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viernes, 13 de octubre de 2017

HOMILIAS DIARIAS

 

 
 
 
 



XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

Las lecturas de este domingo son una invitación de parte de Dios a que seamos felices, porque Dios lo que desea para todos es la felicidad y por eso cada vez que celebramos la eucaristía somos invitados al banquete festivo con su Hijo Jesús.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos habla de un banquete donde Dios nos dará su paz y secará las lágrimas de nuestros ojos.

Hoy como ayer, el mundo nos ofrece muchos supuestos “salvadores” de todos nuestros problemas, por eso el profeta Isaías nos llama a la esperanza porque sabemos que Dios nos va a salvar y podremos celebrar gozosos con Él nuestra salvación.
 
Dios tiene un proyecto de vida para cada uno de nosotros, y ese proyecto de vida es para todos, nadie queda excluido, a no ser que él no quiera.  Hay personas que piensan que Dios nos ha abandonado, y no es así.  Nosotros sus hijos no somos una humanidad abandonada a su suerte, somos personas a las que Dios ama, a quienes invita a formar parte de su familia y a quienes ofrece la vida plena y definitiva.  Tenemos que tomar conciencia de que no vamos solos por el mundo, Dios nos acompaña, por eso hemos de tener esperanza y confianza en nuestro caminar por esta tierra.

Ahora bien, hemos de aceptar la invitación que Dios nos hace a formar parte de su familia si queremos participar un día de una fiesta de vida eterna.  Y aceptar la invitación de Dios significa poner como prioridad en nuestra vida el amor, dar testimonio de los valores del Reino y construir, ya aquí, una nueva tierra de justicia, de solidaridad, de compartir y de amor.

La 2ª lectura de San Pablo a los Filipenses nos hace ver que San Pablo está acostumbrado a todo.  Sabe vivir en pobreza y en abundancia.  Conoce tener de sobra y vivir en escasez.  Se ha ejercitado en la paciencia frente a las grandes dificultades a la hora de anunciar el Evangelio.

San Pablo nos ofrece hoy una regla de oro para vivir nuestra fe.  Nos dice que ni pobreza ni riqueza han de ser objeto de nuestras preocupaciones diarias.  Ser cristiano implica abrir el corazón a las necesidades de los hermanos pobres y desfavorecidos y compartir nuestra vida y nuestros bienes.

Por eso ni la pobreza ni la riqueza nos deben intranquilizar ni hacernos perder la paz, la alegría en cualquiera de esas dos situaciones en las que nos encontremos.  Lo importante es vivir en armonía y amistad con Dios y en solidaridad con los hermanos: ya sea en pobreza o en abundancia.

El hombre no es más feliz por tener muchos bienes económicos sino por necesitar pocas cosas para poder desarrollar su vida.  Recuerden las palabras que hoy nos decía San Pablo: “todo lo puedo en Aquel que me conforta” es decir que la verdadera paz y felicidad la tienen aquellos que han puesto su confianza únicamente en el Señor.
 
El Evangelio de San Mateo nos decía hoy que el Reino de los cielos se parece a un rey que celebra la boda de su hijo.

Todos somos invitados a formar parte del Reino de Dios.  Pero cada uno tiene que decidir y escoger si quiere o no formar parte de la familia de Dios.  Somos libres de pensar y de actuar y Dios quiere que respondamos libremente a su invitación, quiere que vivamos en libertad aquí en esta vida, y que en libertad decidamos también nuestra vida futura.

Los invitados no aceptaron la invitación, tenían otros asuntos más importantes.  Estas personas son aquellos que están demasiado ocupados en escalar puestos en la vida, o en conquistar la fama, o en imponer a otros sus criterios, o en disfrutar del dinero. Hay muchas personas que no les interesa Dios porque lo único que les interesa es el saber o la ciencia o simplemente la justicia social o sus negocios o el futuro.  Estas personas no tienen el corazón abierto y disponible para las propuestas de Dios. Son aquellas personas que dicen que Dios puede esperar, porque ellos tienen ocupaciones más importantes.

Aunque muchos no acepten la invitación de Dios, la fiesta no se suprime: se llama a los que están en los cruces de los caminos y así se llena la sala.  Estas personas que aceptan la invitación son todos aquellos que, a pesar de sus limitaciones y de su pecado, tienen el corazón disponible para Dios y para los desafíos que Dios les propone.

Hay un detalle importante en la parábola, el Señor exige un “traje de fiesta” para entrar con dignidad al banquete.  Esto quiere decir que no se es cristiano por el simple hecho de estar bautizado.  La salvación no es una conquista, hecha de una vez para siempre, sino un sí a Dios siempre renovado, y que implica un compromiso real, serio y exigente con los valores de Dios.  Tenemos que diariamente hacer una opción por Dios.  No podemos tener un compromiso a medias con Dios, sino que hay que comprometerse seria y coherentemente con Él cada día de nuestra vida.  El traje que pide Jesús es tener una mente, un corazón y una vida al estilo de Dios.

Ser cristiano no es cuestión de teoría sino de compromiso con Dios.