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martes, 8 de enero de 2019

EL BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO C)
 
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EL BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO C)
 
El domingo pasado celebrábamos la fiesta de la Epifanía, la manifestación de la salvación de Dios que es ofrecida a todos los hombres en Jesús-niño.  Hoy celebramos de nuevo la manifestación de la salvación de Dios que ahora se nos presenta en Jesús-adulto. 

Con la fiesta del Bautismo de Jesús termina el ciclo de la Navidad y comienza la primera parte del tiempo ordinario que nos llevará hasta el miércoles de ceniza.


Con el Bautismo de Jesús comienza su vida pública. El Señor no tenía que ser bautizado porque nunca tuvo pecado. Se bautizó por la misma razón que cumplió con algunas otras leyes judías que tampoco tenía la obligación de cumplir. Vino a este mundo como hombre y quiso sujetarse a las leyes de Moisés, como lo hacían todos los judíos, pero nada de esto le obligaba. Todas estas leyes eran las que regían al pueblo Israelita, el pueblo que Dios eligió para preparar la venida del Señor. Y Jesús cumplió con ellas para darnos un ejemplo de cómo debemos actuar nosotros, de cómo debemos cumplir con los mandamientos de nuestra fe.


Hoy, que celebramos el bautismo de Jesús, debemos pensar también en nuestro propio bautismo. “No todos los bautizados son cristianos”. Esta frase que parece un poco contradictoria es una gran denuncia de la situación de nuestras prácticas sacramentales. Parece contradictoria pues cualquier bautizado es hijo de Dios y, por tanto, cristiano; pero, al mismo tiempo, es una denuncia, porque es cierto que muchos bautizados dejan mucho que desear en su seguimiento de Cristo, aunque todos podríamos ser un poco mejores cristianos.

El bautismo, como cualquier sacramento, no es automático, no funciona por sí solo, sino que necesita la colaboración de la persona que lo recibe. El sacramento es un encuentro entre Dios y el ser humano. Dios pone su parte: la Gracia, que quita el pecado original y nos hace hijos de Dios y la persona responde con el seguimiento; si falta la respuesta no se produce el encuentro.

Pertenecer a la Iglesia por medio del bautismo no significa nada en sí mismo, si no va acompañado de la correspondiente respuesta de la persona que recibe ese sacramento: hay que amar a Dios con la práctica de una vida cristiana, de una vida de sacramentos, de una vida de amor al prójimo. 

Por desgracia, muchas personas, quizás influenciados por amigos poco Católicos o simplemente porque ignoran la importancia de este sacramento para los niños, no llevan a sus hijos e hijas a bautizar en los primeros días después de su nacimiento. Llevan a sus hijos a bautizar pensando más en la fiesta, el convite o en la ropa en vez de pensar en el sacramento en sí. Lo convierten en un acto social. Llevan al niño a la iglesia a bautizar pensando que, cómo somos Católicos, tiene que ser bautizado. No piensan en las responsabilidades que trae este sacramento para los padres y padrinos. Da verdadera pena ver algunos bautismos en los que hay tan poca fe alrededor.

El bautismo es el comienzo de nuestra misión profética. Desde el mismo momento en que se recibe este sacramento, el bautizado ya está comprometido a vivir una vida santa. Sus padres se comprometen a dar testimonio de su fe a su hijo para que, con los años, se convierta en un buen cristiano, evangelizando como lo hicieron los primeros cristianos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Al ser bautizados como hijos e hijas de Dios adquirimos la más alta dignidad. En el momento del bautismo, por la gracia del Espíritu Santo, inmediatamente se produce el milagro de un nuevo nacimiento. El agua bautismal es signo de la muerte al pecado y del renacimiento espiritual a la vida eterna con Cristo.

Los padres y padrinos deben tener en cuenta que han recibido un mandato de Cristo. Desde el momento que llevan sus hijos a bautizar deben enseñarlos a vivir una vida sin mancha, a evangelizar con su propio ejemplo y a amar a los demás.
El bautizado debe ser portador de esperanza en medio de nuestro mundo y de nuestra Iglesia. Debemos tener deseos de Dios expresándolo con un testimonio de vida, lleno de amor y de convicción. Vemos cómo falta esperanza, vemos cómo las cosas de este mundo empequeñecen nuestro corazón, vemos cómo el desánimo se apodera de nuestras comunidades cristianas y de los grupos. ¡Contagiemos la alegría y la serenidad! ¡Tenemos una fuerza interior única! Nuestro tesoro es Jesús y su gracia. ¡Somos templos del Espíritu Santo!

¡Despertémonos! Tenemos por delante todo un año para descubrir que Dios, está verdaderamente con nosotros animándonos, sosteniéndonos, dirigiendo nuestros pasos hacia la plenitud. Él es la fuerza y la vida. Levantemos el corazón y vayamos confiados a Jesús. Él espera nuestra respuesta. Dispongámonos a seguirlo con fidelidad.

 
 
 

 

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