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lunes, 20 de abril de 2020

III DOMINGO DE PASCUA (CICLO A)


La liturgia de este tercer domingo de Pascua nos invita a descubrir a Jesús vivo que acompaña a los hombres por los caminos del mundo. 

La 1ª lectura, de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta a Pedro predicando con valentía el núcleo del mensaje cristiano: Dios resucitó a Jesús y no permitió que la muerte lo derrotase. 

Algunos cristianos de hoy padecen un cierto “complejo de inferioridad” respecto a otros grupos o ideologías que les parece más atractivas o llamativas.  Sentimos miedo, a veces, de ser reconocidos como cristianos. 

No debemos olvidar que Cristo ha resucitado y esto prueba que nuestra vida la tenemos que emplear al servicio del Plan de Dios, entregándonos a los necesitados.  Hacer de nuestra vida una entrega a Dios y a los hermanos, no conduce a una vida fracasada sino a la resurrección, a vivir una vida plena.  Por ello, cuando nos sintamos desilusionados, decepcionados, fracasados, derrotados, criticados, porque empleamos nuestra vida en servir a Dios y al prójimo, recordemos que sólo así tiene sentido nuestra vida: dándonos a Dios y al prójimo.

Una vida que se hace don nunca es un fracaso; una vida vivida de forma egoísta y autosuficiente, al margen de Dios y de los demás, es la que es un fracaso, pues no lleva a una vida plena.

La 2ª lectura de San Pedro, nos habla de cuánto nos ama Dios que envió a su Hijo al mundo para salvarnos.

Ante ese amor de Dios, nuestra respuesta debe ser: obedecer a Dios, entregarnos incondicionalmente en las manos de Dios, adherirnos a sus planes, valores y proyectos.

El mundo en el que vivimos se potencia más el egoísmo y la autosuficiencia que el amor y la entrega. Los hombres de nuestro tiempo viven, de forma general, pensando en sí mismos, en sus pequeños intereses personales y buscando la realización inmediata de sus sueños, deseos y prioridades.
Nosotros los creyentes, por nuestra parte, estamos invitados a vivir y a anunciar el estilo de Dios, que es el del amor y de la entrega de la vida hasta las últimas consecuencias.

El evangelio de san Lucas nos ha relatado el episodio de los discípulos de Emaús.  Dos discípulos de la primera comunidad cristiana, decepcionados y tristes por lo que ha ocurrido, recobran la alegría y la esperanza. 

Los discípulos de Emaús son la expresión de tantos cristianos de hoy y de siempre que están desilusionados, desengañados.  

Nos decepcionan los políticos y la sociedad, nos decepciona la familia, nos cansa el trabajo; ¡cuántas promesas que no han madurado en nuestras vidas, cuántos fracasos, cuántos planes que se han ido abajo, cuántas ilusiones perdidas!, y nos preguntamos para qué vivir.  ¿Qué sentido tiene todo? ¿Merece la pena luchar por un ideal?  ¿Es que en la vida no hay nada más que esta rutina de cada día?  Preguntas que de vez en cuando nos hacemos. 

En la historia de la fe de las personas y de los grupos, muchas veces chocamos con las dudas.  No nos explicamos muchas cosas. Quizás un día nos encontramos con Cristo en nuestra vida y eso significó para nosotros descubrir a alguien que era poderoso en obras y palabras y de quien esperábamos que nos resolviera todos o al menos algunos de nuestros problemas.  Y sin embargo, a veces hemos llegado a decir: “Si Dios existiera mi hijo no habría muerto”.  

Buscamos a Jesús muy ilusionados, llenos de entusiasmo.  Pero nuestra fragilidad hace que a veces nos decepcionemos y emprendamos el camino de vuelta, volvamos al lugar de donde habíamos salido, y termina nuestra búsqueda.

¿Cómo podemos experimentar los creyentes de hoy esa presencia de Jesús resucitado? El relato de Emaús nos da 3 pistas para saber descubrir la presencia real de Cristo resucitado en medio de nosotros: En la Palabra: El discípulo de Cristo debe desear escuchar la Palabra de Dios, esa palabra que va a guiar nuestra existencia, alimentar nuestra fe y eliminar las   indecisiones del corazón. En la Eucaristía: Jesús resucitado se encuentra en la Eucaristía.  Los dos de Emaús “contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan”. La Eucaristía dominical es como el motor de nuestra fe para vivir con entusiasmo toda la semana. En la Comunidad: los dos decepcionados regresaron a la comunidad.  Cristo nos dice: “Cuando dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”.


Ésta ha de ser nuestra tarea. Nosotros, como los de Emaús, encontramos a Cristo, escuchamos su Palabra y partimos el pan. Después de recibir sus enseñanzas y su alimento, hemos de salir entusiasmados, tratando de dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Son muchos los que esperan un poquito de nuestra luz.

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