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martes, 8 de octubre de 2019

XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
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XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
Las lecturas de este domingo son una invitación a la acción de gracias, a la alabanza, al reconocimiento agradecido de la salvación que Dios nos regala.
 
La 1ª lectura del segundo libro de los Reyes nos muestra a Dios curando a Naamán, el sirio, que era leproso y extranjero.  A través de una cosa tan sencilla como lavarse en el río Jordán, se logra el milagro que se pide.  Y es que Dios no exige cosas imposibles; solamente “creer y confiar en Él”.
 
En nuestros días, somos invitados, diariamente, a poner nuestra confianza, nuestra esperanza y nuestra seguridad en los ídolos.  Para algunas personas su confianza la depositan en los brujos y adivinos que, supuestamente, les garantizan la solución para todas las enfermedades, males de amor, fracasos en los negocios, etc., pero cobrándoles una suma de dinero; para la mayoría de la gente su confianza la depositan en el dinero, el poder, la moda, la comodidad, el éxito, el coche, etc.
 
Naamán entendió que su curación no fue cosa de magia o brujería sino del poder gratuito de Dios.  Al tiempo que fue liberado de la lepra, entendió que ese milagro no podía tener otra explicación más que el poder de Dios, que, por la misma razón, ha de ser el único Dios de toda la tierra.
 
Naamán es un símbolo de todos los hombres que buscan el favor del único Dios verdadero y una vez que lo encuentran creen sólo en Él y le dan culto.  Podríamos decir que Naamán es el tipo de persona que vive alejado de su fe y que, una vez que ve lo que el Dios misericordioso hace por él, responde a la fe con un ánimo agradecido.
 
La 2ª lectura de san Pablo a Timoteo es una exhortación a la fidelidad a Dios.  Jesucristo es nuestra razón de vivir, de continuar, de esperar.  Tener miedo a los riesgos que puedan derivarse del anuncio del Evangelio, sería renegar de Jesús.
 
Los hombres no pueden encadenar ni silenciar la Palabra de Dios.  Hoy que se habla de libertad religiosa, sigue existiendo persecución contra algunas personas que hablan de Dios y que proclaman su Palabra a las gentes.  Hay persecución porque la Palabra de Dios nos cuestiona, denuncia todo lo que no está de acuerdo con la realización plena del hombre. 
 
No tenemos que tener miedo de proclamar la Palabra de Dios, porque el Señor ha prometido el éxito para quienes son perseverantes en su labor de proclamar su Palabra sin miedo.  No podemos encadenar ni silenciar la Palabra de Dios.
 
En el Evangelio de san Lucas, Jesús se queja diciendo: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están?”
 
Esta queja de Jesús nos tiene que cuestionar a todos nosotros.  Mucha gente de hoy piensa más en sus derechos que en ser agradecidos.
 
En nuestra sociedad cada vez somos menos agradecidos, hoy todo lo aseguramos y hacemos las cosas por contrato.  Hoy todo se intercambia, se presta, se debe, se exige, es la ley del mercado.  Cada uno tiene lo que ha conseguido o ha ganado con su trabajo.  A nadie se le regala nada.  Los favores y regalos suelen ser interesados para alcanzar algo a cambio.
 
Todos luchamos por los derechos de la persona, pero hay una virtud por la que tendríamos que luchar y conquistar: la gratitud, el ser agradecidos.
 
Es la llamada de Jesús hoy, recordarnos que no podemos ser humanos sin ser agradecidos, sin dar las gracias por todo lo que recibimos en la vida: salud, inteligencia, amistad, amor.
 
Con frecuencia, los cristianos nos preocupamos más de cumplir los mandamientos que de darle gracias a Dios.  Vivimos compitiendo con los demás y nos olvidamos de darle gracias a Dios por el don de la vida que nos ha dado y por tantas otras cosas como Dios diariamente nos da.
 
Cuando somos agradecidos nos abrimos a las personas, nos relacionamos con ellas con confianza, sin prejuicios, sin rencores y se favorece el entendimiento humano.
 
Jesús siempre se manifestó agradecido en toda su vida.  Siempre que hacía un milagro o realizaba algo importante decía: “Te doy gracias Padre”.  Esta es la actitud de la persona humilde que sabe que nada puede hacer ella sola, que reconoce la ayuda de los demás con agradecimiento.
 
Pero hay muchas personas que van por la vida repitiendo que “yo no le debo nada a nadie”.  Estas personas no encuentran ningún motivo para ser agradecidos.  Incluso les cuesta orar alabando a Dios, dándole gracias.  Cuando llegan a rezar es sólo para pedirle a Dios, no para agradecerle nada.
 
Preguntémonos hoy: ¿Cuándo fue la última vez que expresamos agradecimientos a nuestros padres? ¿A tus hijos? ¿A tu marido, a tu mujer? ¿A Dios?
 
Si recordásemos los regalos recibidos con la misma intensidad que las ofensas recibidas, seriamos mucho más felices, y más justos con nosotros y con los demás. Para recordar los regalos recibidos hay solo un modo: ser agradecidos.  Jesús nos interpela hoy a todos. Seamos agradecidos.

 

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