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martes, 26 de marzo de 2019

IV DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)
 
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IV DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)
 
Estamos ya en la mitad de nuestro camino cuaresmal.  Este domingo es llamado en la liturgia el domingo “Laetare”, el domingo de la alegría.  Ciertamente la Cuaresma es un tiempo de austeridad, de esfuerzo espiritual, de penitencia.  Pero no debemos perder de vista que todo este “ejercicio cuaresmal” lo hacemos para prepararnos a la gran alegría de la Pascua de Resurrección.
 
La 1ª lectura del libro de Josué nos presentaba el momento en el que el pueblo de Israel entra en la Tierra Prometida y celebra gozoso la fiesta de la Pascua, la primera Pascua en libertad.
 
Como el pueblo de Israel, en este tiempo de Cuaresma, estamos invitados a acabar con todo lo que hay en nuestra vida que nos esclaviza, para poder pasar, definitivamente, a una vida nueva, la vida de la libertad y de la paz.
 
El pueblo de Israel, mientras estuvo por el desierto fue alimentado por Dios con el maná, a partir de la primera fiesta de la Pascua se alimentará de los frutos de la tierra.  A veces, también, nosotros queremos alimentar nuestra fe de milagros y de hechos extraordinarios.  Sin embargo tenemos que vivir nuestra fe en Dios desde la experiencia de cada día, desde la lucha de cada día, desde el trabajo de cada día.  Tener fe y tener confianza en Dios no puede alimentarse de cosas que estén fuera de lo normal, sino que tenemos que vivir nuestra fe y ver la mano de Dios en todos los momentos normales de nuestra vida.
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos decía: En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
 
Reconciliarse nos llena de paz, pero puede ser duro y difícil.  Pide un cambio, y como todo cambio en la vida exige romper esquemas, dejar atrás muchas cosas y abrir nuevos caminos.  En definitiva, reconciliarse con Dios, es salir de nuestra comodidad y rutina, y lanzarnos a vivir una aventura con Dios.  Reconciliarse con Dios, significa estar dispuesto a mirar el pasado con ojos de arrepentimiento y a dejar atrás ese pasado, por más que nos siga siendo atractivo.
 
Para reconciliarse de verdad con Dios y con nuestros hermanos, no basta solamente acudir al sacramento de la confesión para recibir el perdón de Dios, hay también que arrancar del alma las causas por las cuales nos alejamos de Dios y llenar nuestro corazón del amor a Dios.
 
Todo hombre, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que está necesitado, en un mayor o menor grado, de reconciliación. Reconcíliate tú primero, y luego ayuda a los demás a conseguir una auténtica reconciliación.
 
El Evangelio de san Lucas nos presentaba la parábola del Hijo Pródigo, o mejor dicho la parábola del padre bueno y misericordioso.
 
El hijo menor de la parábola quiere vivir la vida y por lo tanto termina con todo lo que significa la familia para él.  Obliga a su padre a darle su parte de la herencia y se va de casa.  Con dinero se encuentra de todo, sobran amigos, pero de su padre no se acuerda.  Cuando ya no tiene nada y por lo tanto tampoco amigos, recuerda que tiene un padre y que merece una vida distinta y mejor y regresa buscando el perdón de su padre.
 
El hijo mayor vive con su padre en casa. Es el hijo siempre fiel, obediente, trabajador. ¿Es buen hijo? Al llegar a casa y oír la fiesta, rechaza a su hermano, rechaza a su padre. No ha comprendido aún el corazón de su padre, la bondad de su corazón. Se enfrenta con él, abandona la fiesta familiar, abandona la casa.
 
Esta historia es la descripción de una triste realidad que todos constatamos. Hombres y mujeres, llamados todos a disfrutar de una misma felicidad y no somos capaces de acogernos y convivir como hermanos.  Esta es la historia de muchas familias.
 
Unos contra otros, ¿por qué?  A veces ni se sabe por qué.  ¡Cuántas divisiones entre los mismos miembros de una familia!  Cuantos enfrentamientos, odios entre hermanos.  Esta es la tragedia de muchas familias, de una humanidad incapaz de entenderse, de pueblos que no se aceptan, de hermanos que no se toleran.
 
Quienes no creen en el amor, quienes lo rechazan de su corazón, destruyen la familia, se autoexcluyen de la fiesta, como este hermano mayor de la parábola.
 
Para muchas personas su deseo de vivir sus propias ideas, su propia vida les lleva a separarse de su familia, a olvidarse de quien le ha dado la vida.  Vivir, es para algunos disfrutar, malgastar cuanto somos y tenemos, sin aceptar ninguna norma, sin pensar ni recordar a nadie.
 
Una vida así, sólo nos lleva al vacío de la vida, al fracaso y ojalá estas experiencias nos sirvan para descubrir que hay una vida nueva, distinta, mejor y para ello nos decidamos volver a casa, a la Casa de Dios y descubramos el amor, la generosidad y el perdón de Dios, nuestro Padre.

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