XIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

Las lecturas de este domingo nos enseñan dónde encontrar a Dios. Dios se da a conocer en la sencillez, en la humildad.
La 1ª lectura, del libro de Zacarías, nos presenta la preocupación de Dios por salvar a su pueblo.
Actualmente, los gobiernos de este mundo, tratan de hacer pactos, alianzas multinacionales para ser eficaces y poder imponerse a los demás. Sin embargo, Dios nos ofrece la salvación, la liberación, en el símbolo de un Mesías que nos trae la paz desde la sencillez de su persona. Esto que le prometió Dios a su pueblo sigue siendo un hecho para nosotros, porque Dios no ha cambiado su esencia ni sus deseos de darnos paz y salvación.
Los países creen que es necesario tener muchas armas, poderosos ejércitos, gastar mucho dinero en instrumentos de guerra, para imponer, por la fuerza y por el miedo, la paz y la seguridad del mundo. El profeta Zacarías nos dice que Dios viene desarmado, pacífico, humilde y así es como Él salva y nos libera. Dios se manifiesta en la humildad, en la pobreza y en la sencillez.
A veces, nos sentimos decepcionados, frustrados, sin esperanza; sin ser capaces de tomar en serio nuestro futuro y dar un sentido a nuestra vida. En esas circunstancias, somos invitados a descubrir a ese Dios que viene a nuestro encuentro, que restaura nuestra esperanza y nos ofrece la paz.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Romanos nos invita a vivir “según el Espíritu” y no “según la carne”.
Vivimos una época de grandes descubrimientos, todos ellos van encaminados a conseguir una vida cada vez más agradable y cómoda. Sin embargo, aunque vivimos mejor cada día, no somos más felices, porque como nos dice San Pablo la felicidad no puede consistir en dar rienda suelta a los deseos humanos del cuerpo.
Como cristianos no nos podemos dejar dominar por la carne, es decir, por una vida de pecado, porque el pecado es rebeldía contra Dios. Hemos de dejar que sea el Espíritu de Dios el que habite en nosotros para cambiar las obras del pecado por obras de bien, obras responsables, obras de Dios. El cristiano debe dar muestras en su vida de ser guiado por Dios y no por el pecado.
El Evangelio de san Mateo nos presenta a Jesús diciendo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.
Hoy, Jesús nos invita a acercarnos a Él. Es claro que, para acercarnos a Cristo necesitamos dos disposiciones fundamentales: Primeramente, necesitamos reconocer que los problemas de la vida nos rebasan y que, además, estamos cansados, fatigados y agobiados por tantos asuntos. Y en segundo lugar, también necesitamos reconocer que solamente en Cristo podemos encontrar la ayuda que nos hace falta.
Muchas veces no aceptamos esta invitación de Cristo porque creemos que nosotros podemos solucionar nuestros problemas por nosotros mismos. Para ayudarnos, Jesús nos pide dos cosas: la primera es que carguemos con su yugo. Y la segunda es que aprendamos de Él.
¿De qué yugo nos está hablando Jesús? Nos habla del yugo del amor. El yugo o mandamiento que Cristo nos da es el yugo suave del amor. Muchas de las cosas de nuestra vida se nos hacen pesadas e insoportables porque no las enfrentamos con amor. Nos falta amor a Dios y a los hermanos.
El hacer las cosas por obligación es lo que hace que las cosas se nos hagan más pesadas. El amor es lo que aligera las cargas.
Luego, después de invitarnos a cargar con su yugo, Jesús nos invita a aprender de Él, que es manso y humilde de corazón. Estos dos elementos, juntamente con el yugo de amor que Cristo nos ofrece, son los que nos van a liberar de nuestras angustias y desesperaciones.
La mansedumbre y la humildad de las que Cristo nos habla consisten, en primer lugar, en reconocer, por medio de la humildad, nuestras propias capacidades y limitaciones; y en segundo lugar, por medio de la mansedumbre, hemos de aprender a dominar nuestra agresividad.
Las cosas de la vida se nos hacen pesadas y molestas, porque en el fondo vivimos peleando y compitiendo en contra de los demás. Gran parte de la formación que se nos ha dado ha sido para competir. Y nuestros fracasos y limitaciones son los que nos hacen sentir constantemente frustrados. Esto hace que nuestras cargas se hagan cada vez más pesadas.
Hagamos las cosas lo mejor que podamos. Dios nunca nos va a pedir que demos más allá de nuestras propias capacidades. Por eso, es que nunca hemos de compararnos con los demás.
Seamos lo que somos.
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