XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
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XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
Las lecturas de este domingo son una invitación a la acción de
gracias, a la alabanza, al reconocimiento agradecido de la salvación que
Dios nos regala.
La 1ª lectura del
segundo libro de los Reyes nos
muestra a Dios curando a Naamán, el sirio, que era leproso y extranjero. A través de una cosa tan sencilla como
lavarse en el río Jordán, se logra el milagro que se pide. Y es que Dios no exige cosas imposibles;
solamente “creer y confiar en Él”.
En nuestros días, somos invitados, diariamente, a poner nuestra
confianza, nuestra esperanza y nuestra seguridad en los ídolos. Para algunas personas su confianza la
depositan en los brujos y adivinos que, supuestamente, les garantizan la
solución para todas las enfermedades, males de amor, fracasos en los negocios,
etc., pero cobrándoles una suma de dinero; para la mayoría de la gente su
confianza la depositan en el dinero, el poder, la moda, la comodidad, el éxito,
el coche, etc.
Naamán entendió que su curación no fue cosa de magia o brujería sino
del poder gratuito de Dios. Al
tiempo que fue liberado de la lepra, entendió que ese milagro no podía tener
otra explicación más que el poder de Dios, que, por la misma razón, ha de ser
el único Dios de toda la tierra.
Naamán es un símbolo de todos los hombres que buscan el favor del único
Dios verdadero y una vez que lo encuentran creen sólo en Él y le dan
culto. Podríamos decir que Naamán es el
tipo de persona que vive alejado de su fe y que, una vez que ve lo que el Dios
misericordioso hace por él, responde a la fe con un ánimo agradecido.
La 2ª lectura de san
Pablo a Timoteo es una exhortación a la fidelidad
a Dios. Jesucristo es nuestra razón de
vivir, de continuar, de esperar. Tener
miedo a los riesgos que puedan derivarse del anuncio del Evangelio, sería
renegar de Jesús.
Los hombres no
pueden encadenar ni silenciar la Palabra de Dios. Hoy
que se habla de libertad religiosa, sigue existiendo persecución contra algunas
personas que hablan de Dios y que proclaman su Palabra a las gentes. Hay persecución porque la Palabra de Dios nos
cuestiona, denuncia todo lo que no está de acuerdo con la realización plena del
hombre.
No tenemos que tener
miedo de proclamar la Palabra de Dios, porque el Señor ha prometido el éxito para quienes son perseverantes
en su labor de proclamar su Palabra sin miedo.
No podemos encadenar ni silenciar la Palabra de Dios.
En el Evangelio de
san Lucas, Jesús se queja diciendo:
“¿No han quedado limpios los diez?; los otros
nueve, ¿dónde están?”
Esta queja de Jesús nos tiene que cuestionar a todos nosotros. Mucha gente de
hoy piensa más en sus derechos que en ser agradecidos.
En
nuestra sociedad cada vez somos menos
agradecidos, hoy todo lo aseguramos y hacemos las cosas por contrato. Hoy todo se intercambia, se presta, se debe,
se exige, es la ley del mercado. Cada
uno tiene lo que ha conseguido o ha ganado con su trabajo. A nadie se le regala nada. Los favores y regalos suelen ser interesados
para alcanzar algo a cambio.
Todos
luchamos por los derechos de la persona, pero hay una virtud por la que
tendríamos que luchar y conquistar: la
gratitud, el ser agradecidos.
Es
la llamada de Jesús hoy, recordarnos que no
podemos ser humanos sin ser agradecidos, sin dar las gracias por todo lo
que recibimos en la vida: salud,
inteligencia, amistad, amor.
Con
frecuencia, los cristianos nos preocupamos más de cumplir los mandamientos que
de darle gracias a Dios. Vivimos
compitiendo con los demás y nos olvidamos de darle gracias a Dios por el don de
la vida que nos ha dado y por tantas otras cosas como Dios diariamente nos da.
Cuando
somos agradecidos nos abrimos a las personas, nos relacionamos con ellas con
confianza, sin prejuicios, sin rencores y se favorece el entendimiento humano.
Jesús
siempre se manifestó agradecido en toda su vida. Siempre que hacía un milagro o realizaba algo
importante decía: “Te doy gracias
Padre”. Esta es la actitud de la
persona humilde que sabe que nada puede hacer ella sola, que reconoce la ayuda
de los demás con agradecimiento.
Pero
hay muchas personas que van por la vida repitiendo que “yo no le debo nada a nadie”. Estas personas no encuentran ningún motivo
para ser agradecidos. Incluso les cuesta
orar alabando a Dios, dándole gracias.
Cuando llegan a rezar es sólo para pedirle
a Dios, no para agradecerle nada.
Preguntémonos
hoy: ¿Cuándo fue la última vez que
expresamos agradecimientos a nuestros padres? ¿A tus hijos? ¿A tu marido, a tu
mujer? ¿A Dios?
Si
recordásemos los regalos recibidos con la misma intensidad que las ofensas
recibidas, seriamos mucho más felices, y más justos con nosotros y con los
demás. Para recordar los regalos recibidos hay solo un modo: ser agradecidos. Jesús
nos interpela hoy a todos. Seamos
agradecidos.
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