VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
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VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
Las lecturas de este domingo nos hablan de la
verdadera felicidad. Muchas personas
se pasan toda su vida persiguiendo la felicidad, felicidad que para muchos está
fuera de su alcance, y para otros, cuando creen que la han alcanzado, la
felicidad desaparece como una burbuja de jabón.
El profeta Jeremías, en la primera lectura, llama maldito al hombre que confía en el
hombre, y llama bendito al hombre que confía en Dios.
Confiar en el hombre es confiar en las
propias fuerzas, es sentirse autosuficiente, es rechazar cualquier tipo de
ayuda, cualquier tipo de auxilio de Dios.
Es creer que el ser humano es más que Dios.
Hay personas que sólo confían en el hombre,
en el poder humano y buscan la felicidad hecha a su medida y al margen de
Dios, y normalmente esa felicidad está muy alejada de la felicidad que Dios
quiere para nosotros. El que confía en
el hombre es aquel que no quiere formar parte de la aventura que Dios nos ha
preparado.
El que confía en el hombre es aquel que
sólo cree en su cuenta bancaria, en amistades influyentes, en la posición
social. En definitiva, el que construye
su vida la margen de Dios.
Estas personas, puede que aparentemente les
vaya bien, pero tarde o temprano será una persona sola y desamparada.
La persona que confía en el Señor es
aquella que produce abundantes frutos, es aquella que se entrega absoluta e
incondicionalmente a Dios. La
persona que confía en el Señor, cuando llegan los momentos duros como una
enfermedad, quedarse sin trabajo, estar sólo, etc., se mantiene firme en su fe,
y sigue dando frutos.
Prescindir de Dios es nuestra vida es andar
por caminos de muerte y renunciar a la felicidad y a una vida plena. Hemos pues de hacer una opción fundamental en
nuestra vida: confiar en el Señor o confiar en el hombre.
La 2ª lectura de San Pablo a los
Corintios nos habla hoy de la certeza de la
resurrección.
Si nuestra vida terminara aquí, en la
tierra, entonces, sí que lo único importante en esta vida sería llenarnos
solamente de bienes materiales. Pero
nuestra vida no termina, se transforma con la muerte y comenzamos a vivir la vida
de Cristo resucitado.
La certeza de la resurrección nos garantiza
que Dios tiene un proyecto de salvación y de vida para todos nosotros. Si no hubiera resurrección no tendría
sentido cree en Dios, no tendría sentido nuestros esfuerzos por más atractiva
que fuera esta vida. La resurrección es
la base y el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. No olvidemos que en la vida y en la muerte
somos del Señor.
En el Evangelio de San Lucas hemos escuchado las bienaventuranzas, es decir el camino para ser
felices, según Jesús.
Todos buscamos ser felices. Estamos hechos para la felicidad. Lo que sucede es que no coincidimos ni en qué
es la felicidad, ni cómo conseguirla.
El mundo nos propone una felicidad
barata, que nos deslumbra en un primer instante, pero que es de quita y
pon. Una felicidad solitaria y egoísta
que alegra los sentidos pero nos deja vacíos por dentro. Una felicidad que a la larga nos deja
insatisfechos.
El mundo dice que es feliz el que más
tiene, el que posee más comodidades y seguridades; el que más se divierte, el
que va a más fiestas, el que más viaja, el que más vacaciones tiene. El mundo nos dice que es más feliz el que
disfruta más de placer, el que viste con ropas más caras, el que gasta más.
Para Jesús la felicidad no está en poseer,
ni en tener, sino en dar; la felicidad no está en reír, sino en solidarizarnos
con los que lloran; la felicidad no está en gozar, sino en acompañar a los que
sufren.
Por eso se comprende que los pobres no son
felices por su pobreza, ni los hambrientos lo son por pasar hambre, Dios no
quiere la pobreza, ni el hambre; Dios no quiere el sufrimiento del ser humano;
lo que Dios nos dice es que mientras haya personas pobres, que pasan hambre,
que lloran y sufren, el único camino para ser felices en este mundo es
solidarizarnos con esas personas, compartiendo con ellos lo que somos y
tenemos. ¿Por qué? Sencillamente, porque
una familia no puede ser feliz si un hermano sufre o pasa hambre. Y todos
formamos parte de la familia humana que tiene a Dios como Padre y en la que
todos somos hermanos.
Jesús nos plantea hoy una opción: hay
que elegir de qué lado estamos, que felicidad nos interesa más: la de
este mundo o la que Él nos propone.
¿A quién queremos complacer?: ¿a Dios o a los hombres? En definitiva: queremos o no pertenecer al
Reino de Dios. Cada uno tome su
decisión.
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