V DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)
Estamos ya cerca de la Semana Santa, el próximo domingo celebraremos el domingo de Ramos. Durante todo este tiempo de cuaresma hemos ido haciendo un recorrido por la Historia de la Salvación para prepararnos a celebrar mejor la Pascua: la muerte y resurrección de Jesús.
La 1ª lectura del profeta Jeremías nos ha presentado la propuesta de Dios de hacer una nueva Alianza con su pueblo.
Unas de las grandes preocupaciones de Dios es que el hombre se realice como persona, que alcance la felicidad plena. Por eso Dios quiere cambiar el corazón del hombre. Sólo con un corazón transformado el hombre será capaz de aceptar los planes de Dios y de conducir su vida de acuerdo a los valores que Dios nos propone para que así podamos alcanzar la armonía, la paz y la verdadera felicidad.
Dios lo que nos pide es que lo acojamos a Él en nuestra vida, que nos dejemos transformar, que aceptemos los retos que Dios nos propone para poder formar parte de la familia de Dios. Tenemos que aceptar incondicionalmente las propuestas que Dios nos hace, no podemos ponerle “peros” a lo que Dios nos pide.
Hay que estar atentos a los proyectos de Dios, aceptar sus planes, conducir nuestra vida de acuerdo a sus valores y dar testimonio de nuestro ser cristianos viviendo en comunión con Dios.
La 2ª lectura, de la carta a los Hebreos nos presenta a Jesucristo, el sumo sacerdote de la nueva Alianza, que se solidariza con los hombres y les señala el camino de la salvación.
Jesús vino a nuestro encuentro, asumió nuestra humanidad, conoció nuestra fragilidad, compartió nuestros dolores, miedos e inseguridades. Él comprendió a los hombres y sus flaquezas.
No estamos solos frente a nuestra fragilidad y debilidad; Cristo nos entiende, camina a nuestro lado, nos anima cuando no podemos caminar. Sobre todo, Cristo, camina con nosotros, nos muestra el camino hacia esa vida plena y definitiva que Dios nos quiere ofrecer.
¿Tenemos tiempo en nuestra vida para escuchar a Dios y responder a sus retos? ¿Cumplimos siempre su voluntad? O no nos interesa lo que Dios tenga que decirnos o proponernos.
El evangelio de san Juan nos describe el temor y la angustia que Jesús está sintiendo ante la hora de su muerte. Jesús no vivió para morir en la cruz. En su vida alivió los sufrimientos de las gentes, buscó la felicidad para todos. Esto fue lo que lo llevó a la cruz porque sus enemigos no aceptaron lo que Jesús hacía y decía.
Tengámoslo claro, Dios no envió a su Hijo para que sufriera, para que lo mataran. Dios no quiere el sufrimiento de nadie. El Padre envió a su Hijo para salvarnos, para anunciarnos el Reino de Dios. No es el sufrimiento de Jesús lo que nos salva, sino el amor con que vivió ese sufrimiento. Jesús no murió de muerte natural, fue asesinado por la causa que defendía.
A Jesús no le mataron por “ser bueno“, sino porque cuestionó y rechazó las instituciones y poderes que pervertían a aquella sociedad.
No siempre se ha entendido bien el sufrimiento. Hay sufrimientos que podríamos llamar normales: enfermedades, achaques, envejecimiento, son sufrimientos inevitables. Hemos de tratar de superar estos sufrimientos, el dolor de la enfermedad, de nuestras torpezas personales. Hemos de buscar disminuirlos, evitarlos en lo posible, es legítimo. La vida es un don de Dios y hemos de conservarla mientras esté de nuestra mano.
Pero nuestra vida tiene también su límite: la muerte, y este dolor no podemos suprimirlo ni evitarlo.
Hay además un sufrimiento en el mundo fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Injusticias con que nos herimos mutuamente, provocamos el reparto injusto de bienes, el hambre, generamos miseria y dolor, las amenazas, el terrorismo, la guerra. Estos sufrimientos son consecuencia de nuestra maldad, y hay que evitarlos. Dios quiere que vivamos como hermanos, que no provoquemos el sufrimiento de los demás, que nos ayudemos a vivir dignamente.
Podemos y debemos también impedir los sufrimientos causados por las injusticias, por la privación de los derechos humanos, por el hambre, por la incultura, por no tener una casa digna.
Jesús sufrió, y como Él todos los que nos comprometemos en la tarea de organizar este mundo como un mundo de hermanos, un mundo justo, sufriremos el acoso de quienes se benefician de las injusticias, de los perversos.
Cuando se ama y se vive intensamente la vida, no se puede ser indiferente a las injusticias y al dolor grande o pequeño que provocan en las gentes. El amar incluye solidaridad en el dolor, porque “no existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno”.
Quien quiere seguir a Jesús se dispone a seguir el camino de Jesús, que es desvivirse por los demás.