XIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
La liturgia de este domingo es una invitación
a tener una fe verdadera en Dios y ser testigos de Él en el mundo sin importar
nuestras flaquezas y debilidades, ya que la fuerza de Dios, actúa en el
mundo a pesar de nuestras condiciones humanas.
La 1ª lectura del
profeta Ezequiel, nos decía que el pueblo de Israel era un pueblo testarudo,
caprichoso y rebelde para con Dios y su mensaje; es decir el pueblo de Israel no
hacía caso de la voluntad de Dios y prefería seguir sus propios caminos.
Nosotros también somos muchas veces rebeldes
para con Dios, somos rebeldes para obedecerlo y por ello nuestra sociedad
cada vez más es también una sociedad rebelde contra la voluntad de Dios; una sociedad
que cada vez se está alejando más de los mandamientos de Dios.
Pareciera que existe una lucha
constante entre Dios y nosotros: le ofrecemos a Dios buenas palabras y
Él obtiene malas obras; le hacemos a Dios buenos propósitos y demasiadas veces
no los cumplimos. Y Dios sigue
esperándonos y enviándonos mensajes para que volvamos al buen camino.
¡Cuántas veces ofendemos la santidad de
Dios por nuestros pecados y rebeldías! Y
sin embargo, el Señor sigue enviándonos profetas y dándonos menajes para que no
nos olvidemos que nos está esperando.
No seamos rebeldes a la voluntad y a los
planes de Dios, no sustituyamos a Dios por ídolos que lo único que hacen es
conducir nuestra vida hacia la perdición.
La 2ª lectura de san
Pablo a los Corintios, hace alusión a una enfermedad, a una gran
tentación que sufre san Pablo: “Para que no me engría, se me ha dado una
espina en la carne”
Hay muchas personas que presumen de
que todo lo hacen bien, lejos de presumir hemos de ser conscientes de que nos
falta mucho para decir que todo lo hacemos bien. Dios se vale de la
debilidad humana para hacer cosas importantes.
Muchas veces tenemos la tentación de creernos
mejores que los demás, de pensar que somos indispensables, e incluso hasta
llegamos a pensar que el mundo iría muy mal si nosotros no existiéramos, es
decir nos creemos los mejores e imprescindibles. El que tiene esa imagen de sí mismo, el
orgulloso, es incapaz de reconocer la fuerza de Dios.
Dios no utiliza métodos espectaculares
para mostrarse e imponerse a los seres humanos, sino que casi siempre Dios
utiliza la debilidad y la sencillez para darnos a conocer sus caminos.
Nosotros nos dejamos impresionar por los
grandes espectáculos; nos dejamos impresionar más por la botella, por el
envase que por el contenido y por eso muchas veces no captamos la presencia
humilde, sencilla, débil de hacerse presente Dios en nuestra vida.
Necesitamos aprender a mirar al mundo, a
los hombres y a las cosas con los ojos de Dios y a descubrir a ese Dios que, en
la debilidad, en la sencillez, en la pobreza, en la fragilidad, viene a nuestro
encuentro y nos indica los caminos de la vida.
El evangelio de san
Marcos,
nos muestra cómo fue recibido Jesús por sus paisanos. El evangelio de hoy nos
muestra la actitud de no reconocer a Jesús porque se muestra como un hombre
sencillo y humilde.
Cuando nosotros nos cerramos a la
novedad de Cristo y nos sentimos instalados en nuestras verdades y sobre todo cuando
creemos que ya lo sabemos todo sobre Dios, no somos capaces de reconocer a ese
Dios humilde y sencillo que se nos manifiesta en nuestra vida.
Queremos un Dios fuerte y majestuoso,
que se imponga a la fuerza a los que no creen o practican su fe y Jesús no
encaja en ese perfil. Nos fabricamos un
Dios a nuestra imagen y nos cuesta renunciar a esa imagen de Dios que nos hemos
fabricado.
Por ello el evangelio de hoy nos invita
a no dejarnos llevar por nuestros prejuicios y esquemas mentales. Muchas veces tenemos prejuicios con personas:
los juzgamos, los catalogamos y los etiquetamos y esto hace que no acojamos
a esas personas y que no aprovechemos todo lo bueno que esa persona pueda
tener.
Purifiquémonos de nuestras rebeldías y
de nuestros prejuicios para que con toda humildad reconozcamos la presencia
humilde de Cristo en nuestra vida.
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