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martes, 1 de mayo de 2018

VI DOMINGO DE PASCUA
Las lecturas de este sexto domingo de Pascua nos presentan el amor como el programa prioritario de los cristianos.  Este es el mandamiento por excelencia para los que queremos ser seguidores de Jesús.
La 1ª lectura de los Hechos de los Apóstoles nos dice claramente que la salvación que Dios ofrece a la humanidad es para todos los seres humanos.  Para Dios lo importante no es pertenecer a una raza, a un partido político, a un grupo social, sino la disponibilidad para acoger la oferta de salvación que Él nos quiere dar.
Las únicas personas que no se salvan son aquellas que se cierran por orgullo o por autosuficiencia a los planes de Dios.
El Dios que ama a todos los hombres, nos invita a acoger a todos los hermanos, también a los diferentes, los que nos resultan incómodos, los que son del partido diferente a que yo milito, los que no piensan igual que yo.  A todo ser humano hay que acogerlo con bondad, comprensión, amor.  No nos toca a nosotros decidir quien es bueno y quien es malo, quien es santo y quien es un diablo.  Dios nos invita a que acojamos a todos, a que a todos los invitemos a formar parte de nuestra comunidad cristiana, sea cual sea su situación personal o social.  Estamos llamados a no excluir, a no marginar a nadie, a no ser intolerantes con nadie, a no tener prejuicios contra nadie.
Es fácil hablar de respeto, pero es más fácil matarlo con nuestros rencores, enemistades, egoísmos e injusticias.  Muchas veces amamos por interés. Dios ama a todos, el amor de Dios es universal.  La fe es universal y el mensaje de Jesús es universal.  Seamos nosotros un reflejo de ese amor de Dios.
La 2ª lectura de la primera carta de San Juan, nos presenta una de las más profundas y completas definiciones de Dios: “Dios es amor”.
Todos esos momentos que en nuestra vida sentimos alegría, felicidad, paz, etc., son signos concretos del amor de Dios, de su presencia  a nuestro lado, de su preocupación por nosotros.  Si de algo debemos estar seguros, si de algo debemos tener certeza es que Dios es amor y que Él nos ama con un amor sin límite. 
Por ello nos invitaba san Juan a “nacer de Dios”, es decir, dejar que la vida de Dios circule en nosotros, que cada vez que vez que respiremos nos llenemos de la presencia de Dios en nuestra vida.  Debemos darnos cuenta que somos hijos de Dios no tanto por haber sido bautizados sino porque optamos libremente por Dios, porque día a día nos llenamos más de la presencia de Dios en nuestra vida.
El Evangelio de San Juan nos decía: “Como el Padre me ama, así los amo yo”.  Jesús es el rostro visible del amor invisible de Dios Padre.  Jesús es la personificación perfecta del amor de Dios.
Por amor Dios creó este mundo con toda su belleza.  Por amor Dios creó al ser humano y nos creó con tanto amor que nos hizo libres.  Nosotros, cada ser humano, somos obra del amor de Dios, somos fruto del amor y así deberíamos de vernos unos a otros en lugar de despreciarnos y despreciar a los demás con nuestros rencores, odios, envidias, etc.  ¡Qué diferentes serían nuestras relaciones si en vez de despreciarnos unos a otros, nos viésemos todos como lo que somos, hijos queridos de Dios!  Quizás empezaríamos a ver al mundo, a los demás y a nosotros mismos con otros ojos, quizás nos veríamos con otra mirada, una mirada más comprensiva, más bondosa, más humana. 
¿Cómo nos ama Dios y cómo deberíamos de amarnos nosotros?  El amor de Dios es un amor gratuito: sin razones, sin motivos, sin intereses, puro regalo, no es un pago por nuestros méritos, sino puro don.  “No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido”. 
El amor de Dios es un amor generoso: que lo da todo, se da del todo y se da a todos. 
Es un amor incondicional: que ama sin condiciones.  Que nunca nos quitará el crédito de su amistad, ni aún en el caso que nosotros no correspondamos a su amor.  Un amor que nos ama por encima de nuestras cualidades y comportamientos. 
Es un amor sin límites: sin condicionamientos humanos.  Ni siquiera la muerte es su límite, porque “el amor no pasa nunca”.  Sin límites de intensidad, hasta el extremo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.   
Así debe ser el amor que debemos vivir los seres humanos, sólo un amor así nos realiza como personas y nos hace hijos de Dios. 
Alegrémonos hoy en el Señor, porque Él nos ha amado primero.  Démosle gracias por tanto amor y que su amor llegue a plenitud en cada uno de nosotros.

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