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lunes, 14 de agosto de 2023

 

XX DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


Las lecturas de este domingo nos manifiestan que Dios quiere que todos los hombres se salven, a todos nos llama a la salvación sin distinción de raza ni lugar.  Todos somos uno en la fe.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos hace un anuncio maravilloso y esperanzador: Dios llama a todos los hombres de la tierra a participar en su salvación.

El profeta Isaías quiere construir un pueblo, una comunidad agradable a Dios, una comunidad formada por todos los grupos de personas que vivían en Israel.  Pero Isaías encuentra dificultades, porque los israelitas se creían el único pueblo de Dios y por ello cometían injusticias y divisiones contra los extranjeros.

Nosotros también, muchas veces, queremos ponerle límites a Dios.  Hemos construido fronteras artificiales para separar un país de otro; nos aislamos de las personas que no piensan como nosotros o que no son como nosotros.  Incluso vemos cómo nacen y se mantienen guerras por la independencia de un país o de una región.

Sin embargo, a Dios no le gustan las fronteras.  No le gusta la discriminación.

La 2ª lectura de san Pablo a los romanos nos habla también de la universalidad de la salvación. 

San Pablo se dirige especialmente a los que no son judíos y se lamenta de que los judíos, los de su raza, hayan rechazado a Cristo.

Y nosotros. ¡Cuántas veces no hemos rechazado a Cristo! ¡Cuántas veces no le hemos dado la espalda a Dios!  ¡Cuántas veces porque Dios no nos concede lo que le hemos pedido nos alejamos de Él!  ¡Cuántas veces, porque Dios no nos cumple nuestro capricho o nos hace esperar un poco, le protestamos o incluso nos alejamos de Él!

Por eso san Pablo no decía hoy: “Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia”.

El evangelio de san Mateo nos ha presentado a una mujer cananea, gritando y pidiendo curación para su hija.  Esta mujer es un ejemplo de fe y de cómo tenemos que orar, es decir, pedirle a Dios.

A veces Dios no nos responde. Es lo que le sucedió a esta mujer en tiempos de Jesús. El Evangelio especifica que la mujer era “cananea” para significar que no era judía, sino pagana.

Y Jesús se hace el que no escucha. Así es Dios a veces: simula no escucharnos. Y ¿por qué? O, más bien ¿para qué? … Para reforzar nuestra fe. Se habla de “poner a prueba” nuestra fe. Pero no se trata de una prueba como un examen, sino más bien como un ejercicio que fortalece la fe.

Cuando el Señor parece esconderse o parece no hacernos caso puede ser que esté tratando de reforzar nuestra fe débil.

Ahora bien, hay otro tema en la Liturgia de este Domingo: la salvación es para todos, judíos y no judíos.

¿Qué difícil es a veces compartir nuestra fe y nuestra vida con quienes son distintos a nosotros? No solamente los extranjeros, sino incluso dentro de nuestra misma sociedad o familia muchas veces “designamos” personas que no son “dignas” de nuestra atención o de nuestro cariño. Relegamos a quienes son distintos, criticamos a quienes piensan diferente, e incluso atacamos a quienes tienen valores diversos. Si Jesús fue capaz de aprender de una “mujer extranjera” ¿no seremos nosotros capaces de aprender de quienes nos rodean? Abrir nuestro interior para aprender de nuestra pareja que “siempre parece ser tan necio(a)”, para aprender de nuestros hijos, nuestros compañeros de trabajo, del pobre o de nuestros padres.

Para el Señor no existen las fronteras puestas por los límites familiares, nacionales, religiosos, sociales, políticos. Dios es para todos. En Él no hay distinción de personas.

Uno de los deberes de nuestra Iglesia es aceptar a todos, y aceptarlos con alegría y con amor, dejándoles entrar plenamente en las actividades de la comunidad.  Pero, por desgracia, esto no siempre pasa en nuestras comunidades eclesiales. Si no aceptamos a los nuevos como Cristo nos pide que lo hagamos nos estaremos comportando de la misma manera que se comportaba el pueblo judío en los tiempos de Cristo.

Con frecuencia vemos cómo algunas personas muestran abiertamente hostilidad, y hasta desprecio, frente a los que tratan de integrarse en nuestras comunidades. Hay personas que se sienten amenazadas, como si alguien les fuera  a arrebatar su puesto en la comunidad. Lo que olvidan es que la Iglesia pertenece a todos y que hay que compartir.

En esta Eucaristía roguémosle al Señor, por intercesión de María, la humilde Sierva del Señor, que nos conceda entrañas de misericordia para con los demás, para velar por sus derechos.

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