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martes, 19 de diciembre de 2017


VIGILIA DE NAVIDAD

Hoy, hermanos y hermanas, hemos salido de casa y hemos venido aquí, a reunirnos con la comunidad, a través de la oscuridad. Nos hemos reunido de noche. Y la noche —esta maravillosa noche de Navidad— por un lado, da un sentido especial a nuestra celebración; por otro lado, nos sirve de parábola: es la imagen de otra clase de oscuridad. No podemos olvidar la cara oscura de la vida: la de las desgracias, las enfermedades o las privaciones materiales; la del pecado con toda su miseria moral. Estamos todos, dentro de esta pesada noche. La traemos pegada a la piel. Somos “el pueblo que caminaba en tinieblas”, como nos decía el profeta Isaías.

Ahora bien, todo esto es cosa del pasado. La novedad es otra. La buena nueva que hoy nos reúne y pone en nuestros labios un cántico nuevo es que, desde la primera Navidad, “habitaban tierra de sombras y una luz les brilló”. “Les traigo una buena noticia”, dice el ángel a los pastores de Belén: “les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Es ésta la gran noticia que en esta asamblea eucarística actualizamos. La luz de la Navidad es gracia que lo ilumina todo: Genera en nosotros la alegría cierta de una paz absoluta, incondicionada, porque no tiene su fundamento en nosotros, sino en un hecho maravilloso que nos trasciende: el Señor ama a los hombres.

Por ello esta noche hemos de decir: ¡Felicidades, Jesús! ¡Felicidades, hermanos!

Esta es la noche de las felicitaciones, porque es la noche de la felicidad, de la dicha más grande jamás anunciada: Dios se acordó de nosotros, Dios está entre nosotros, Dios nos quiere, nos ama y nos salva.

¡Felicidades, Jesús! Te has hecho tan nuestro que eres uno de nosotros, un niño que nace, que comienza a cumplir años.

Y cuando uno de los nuestros cumple años le decimos lo que a ti: ¡Felicidades!, ¡Bienvenido!

Te has hecho tan nuestro que eres uno de nosotros, y cuando uno de los nuestros descubre o aporta algo importante, lo felicitamos. Y tú nos descubres lo más importante: al mismo Dios; y tú nos aportas lo jamás soñado: el amor inmenso de Dios que se hace ternura en la carne de un niño, que se expresa en beso de perdón y de acogida, que se derrama en esperanza salvadora, que se entrega hasta la locura de la cruz. ¡Felicidades y gracias, Jesús!

¡Felicidades, hermanos! Estamos de enhorabuena. De la más completa enhorabuena. Lo increíble ha sucedido. Lo esperado por los siglos ha llegado. “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”.

El cielo ha rasgado sus velos y ha tendido un puente hasta la tierra. Desde hoy cielo y tierra se han unido. Dios y hombre se han fundido en un abrazo tan estrecho, que será imposible separarlos: el Hijo será nuestro hermano para siempre y nosotros para siempre sus hijos.
 
Cristo asume por completo nuestra vida humana, para que nosotros asumamos en Él la vida divina. Cristo nace e inicia su camino de amor hasta la muerte, para que nosotros nos hagamos compañeros de viaje y caminemos con Él por el amor hasta la vida que vence a la misma muerte y se abre a la resurrección. Así que felicidades, hermanos, estamos de enhorabuena.

¡Felicidades, María! ¡Es un niño lleno de hermosura! ¡De verdad! Nunca podremos decirlo a nadie con más verdad que a ti. Porque sabes que ese niño, tu hijo, el que acabas de dar a luz y aún estrechas en tus brazos, es la joya más preciosa, el tesoro más valioso y, por encontrarlo, merece dejarlo todo y entregarlo todo, hasta la propia vida.

Porque ese "niño que nos ha nacido, ese hijo que tú nos has dado, lleva al hombro el principado, y es su nombre: maravilla de consejero, Dios Amigo, Padre perpetuo, príncipe de la paz". Por eso estás tranquila, a pesar de no poder ofrecerle otra cosa al Dios hombre de tus entrañas, nacido entre tanta pobreza. Porque sabes que la riqueza es Él, y que precisamente desde la pobreza de un corazón sin apego alguno, es desde donde lo podemos presentar lo único que viene a buscar, nuestro amor.

¡Felicidades, José! No te apenes por no haber podido contar siquiera con la cuna de madera que, a buen seguro, estabas preparando en Nazaret con tantísimo cariño. ¿Ves? El pesebre que con tu buena maña has convertido en una cuna improvisada, es el mejor trono real para este Príncipe de la Paz.

¡Quédate satisfecho, José! Dios ha encontrado en ti, el hombre justo para ser el padre de quien trae la justicia; el creyente fiel que ha merecido cumplir las Escrituras y ponerle el nombre al Salvador, Jesús; el esposo que cuida en amor del amor virginal de María y del fruto virginal de su vientre.

En Jesús, María y José, nos felicitamos todos. Porque -lo decía san Pablo- “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la vida sin fe y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y santa”.

Este queremos que sea nuestro regalo: vivir con fe, sabiéndote descubrir en la carne más débil y necesitada de nuestros hermanos los hombres; vivir con sobriedad, aprendiendo tu lección de pobreza para compartir con ellos cuanto somos y tenemos, como tú; vivir con honradez nuestra religiosidad para demostrarte que te amamos amando a los demás.

Nuestro regalo eres tú, Señor. Permítenos frotarnos los ojos para creer lo que está sucediendo.

Permítenos escuchar una vez más “la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tienen la señal: encontraran un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
 
Aquí, en la Eucaristía, que es el nuevo Belén, tenemos la señal: es el Mesías, el Señor, renovando su nacimiento y con Él el misterio todo de nuestra redención.

Aquí y en Él, en Cristo, Dios nos sale al encuentro con su salvación realizada ya y que culminará cuando este Príncipe de la Paz reúna todo principado en el cielo y la tierra y lo presente a Dios en la plenitud de los tiempos. Entonces nuestro canto será como el de esta noche, aunque con una palabra añadida: “Gloria a Dios en el cielo, y en la nueva tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

 

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