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martes, 27 de agosto de 2019

XXII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
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XXII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
 
 
La liturgia de este domingo nos habla de los valores de la humildad, la gratuidad y el amor desinteresado.
 
La 1ª lectura del libro del Eclesiástico nos decía: Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor.”. 
 
Hay una virtud muy olvidada hoy en día y es la virtud de la humildad.  A la gente le gusta que los admiren y que los señalen como personas importantes, famosas, poderosas, influyentes.
 
La Palabra de Dios nos dice que la humildad, es una virtud muy querida por Dios.  La persona que se cree grande e importante le cierra a Dios las puertas de su corazón.  El orgulloso, el vanidoso, el creído, se enfrenta a Dios y le cierra la puerta de su vida.
 
Sin embargo, la persona que es humilde, sencilla, y que no es vanidosa, tiene mucho sitio en su corazón para Dios.  Y Dios está y vive en esa persona.  El humilde se abre a Dios y Dios vive en él, por eso el humilde es una persona servicial y buena.
 
Tenemos dos ejemplos (entre otros muchos) muy edificantes para nosotros: el de la Virgen María cuando dijo: he aquí la esclava del Señor”; y porque Dios vio su humildad, el Señor se encarnó en ella. Y el ejemplo de Jesús: que se humilló hasta la muerte en cruz. Y por eso ha merecido la salvación para todos nosotros.
 
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos invita a acercarnos a Dios, ya que Dios es nuestro Padre, no es un Dios lejano o distante, sino un Dios que se preocupa por nosotros.
 
Dios está a nuestro lado para darnos esa mano que necesitamos; y ofrecernos su ayuda para llegar al final del camino: ¡al Reino de Dios!
 
Cuando un niño está dando los primeros pasos, necesita la ayuda de una persona mayor para no caerse cada dos por tres.  Así sucede en nuestra vida cristiana. Aunque seamos personas adultas, estamos dando primeros pasos hacia Dios: ¡estamos caminando hacia el Reino!  Por eso necesitamos de una mano amiga que nos ayude para no caer cada dos por tres en nuestro inseguro caminar. Y esa mano amiga es Dios. 
 
El Evangelio de san Lucas nos dice cómo debemos prepararnos para entrar al Reino de los Cielos.
 
Los hombres somos como los árboles: los hay que crecen libremente y buscan alcanzar las alturas, dan sombra y frutos. Hay otras plantas que son parásitas, que no conformes con alimentarse de otro árbol, lo ahogan, lo estrangulan y acaban secándolo.  Igual que lo hacen algunas personas.
 
Hay personas que suben a los primeros puestos pero ahogando, como los árboles a otras muchas personas.  Nos cuesta ceder el paso, darle atención al otro, buscarle un lugar a quien lo necesita. La vida se ha vuelto una competencia desenfrenada por conquistar lugares, por subir a lo más alto, no importa que se tenga que aplastar a los demás.
 
Para muchas personas la única meta de su vida es tener más, ser el más importante, tener más poder, aparecer como el mejor, y esto hace que con frecuencia llevemos una vida hueca, triste y vacía porque nunca tenemos bastante, nunca nos sentimos satisfechos con lo que tenemos o somos.  En el afán por tener más, por subir más alto, muchos terminan llevando una vida sin sentido, insatisfechos por no alcanzar sus metas, siempre deseando lo que no se tiene.  Y se buscan entonces los primero lugares, la ostentación y la apariencia.
 
La sociedad nos obliga a buscar los primero puestos; Jesús nos invita a ser servidores unos de otros, a buscar los últimos lugares no para eludir responsabilidades, sino para darnos cuenta que todos somos iguales.  Mientras que la sociedad alaba y ensalza a los grades, Jesús nos dice lo contrario: el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
 
La amistad no se puede usar para beneficio propio.  La amistad siempre debe hacernos crecer, nunca debemos manipular a las personas. “¿Qué provecho puedo sacar de esta persona?”  Es el pensamiento del mundo, y con mucha frecuencia las relaciones que se establecen tienen fines utilitarios y es difícil vivir de manera desinteresada. Muchos se preguntan cuánto han recibido y de quién esperan un reconocimiento, por el contrario Jesús enseña que lo importante no es recibir, sino dar, dar con alegría, dar con prontitud, dar con gratuidad.

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