XIII
DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas de este domingo nos hablan de la
muerte y de la vida.
La 1ª lectura del libro de la Sabiduría, nos dice que Dios no
hizo la muerte, ni la quiere, sino que la muerte entró en el mundo por envidia
del diablo.
Dios es un Dios de vivos, no de muertos; Dios es un Dios amigo
de la vida, no de la muerte.
Si Dios ama la vida, entonces nos preguntamos ¿de
dónde la muerte y el dolor y todos los males? La muerte viene a ser la consecuencia
del pecado, y el pecado lo es de la irresponsabilidad humana.
Todas las cosas del mundo son medios de
vida, y todas son en principio buenas y saludables, no tienen el veneno de
la muerte. Pero el pecado, la envidia y el egoísmo, los deseos de poder y la
ambición sin límites, el endiosamiento de unos y la corrupción de otros, la
avaricia y la especulación, el espíritu de lucro y la explotación del hombre
por el hombre han corrompido la vida hasta la muerte y la convivencia
hasta las masacres de las guerras. Y de esa manera lo que debería ser y estar
al servicio de la vida, para una mejor calidad de vida, se convierte en
instrumento de muerte y en pretexto para no dejar vivir a nadie en paz.
El deterioro del hombre y de la sociedad, por el pecado, han
convertido las relaciones humanas en relaciones de dominio y de explotación y
han degradado la vida y la naturaleza. El pecado del mundo, tan palpable en el
hambre de unos, en las masacres de otros, en el miedo de casi todos, no es más
que situación de pecado que vive el hombre.
Hemos convertido así en sistema de miedo y de
muerte lo que debería ser un espacio para la vida y la libertad de todos. Y tenemos que
soportar, sin poder hacer nada, muchas veces, a todas esas personas, gobiernos
y empresas que se enriquecen construyendo armas para matar y que nos impiden
vivir en paz y libertad.
¿Por qué tenemos que tener enemigos? ¿Por qué
tenemos que estar unos contra otros? ¿No podremos estar todos con todos? ¿Por
qué mantener un sistema que nos hace enemigos de los demás?
Quienes pertenecemos a la Iglesia de Cristo
debemos vivir no como unos malvados, no como unos destructores de la vida, sino
como aquellos que luchan por el bien de los demás y por expulsar de entre
nosotros todo signo de maldad, de destrucción y de muerte.
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios, es una invitación a
ser solidarios con quienes tienen necesidad.
Aquellos que viven en la opulencia y desprecian
a su prójimo; más aún: que son los causantes de la pobreza, del hambre y de
la desnudez a causa de las injusticias que cometen, por mucho que se arrodillen
ante el Señor sólo podrán ser considerados unos hipócritas en la fe, pues quien
no ama su hermano a quien sí ve no puede decir que ama a Dios, a quien no ve.
“La abundancia de unos remedie la carencia de
otros”,
y brote la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar
para devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida.
El Evangelio de San Marcos, nos presenta la
curación de la hija de Jairo y la de la mujer con flujo de sangre.
La muerte o la enfermedad
no la envía Dios; lo que hace Dios, nuestro Padre que ama la vida, es ayudarnos
a sobrellevar estos males que Él no quiere.
En el evangelio no leemos
que Jesús dijera a los enfermos que tuvieran paciencia, que vieran el
sufrimiento como una prueba de Dios. Ni
dice Jesús que la muerte se deba aceptar resignadamente.
Jesús, ante la enfermedad
y ante la muerte, no habla. Jesús ante
la enfermedad y ante la muerte actúa. Es decir: Él, que podía hacerlo, cura; incluso -en algunos casos- resucita.
Pero, nosotros podemos
preguntarnos qué podemos y debemos hacer ante los enfermos, o ante quienes
sufren la muerte de uno de sus seres queridos.
Porque nosotros, lo que hacía Jesús: hacer milagros, no tenemos el poder.
Ante el dolor y la muerte
no se trata tanto de hablar, como de actuar.
Actuar, procurando comunicar vida a quienes más la necesitan. Es decir, haciendo compañía, atendiendo con
cariño, ayudando.
Lo que nosotros podemos
hacer es procurar compartir y comulgar con el amor que Dios tiene para con los
que sufren por la enfermedad o cercanía de la muerte.
No tenemos el poder de
hacer milagros, pero tenemos el poder de amar. Que es lo más importante.
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