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martes, 3 de julio de 2018

 
XIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
 
La liturgia de este domingo es una invitación a tener una fe verdadera en Dios y ser testigos de Él en el mundo sin importar nuestras flaquezas y debilidades, ya que la fuerza de Dios, actúa en el mundo a pesar de nuestras condiciones humanas. 
La 1ª lectura del profeta Ezequiel, nos decía que el pueblo de Israel era un pueblo testarudo, caprichoso y rebelde para con Dios y su mensaje; es decir el pueblo de Israel no hacía caso de la voluntad de Dios y prefería seguir sus propios caminos. 
Nosotros también somos muchas veces rebeldes para con Dios, somos rebeldes para obedecerlo y por ello nuestra sociedad cada vez más es también una sociedad rebelde contra la voluntad de Dios; una sociedad que cada vez se está alejando más de los mandamientos de Dios. 
Pareciera que existe una lucha constante entre Dios y nosotros: le ofrecemos a Dios buenas palabras y Él obtiene malas obras; le hacemos a Dios buenos propósitos y demasiadas veces no los cumplimos.  Y Dios sigue esperándonos y enviándonos mensajes para que volvamos al buen camino. 
¡Cuántas veces ofendemos la santidad de Dios por nuestros pecados y rebeldías!  Y sin embargo, el Señor sigue enviándonos profetas y dándonos menajes para que no nos olvidemos que nos está esperando. 
No seamos rebeldes a la voluntad y a los planes de Dios, no sustituyamos a Dios por ídolos que lo único que hacen es conducir nuestra vida hacia la perdición. 
La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios, hace alusión a una enfermedad, a una gran tentación que sufre san Pablo: “Para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne” 
Hay muchas personas que presumen de que todo lo hacen bien, lejos de presumir hemos de ser conscientes de que nos falta mucho para decir que todo lo hacemos bien. Dios se vale de la debilidad humana para hacer cosas importantes. 
Muchas veces tenemos la tentación de creernos mejores que los demás, de pensar que somos indispensables, e incluso hasta llegamos a pensar que el mundo iría muy mal si nosotros no existiéramos, es decir nos creemos los mejores e imprescindibles.  El que tiene esa imagen de sí mismo, el orgulloso, es incapaz de reconocer la fuerza de Dios. 
Dios no utiliza métodos espectaculares para mostrarse e imponerse a los seres humanos, sino que casi siempre Dios utiliza la debilidad y la sencillez para darnos a conocer sus caminos. 
Nosotros nos dejamos impresionar por los grandes espectáculos; nos dejamos impresionar más por la botella, por el envase que por el contenido y por eso muchas veces no captamos la presencia humilde, sencilla, débil de hacerse presente Dios en nuestra vida. 
Necesitamos aprender a mirar al mundo, a los hombres y a las cosas con los ojos de Dios y a descubrir a ese Dios que, en la debilidad, en la sencillez, en la pobreza, en la fragilidad, viene a nuestro encuentro y nos indica los caminos de la vida.  
El evangelio de san Marcos, nos muestra cómo fue recibido Jesús por sus paisanos. El evangelio de hoy nos muestra la actitud de no reconocer a Jesús porque se muestra como un hombre sencillo y humilde.  
Cuando nosotros nos cerramos a la novedad de Cristo y nos sentimos instalados en nuestras verdades y sobre todo cuando creemos que ya lo sabemos todo sobre Dios, no somos capaces de reconocer a ese Dios humilde y sencillo que se nos manifiesta en nuestra vida. 
Queremos un Dios fuerte y majestuoso, que se imponga a la fuerza a los que no creen o practican su fe y Jesús no encaja en ese perfil.  Nos fabricamos un Dios a nuestra imagen y nos cuesta renunciar a esa imagen de Dios que nos hemos fabricado. 
Por ello el evangelio de hoy nos invita a no dejarnos llevar por nuestros prejuicios y esquemas mentales.  Muchas veces tenemos prejuicios con personas: los juzgamos, los catalogamos y los etiquetamos y esto hace que no acojamos a esas personas y que no aprovechemos todo lo bueno que esa persona pueda tener. 
Purifiquémonos de nuestras rebeldías y de nuestros prejuicios para que con toda humildad reconozcamos la presencia humilde de Cristo en nuestra vida.


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