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lunes, 26 de septiembre de 2022

 

XXVII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)


Las lecturas de este domingo nos invitan a crecer en la fe para que en nuestra vida demos frutos abundantes.

La 1ª lectura del profeta Habacuc nos muestra al profeta pidiéndole a Dios que intervenga en el mundo para poner fin a la violencia, a la injusticia y al pecado.

Con frecuencia encontramos personas que dicen: si Dios existe, ¿Por qué hay injusticias? ¿Por qué hay gente que muere de hambre? ¿Por qué existen las enfermedades? ¿Por qué los buenos sufren y a los malos les va bien en la vida? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué las guerras, los terremotos?

Cuantas veces, nosotros mismos, nos hemos quejado y enfadado con Dios, al ver todas las desgracias que hay en el mundo.  Cuantas veces, a pesar de pedir y pedir a Dios, las cosas no nos salen bien o nos salen mal.  Cuantas veces no hemos dicho: ¿Por qué permite Dios esto?

En primer lugar, hemos de saber, que los planes de Dios superan nuestra manera pequeña de ver las cosas.  Nunca podremos entender los planes de Dios, ya que los caminos de Dios no son iguales a los nuestros.  Dios tiene su propia manera de actuar, y la manera de actuar de Dios no es con impaciencia o de prisa.

En segundo lugar, necesitamos aprender a confiar en la bondad Dios, a ponernos en sus manos, a sentir que Él es un Padre que nos ama como a hijos y que hará todo, para que alcancemos vida y felicidad.

Dios nos llama a denunciar todo lo que impide la realización plena del proyecto de vida y felicidad que Él tiene para los hombres.  Dios intervendrá en la historia del mundo, ¿Cuándo? Solamente Dios sabe cuando.  Lo que a nosotros nos toca es tener paciencia y saber sobre todo que Dios no nos abandona.  No debemos temer.  A cada uno le llegará su día y quien saldrá vencedor será el que se ha mantenido fiel al Señor.  Como nos decía hoy el profeta Habacuc: Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá”.

La 2ª lectura de San Pablo a Timoteo, nos invita a renovar cada día nuestro compromiso, como cristianos, con Cristo y el Reino de Dios.

Hemos ido llenando nuestra vida de tantas ocupaciones, que esas ocupaciones nos alejan de servir a Dios y vivir los valores del Evangelio.  Por eso, San Pablo, nos invita hoy a vivir con entusiasmo nuestra fe, nuestra entrega y servicio a Dios y al prójimo.  Nos invita a dejar de lado la flojedad, la comodidad, el “no tengo tiempo para las cosas de Dios”  y a no avergonzarnos, a no tener miedo de dar la cara por Dios, porque quien se avergüence del Señor y de servirlo, también Dios se avergonzará de él.

El Evangelio de San Lucas nos habla de la fe.

Los discípulos le piden al Señor: “Auméntanos la fe”.  Esto es como decirle al Señor: ¡Ayúdanos Señor, ayúdanos a creer que lo que nos dices es lo mejor para nosotros, ayúdanos a confiar en Ti, ayúdanos a seguirte porque nos sentimos débiles, incapaces de compartir nuestros bienes, incapaces de perdonar, incapaces de comprometernos en la lucha por un mundo mejor!  Como aquellos discípulos nosotros hoy le hacemos al Señor esa misma petición: “¡Auméntanos la fe, Señor, ayúdanos! Ayúdanos porque sabemos que tienes razón, pero también sabemos que el egoísmo nos tiene apresado el corazón”.

Y hoy, como hace dos mil años, el Señor nos dice a nosotros: «Si tuvieran un poco de fe, si confiaran en Mí, serían capaces de todo, hasta de mover montañas».

El Señor nos invita a hacer una revolución en nuestro corazón,  pasar de confiar en las cosas, en los bienes, en nosotros mismos, a poner definitivamente nuestra confianza en el Señor. Se trata de caer en la cuenta que cuando vivimos en amistad con Dios, todo recobra otro sentido, la vida con sus conflictos se nos hace más llevadera, los demás empiezan a verse no como competidores sino como hermanos, descubrimos la alegría de las cosas sencillas, comprendemos que sólo Dios puede darnos la paz y la alegría perfectas.

Confiar en el Señor y dejarle que Él realice el milagro de levantar la montaña de nuestro egoísmo y descubrir el verdadero rostro de nuestro corazón, un corazón de hijos y hermanos.  Confiar en Dios y dejarle que en la noche de nuestra muerte, su mano mueva la losa de nuestro sepulcro y nos levante a gozar del día luminoso de la vida eterna.

¡Señor, auméntanos la fe!  Esta es nuestra petición hoy al Señor, una petición que la hacemos desde el fondo de nuestro corazón, con humildad y sinceridad.

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