IV DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)
El Cuarto Domingo de
Cuaresma, es conocido con el nombre de Domingo
Laetare, ya que las primeras palabras de la Antífona de Entrada en Latín
son “Laetare Jerusalén” que quiere
decir en castellano, “Alégrate,
Jerusalén”. Pero es también el domingo de la Luz. Cristo nos permite ver. Cura
nuestra ceguera y nos muestra la belleza del mundo que nos rodea.
La 1ª
lectura, del primer libro de Samuel, nos ha narrado la elección de David como rey de
Israel. David era el más pequeño y
el último de los hijos de Jesé. Nadie
hubiera pensado en él para ser rey. Pero
la mirada de Dios no es como la mirada del hombre: pues el hombre ve las
apariencias y Dios ve el corazón.
Hoy día seguimos haciendo
lo mismo: valoramos a los fuertes, a los poderosos o envidiamos a los ricos
queriendo ser como ellos. Nos fijamos en las apariencias. Pero Dios sigue
mirando el corazón.
Cuántas veces se ha servido
Dios a lo largo de la historia de la salvación de aquellos que no cuentan, de
los más pequeños, de los que son el blanco de los celos y las envidias de
todos.
Muchas veces somos muy
dados a criticar y descalificar a los demás, a sacar conclusiones
equivocadas sobre los demás, porque nosotros sólo vemos las apariencias y a
veces las apariencias pueden traicionarnos, porque las cosas no son siempre
como parecen.
Cuando nosotros somos el
blanco de las críticas y las descalificaciones, nos debe consolar saber que Dios
conoce la verdad, la verdadera intención de nuestros actos porque Dios
es el único que conoce nuestro corazón.
Y estemos seguros que Dios es mucho más compasivo y comprensivo que
aquellos que nos juzgan.
Es necesario aprender de
Dios y aprender a mirar, más allá de las apariencias, de la ropa que la persona
viste, de la profesión que ejerce; es necesario aprender a ver el corazón
y a descubrir la riqueza que se esconde detrás de aquellos que parecen que no
piensan o actúan según nuestros criterios.
La 2ª lectura de San Pablo a los Efesios nos dice que gracias al bautismo hemos
pasado de la oscuridad a la luz, y por lo tanto tenemos que vivir y dar
testimonio de la luz practicando la bondad, la justicia y la verdad.
Si somos hijos de la luz, tratemos de actuar y de hacer siempre la
cosas bien; caminemos en la Verdad
unidos a Cristo, de tal forma que toda nuestra vida sea una manifestación del
amor de Dios, de su perdón, de su misericordia para todos aquellos con los que
nos encontremos en la vida.
Si somos hijos de la luz, no juzguemos a nadie, pero no nos quedemos mudos ante el pecado;
si denunciamos a los pecadores, si los ponemos al descubierto no es con el afán
de sólo denunciar, sino también de anunciar una vida nueva, y de proponerles a
Cristo como camino de salvación para todos, sin importar lo que hayan hecho
anteriormente.
Luz y tinieblas son dos maneras de vivir, pero para nosotros los cristianos sólo hay
una: vivir como hijos de la luz, es
decir, dejarnos iluminar por Cristo.
En el
Evangelio de San Juan, Jesús se presenta como “la luz del mundo”; su misión es liberar
a los hombres de las tinieblas del pecado.
Los seres humanos estamos
hechos para ver la luz, para vivir en la verdad. Nos da miedo caminar en
tinieblas. Hay una ceguera más triste que la privación de la vista, es la
ceguera del espíritu, el no ver la verdad, no quererla ver.
Ciegos somos nosotros
creyentes, cuando nos alejamos de Jesús, de su palabra.
Vivir en la oscuridad de la
mentira es una de las cosas más normales en nuestra actual convivencia social.
El mentir se acepta como algo necesario en el mundo político, en la información
de los medios de comunicación, en nuestras relaciones con los demás. Parece que
nos hemos convencido de que tenemos que mentir, que sin mentir no funciona nada
en este mundo.
Jesús hoy nos propone vivir
en la luz de la verdad. Aquellas
personas que se oponen a las propuestas de Jesús son los que están instalados
en la mentira y la luz de Jesús los incomoda; son los que tienen miedo de
enfrentarse a las críticas, que se dejan manipular por la opinión dominante, y
que, por miedo, prefieren continuar esclavos antes que ser hombres libres; son
aquellos que, a pesar de darse cuenta de las ventajas de la “luz”,
prefieren la comodidad de una vida de ceguera, de una vida de esclavos.
La Palabra de Dios nos
invita, en este tiempo de Cuaresma, a un proceso de renovación que nos
lleve a dejar todo lo que nos esclaviza, nos oprime, en el fondo, todo lo que
impide que brille en nosotros la “luz” de Dios y que impide nuestra
plena realización.
Seamos luz para iluminar las
“tinieblas” del mundo que generan sufrimiento, injusticias y mentiras. Seamos luz, en medio de tantas tinieblas.
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