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martes, 24 de septiembre de 2019

XXVI DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
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XXVI DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
La liturgia de este domingo nos propone, de nuevo, la reflexión sobre nuestra relación con los bienes de este mundo y cómo debemos comportarnos con todo aquello que nos es dado.
 
La 1ª lectura del profeta Amós es una denuncia contra todas aquellas personas que viven ociosas, que tienen grandes lujos a costa de explotar a los pobres y que no se preocupan mínimamente por el sufrimiento y la miseria de los pobres.
 
Pensemos en las fiestas de los actores, cantantes, políticos y personas importantes.  ¿Cuánto no se gastan, no ya en la fiesta, sino en ropa, joyas, perfumes, mientras hay gente que no tiene para vivir?  Pensemos en los gobernantes que malgastan el dinero público y que casi nunca son enjuiciados porque siempre hay una manera de hacer que los delitos prescriban.
 
Pensemos también en tantos trabajadores que arriesgan su vida en obras peligrosas, porque el dueño no quiere gastar nada en sistemas de seguridad; pensemos en aquellos que gana el sueldo mínimo, trabajando duramente para que se enriquezca el patrón y que al llegar la hora de pagar, no tiene para pagarle y le pide que se espere para cobrar la semana siguiente.
 
Pero, pensemos también en nosotros mismos.  ¿Cuántas veces no nos dejamos llevar por el deseo de tener y compramos tantas cosas que no son necesarias?  ¿Cuántas veces sacrificamos la economía de la familia para pagar nuestros caprichos y no pensamos en el resto de la familia que depende de nosotros para vivir?
 
Hoy, el profeta Amós nos recuerda lo que nos puede pasar cuando vivimos preocupados, nada más, por el bienestar propio, y demasiado olvidados de la solidaridad con los necesitados: calamidades y desgracias.
 
La 2ª lectura de San Pablo a Timoteo es una invitación a vivir como “hombres de Dios”, es decir a vivir seriamente nuestra vida cristiana practicando las virtudes cristianas y guardando el “Mandamiento de Cristo-Jesús”.
 
El “hombre de Dios” es el cristiano que ama a los hermanos, que es justo, es alguien que no vive pensando nada más que en él mismo, sino que vive para compartir, todo lo que es y lo que tiene, con los hermanos.
 
El “hombre de Dios” es aquel que vive con entusiasmo su fe, que ama a sus hermanos y que da testimonio de la verdadera doctrina de Jesús; que no de  deja llevar por las modas o por los propios intereses.
 
Como cristianos, si queremos ser “hombres de Dios”, debemos luchar constantemente por mantenernos fieles a nuestra fe en un mundo que cada día más nos invita a dejar a un lado nuestra fe.
 
El Evangelio de San Lucas nos ha presentado la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.
 
El evangelio nos dice que estos dos hombres vivían cerca el uno del otro, pero había un abismo inmenso imposible de cruzar.  Jesús condena el olvido, la insensibilidad, la barrera que levantamos entre los seres humanos.  Estos son dos hombres distanciados por la insolidaridad y el egoísmo.
 
Hombres y mujeres creados por Dios para ser hermanos, nos encontramos divididos por el dinero, por el poder, por el prestigio, abriendo nosotros mismos esas brechas que a veces resultan imposibles de cruzar.
 
El rico del evangelio piensa que sólo existe él y los que disfrutan con él.  Jesús nos dice que no podemos vivir ignorando a los pobres.  El que vive así termina convirtiendo su vida en un fracaso.  No podemos disfrutar de los bienes materiales dando la espalda a los pobres porque esto es incompatible con el reino de Dios.
 
Jesús nos dice hoy que cuando la riqueza excluye a los demás, cuando no es un bien, cuando no ayuda a los seres humanos, termina, la riqueza, por destruirnos y deshumanizarnos porque nos va haciendo indiferentes e insolidarios ante las desgracias ajenas y nos crea una verdadera ruina espiritual.
 
Cuantas personas hay ciegas porque no ven a los necesitados, no son capaces de comprender sus angustias y esto termina dividiendo y levantando barreras en la sociedad.
 
Todos somos hijos del mismo Padre, por lo tanto, hermanos.  No podemos habituarnos a las desgracias de tantas personas que viven junto a nosotros y que sufren necesidades y no darnos cuenta de este gran problema.
 
Nuestra sociedad no puede avanzar, no puede buscar progreso ni bienestar olvidando el sufrimiento de los más débiles y desafortunados.
 
Hay tantos necesitados cerca de nosotros pero tan ignorados y olvidados como Lázaro. No seamos sordos y ciegos ante las necesidades de tantos hermanos nuestros.