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martes, 17 de marzo de 2020

IV DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)


El Cuarto Domingo de Cuaresma, es conocido con el nombre de Domingo Laetare, ya que las primeras palabras de la Antífona de Entrada en Latín son “Laetare Jerusalén” que quiere decir en castellano, “Alégrate, Jerusalén”.  Pero es también el domingo de la Luz. Cristo nos permite ver. Cura nuestra ceguera y nos muestra la belleza del mundo que nos rodea.

La 1ª lectura, del primer libro de Samuel, nos ha narrado la elección de David como rey de Israel.  David era el más pequeño y el último de los hijos de Jesé.  Nadie hubiera pensado en él para ser rey.  Pero la mirada de Dios no es como la mirada del hombre: pues el hombre ve las apariencias y Dios ve el corazón.

Hoy día seguimos haciendo lo mismo: valoramos a los fuertes, a los poderosos o envidiamos a los ricos queriendo ser como ellos. Nos fijamos en las apariencias. Pero Dios sigue mirando el corazón.

Cuántas veces se ha servido Dios a lo largo de la historia de la salvación de aquellos que no cuentan, de los más pequeños, de los que son el blanco de los celos y las envidias de todos.

Muchas veces somos muy dados a criticar y descalificar a los demás, a sacar conclusiones equivocadas sobre los demás, porque nosotros sólo vemos las apariencias y a veces las apariencias pueden traicionarnos, porque las cosas no son siempre como parecen. 

Cuando nosotros somos el blanco de las críticas y las descalificaciones, nos debe consolar saber que Dios conoce la verdad, la verdadera intención de nuestros actos porque Dios es el único que conoce nuestro corazón.  Y estemos seguros que Dios es mucho más compasivo y comprensivo que aquellos que nos juzgan.

Es necesario aprender de Dios y aprender a mirar, más allá de las apariencias, de la ropa que la persona viste, de la profesión que ejerce; es necesario aprender a ver el corazón y a descubrir la riqueza que se esconde detrás de aquellos que parecen que no piensan o actúan según nuestros criterios.

La 2ª lectura de San Pablo a los Efesios nos dice que gracias al bautismo hemos pasado de la oscuridad a la luz, y por lo tanto tenemos que vivir y dar testimonio de la luz practicando la bondad, la justicia y la verdad.

Si somos hijos de la luz, tratemos de actuar y de hacer siempre la cosas bien; caminemos en la Verdad unidos a Cristo, de tal forma que toda nuestra vida sea una manifestación del amor de Dios, de su perdón, de su misericordia para todos aquellos con los que nos encontremos en la vida.

Si somos hijos de la luz, no juzguemos a nadie, pero no nos quedemos mudos ante el pecado; si denunciamos a los pecadores, si los ponemos al descubierto no es con el afán de sólo denunciar, sino también de anunciar una vida nueva, y de proponerles a Cristo como camino de salvación para todos, sin importar lo que hayan hecho anteriormente.

Luz y tinieblas son dos maneras de vivir, pero para nosotros los cristianos sólo hay una: vivir como hijos de la luz, es decir, dejarnos iluminar por Cristo.

En el Evangelio de San Juan, Jesús se presenta como “la luz del mundo”; su misión es liberar a los hombres de las tinieblas del pecado.

Los seres humanos estamos hechos para ver la luz, para vivir en la verdad. Nos da miedo caminar en tinieblas. Hay una ceguera más triste que la privación de la vista, es la ceguera del espíritu, el no ver la verdad, no quererla ver.

Ciegos somos nosotros creyentes, cuando nos alejamos de Jesús, de su palabra.

Vivir en la oscuridad de la mentira es una de las cosas más normales en nuestra actual convivencia social. El mentir se acepta como algo necesario en el mundo político, en la información de los medios de comunicación, en nuestras relaciones con los demás. Parece que nos hemos convencido de que tenemos que mentir, que sin mentir no funciona nada en este mundo.

Jesús hoy nos propone vivir en la luz de la verdad.  Aquellas personas que se oponen a las propuestas de Jesús son los que están instalados en la mentira y la luz de Jesús los incomoda; son los que tienen miedo de enfrentarse a las críticas, que se dejan manipular por la opinión dominante, y que, por miedo, prefieren continuar esclavos antes que ser hombres libres; son aquellos que, a pesar de darse cuenta de las ventajas de la “luz”, prefieren la comodidad de una vida de ceguera, de una vida de esclavos.

La Palabra de Dios nos invita, en este tiempo de Cuaresma, a un proceso de renovación que nos lleve a dejar todo lo que nos esclaviza, nos oprime, en el fondo, todo lo que impide que brille en nosotros la “luz” de Dios y que impide nuestra plena realización.

Seamos luz para iluminar las “tinieblas” del mundo que generan sufrimiento, injusticias y mentiras.  Seamos luz, en medio de tantas tinieblas.

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