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martes, 12 de febrero de 2019

VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
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VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
Las lecturas de este domingo nos hablan de la verdadera felicidad.  Muchas personas se pasan toda su vida persiguiendo la felicidad, felicidad que para muchos está fuera de su alcance, y para otros, cuando creen que la han alcanzado, la felicidad desaparece como una burbuja de jabón.
 
El profeta Jeremías, en la primera lectura, llama maldito al hombre que confía en el hombre, y llama bendito al hombre que confía en Dios.
 
Confiar en el hombre es confiar en las propias fuerzas, es sentirse autosuficiente, es rechazar cualquier tipo de ayuda, cualquier tipo de auxilio de Dios.  Es creer que el ser humano es más que Dios. 
 
Hay personas que sólo confían en el hombre, en el poder humano y buscan la felicidad hecha a su medida y al margen de Dios, y normalmente esa felicidad está muy alejada de la felicidad que Dios quiere para nosotros.  El que confía en el hombre es aquel que no quiere formar parte de la aventura que Dios nos ha preparado.
 
El que confía en el hombre es aquel que sólo cree en su cuenta bancaria, en amistades influyentes, en la posición social.  En definitiva, el que construye su vida la margen de Dios.
 
Estas personas, puede que aparentemente les vaya bien, pero tarde o temprano será una persona sola y desamparada.
 
La persona que confía en el Señor es aquella que produce abundantes frutos, es aquella que se entrega absoluta e incondicionalmente a Dios.  La persona que confía en el Señor, cuando llegan los momentos duros como una enfermedad, quedarse sin trabajo, estar sólo, etc., se mantiene firme en su fe, y sigue dando frutos. 
 
Prescindir de Dios es nuestra vida es andar por caminos de muerte y renunciar a la felicidad y a una vida plena.  Hemos pues de hacer una opción fundamental en nuestra vida: confiar en el Señor o confiar en el hombre. 
 
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios nos habla hoy de la certeza de la resurrección.
 
Si nuestra vida terminara aquí, en la tierra, entonces, sí que lo único importante en esta vida sería llenarnos solamente de bienes materiales.  Pero nuestra vida no termina, se transforma con la muerte y comenzamos a vivir la vida de Cristo resucitado.
 
La certeza de la resurrección nos garantiza que Dios tiene un proyecto de salvación y de vida para todos nosotros.  Si no hubiera resurrección no tendría sentido cree en Dios, no tendría sentido nuestros esfuerzos por más atractiva que fuera esta vida.  La resurrección es la base y el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza.  No olvidemos que en la vida y en la muerte somos del Señor.
 
En el Evangelio de San Lucas hemos escuchado las bienaventuranzas, es decir el camino para ser felices, según Jesús.
 
Todos buscamos ser felices.  Estamos hechos para la felicidad.  Lo que sucede es que no coincidimos ni en qué es la felicidad, ni cómo conseguirla.
 
El mundo nos propone una felicidad barata, que nos deslumbra en un primer instante, pero que es de quita y pon.  Una felicidad solitaria y egoísta que alegra los sentidos pero nos deja vacíos por dentro.  Una felicidad que a la larga nos deja insatisfechos.
 
El mundo dice que es feliz el que más tiene, el que posee más comodidades y seguridades; el que más se divierte, el que va a más fiestas, el que más viaja, el que más vacaciones tiene.  El mundo nos dice que es más feliz el que disfruta más de placer, el que viste con ropas más caras, el que gasta más.
 
Para Jesús la felicidad no está en poseer, ni en tener, sino en dar; la felicidad no está en reír, sino en solidarizarnos con los que lloran; la felicidad no está en gozar, sino en acompañar a los que sufren.
 
Por eso se comprende que los pobres no son felices por su pobreza, ni los hambrientos lo son por pasar hambre, Dios no quiere la pobreza, ni el hambre; Dios no quiere el sufrimiento del ser humano; lo que Dios nos dice es que mientras haya personas pobres, que pasan hambre, que lloran y sufren, el único camino para ser felices en este mundo es solidarizarnos con esas personas, compartiendo con ellos lo que somos y tenemos.  ¿Por qué? Sencillamente, porque una familia no puede ser feliz si un hermano sufre o pasa hambre. Y todos formamos parte de la familia humana que tiene a Dios como Padre y en la que todos somos hermanos.
 
Jesús nos plantea hoy una opción: hay que elegir de qué lado estamos, que felicidad nos interesa más: la de este mundo o la que Él nos propone.  ¿A quién queremos complacer?: ¿a Dios o a los hombres?  En definitiva: queremos o no pertenecer al Reino de Dios.  Cada uno tome su decisión.
 

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