XXII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
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XXII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
La
liturgia de este domingo nos habla de los valores de la humildad, la gratuidad y
el amor desinteresado.
La
1ª lectura del libro del
Eclesiástico nos decía: “Cuanto más grande seas, más
debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor.”.
Hay una virtud muy olvidada hoy en día y es la
virtud de la humildad. A la gente
le gusta que los admiren y que los señalen como personas importantes, famosas,
poderosas, influyentes.
La Palabra de Dios nos dice que la humildad, es una
virtud muy querida por Dios. La persona
que se cree grande e importante le cierra a Dios las puertas de su
corazón. El
orgulloso, el vanidoso, el creído, se enfrenta a Dios y le cierra la puerta de
su vida.
Sin
embargo, la persona que es humilde, sencilla, y que no es vanidosa, tiene mucho
sitio en su corazón para Dios. Y Dios está y vive en esa persona. El humilde se abre a Dios y Dios vive en él,
por eso el humilde es una persona servicial y buena.
Tenemos
dos ejemplos (entre otros muchos) muy edificantes para nosotros: el de la Virgen María cuando dijo: “he
aquí la esclava del Señor”; y porque Dios vio su humildad, el Señor
se encarnó en ella. Y el ejemplo de Jesús: que se humilló hasta la muerte en
cruz. Y por eso ha merecido la salvación para todos nosotros.
La
2ª lectura de
la carta a los Hebreos nos invita a
acercarnos a Dios, ya que Dios es nuestro Padre, no es un Dios lejano o
distante, sino un Dios que se preocupa por nosotros.
Dios
está a nuestro lado para darnos esa mano que necesitamos; y ofrecernos su ayuda
para llegar al final del camino: ¡al
Reino de Dios!
Cuando
un niño está dando los primeros pasos, necesita la ayuda de una persona mayor
para no caerse cada dos por tres. Así
sucede en nuestra vida cristiana. Aunque seamos personas adultas, estamos dando
primeros pasos hacia Dios: ¡estamos caminando hacia el Reino! Por eso necesitamos de una mano amiga que nos
ayude para no caer cada dos por tres en nuestro inseguro caminar. Y esa mano amiga es Dios.
El Evangelio de san Lucas nos
dice cómo debemos prepararnos para entrar al Reino de los Cielos.
Los
hombres somos como los árboles: los hay
que crecen libremente y buscan alcanzar las alturas, dan sombra y frutos. Hay otras plantas que son
parásitas, que no conformes con alimentarse de otro árbol, lo ahogan, lo
estrangulan y acaban secándolo.
Igual que lo hacen algunas personas.
Hay personas
que suben a los primeros puestos pero ahogando,
como los árboles a otras muchas
personas. Nos cuesta ceder el paso,
darle atención al otro, buscarle un lugar a quien lo necesita. La vida se ha
vuelto una competencia desenfrenada
por conquistar lugares, por subir a lo más alto, no importa que se tenga que
aplastar a los demás.
Para muchas
personas la única meta de su vida es
tener más, ser el más importante, tener más poder, aparecer como el mejor,
y esto hace que con frecuencia llevemos una vida hueca, triste y vacía porque
nunca tenemos bastante, nunca nos sentimos satisfechos con lo que tenemos o
somos. En el afán por tener más, por
subir más alto, muchos terminan llevando una vida sin sentido, insatisfechos
por no alcanzar sus metas, siempre deseando lo que no se tiene. Y se buscan entonces los primero lugares, la
ostentación y la apariencia.
La sociedad
nos obliga a buscar los primero puestos; Jesús nos invita a ser servidores unos de otros, a buscar los
últimos lugares no para eludir responsabilidades, sino para darnos cuenta que
todos somos iguales. Mientras que la
sociedad alaba y ensalza a los grades, Jesús nos dice lo contrario: “el que se
enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
La amistad no
se puede usar para beneficio propio. La
amistad siempre debe hacernos crecer, nunca debemos manipular a las personas. “¿Qué provecho puedo sacar de esta
persona?” Es el pensamiento del mundo, y con mucha frecuencia las
relaciones que se establecen tienen fines utilitarios y es difícil vivir de
manera desinteresada. Muchos se preguntan cuánto han recibido y de quién
esperan un reconocimiento, por el contrario Jesús enseña que lo importante no
es recibir, sino dar, dar con alegría, dar con prontitud, dar con gratuidad.
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