venido para que tengamos vida eterna. Podemos saber si estamos participando de esa vida en la medida que vivamos y practiquemos nuestra fe, en la medida que nuestra vida tenga sentido. ¡Que Cristo sea nuestra vida!

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