Vistas de página en total

lunes, 30 de octubre de 2023

 

TODOS LOS SANTOS (CICLO A)


Celebramos hoy esta fiesta grande de Todos los Santos, festejamos que Dios hace partícipes de su felicidad a todos los hombres y mujeres que han vivido en este mundo y que hoy gozan ya con Él de su felicidad para siempre. Esta fiesta que ha de colmar también nuestra esperanza y nuestros deseos de ser felices.

Aunque son muchos los santos canonizados por la Iglesia, solo representan un pequeño grupo ante esta masa grandiosa que llega de todas las partes del mundo, de todos los tiempos, de todas las culturas y religiones, entre ellos podemos reconocer a parientes, amigos nuestros. Pasaron entre nosotros dejando una huella de bondad, en muchas ocasiones casi sin hacer notar su presencia. Ellos con su vida, de la que hemos sido testigos, nos han dado las mejores lecciones por su forma de vivir y de creer.

Hemos escuchado este relato del evangelio en el que Jesús propone un proyecto de vida válido para todos los seres humanos. Un proyecto de felicidad, es un proyecto fundamentalmente ético, apropiado a nuestro mundo de hoy dominado por un sistema económico que enriquece a unos pocos a costa del sufrimiento y dolor de la gran mayoría.

Parece paradójico, pero tratemos de tomar en serio esta palabra de Jesús, las bienaventuranzas.

En las primeras Jesús invita a vivir la felicidad, presenta la pobreza, la aflicción, el desprendimiento, el hambre, la sed de justicia como fundamento, como la seguridad de alcanzar la felicidad.

En las siguientes invita a la generosidad, a la solidaridad, a tener un corazón compasivo, misericordioso, al trabajo por la paz, a la reconciliación. Es el comienzo del Reinado que ya está aconteciendo con su vida y que invita a asumir a quienes acepten su proyecto

A nosotros puede ser que nos desconcierten estas palabras, que nos den miedo, porque pensamos que la felicidad está en el goce, en el éxito, en el superar a los demás, en superar a los competidores con una posición más brillante.

Nosotros vivimos nuestras propias bienaventuranzas. Son nuestros bienes, nuestras compras, nuestros triunfos, nuestra seguridad. Jesús ha trastocado el sentido de nuestra felicidad. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender la vida y nos ha descubierto que vamos contra corriente.

Jesús vivió las bienaventuranzas. Fue el camino que Él siguió, acercándose a los pobres y enfermos tratando de devolverles la salud, la felicidad. La cercanía de Jesús nos asegura siempre la cercanía de Dios, la esperanza del amor de Dios, de vivir en su gozo.

El rostro de Jesús está especialmente presente en los que sufren, en los que tienen hambre, en los maltratados, en los emigrantes; el vivir conscientes de esa presencia nos ha de dar la fuerza para tener un corazón generoso, ser misericordiosos y creadores de paz y de justicia.

Ser cristiano no es buscar el sufrimiento por sí mismo, es buscar la verdadera felicidad viviendo como hoy nos dice Jesús. Una felicidad que comienza aquí, aunque alcanza su plenitud en el encuentro final con Dios. Una felicidad radicada en lo profundo de nuestro ser al abrir el corazón al que sufre, al rebelarnos ante sus miserias y desgracias, al poner el mayor coraje en la búsqueda de la justicia en este mundo nuestro en el que están entronizados el poder y la violencia.

Debemos contemplar su presencia obrando en los acontecimientos, sobre todo en los acontecimientos que causan dolor e inquietud, en cada uno de los acontecimientos sangrantes de nuestro tiempo, que aportan tanto sufrimiento. En toda suerte de violencia, en las violencias de género, en el maltrato y desprecio a mujeres, en el y odio, la mentira, en la vida política, en los robos y distorsiones…

Esa presencia de Jesús en nuestra historia nos ha de dar valor para vivir la caridad difícil de comprometernos en trabajar por la justicia y la paz, aunque nos acarree persecuciones e incomprensión.

Esta fiesta que celebra el Padre con todos sus hijos, nos recuerda que hay otro camino de felicidad aunque nos parezca falso e increíble. Esta fiesta nos dice que la verdadera felicidad es algo que se la encuentra de paso, en el correr de la vida, como fruto del seguimiento fiel a Jesús.

Jesús nos invita hoy a todos vivir con el espíritu del sermón el monte, es el espíritu, que como nos ha dicho Juan en la segunda lectura, nos conduce a ir siendo los hijos de Dios, cada uno a su estilo, hay tantos tipos y vocaciones de santos cuantas situaciones humanas existen, pero hay algo común a todas: ser y vivir como hijos del mismo Padre, en una hermandad universal, sin esto no hay santidad. Nosotros hemos de alcanzar nuestra santidad propia, aquella a la que Jesús nos invita a cada uno.

Pidamos a Jesús un corazón generoso que permita ver a Dios en cada uno de los hermanos de modo que vivamos con todos, especialmente con los que sufren con verdadera misericordia y seamos fieles a la misión que nos ha confiado con la esperanza de que se realizará la promesa de Jesús: Felices los que sufren, los que viven con un corazón generoso, ellos serán plenamente felices.

Todos estamos llamados a disfrutar de la felicidad y el gozo de Dios al verle cara a cara y al sentirnos amados por Él. Unámonos hoy a Todos los Santos que ya disfrutan de esta felicidad.

No lo olvidemos, el Reino de Dios comenzará en su plenitud cuando se cumplan las bienaventuranzas anunciadas por Jesús y que hoy hemos escuchado una vez más.

XXXI DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


En este domingo, la Iglesia nos invita a una reflexión responsable sobre la seriedad, la verdad y la coherencia de nuestro compromiso con Dios y con el Reino.

La 1ª Lectura del Profeta Malaquías es una dura advertencia a los Sacerdotes de esa época por su mal comportamiento y por la predicación de falsas doctrinas.  Los sacerdotes de la Antigua Alianza habían olvidado sus obligaciones como hombres de Dios.  Rompieron el pacto hecho con Dios y en lugar de guiar al pueblo por buenos caminos, lo descarriaban por senderos torcidos que no conducían hasta Dios.

El Señor, les dijo a sus apóstoles que los enviaba como ovejas en medio de lobos.  Esta es una difícil tarea para los sacerdotes.  Por eso no debemos extrañarnos que a veces fallemos como sacerdotes.  Por ello este es un buen momento para que pensemos que todos los fieles deben de echar siempre una mano a los sacerdotes y que hay que rezar por ellos.  Para que seamos fieles a la misión que Dios nos ha encomendado y seamos un estímulo para que todos hagamos el bien y nunca el mal.

Hay que esforzarse por comprender a los sacerdotes, por perdonarlos, por ayudarlos, por animarlos a seguir con la ilusión del primer día por el difícil camino del sacerdocio.

Para que esta Comunidad pueda alcanzar su meta y llevar a cabo la misión del Señor, necesita de la colaboración de todos sus miembros: sacerdotes y laicos.  Unos y otros tenemos una importante misión que realizar en la Iglesia de Dios.

San Pablo, en la 2ª lectura, en su carta a los Tesalonicenses, manifiesta su alegría por la acogida que los Tesalonicenses dieron a su mensaje.  Debido a ello les habla con gran ternura y delicadeza. Pero también les manifiesta que ha trabajado y luchado fuertemente para que la palabra de Dios realizara su fruto en aquella comunidad.

El amor a la comunidad lleva al sacerdote, a ofrecer lo más valioso que tiene: Cristo, el Señor.  El amor a los fieles es lo que hace que el sacerdote no haga distinciones de ninguna clase; que siempre predique la verdad, aunque, a veces, nos incomode; que corrija a sus fieles cuando sea necesario; que cuando vea algo indigno a los ojos de Dios, sepa ser exigente, ejerciendo su autoridad como ministro de la Iglesia; que pida a sus fieles que se dejen guiar en su vida por el Evangelio.

El Evangelio de san Mateo nos habla de la hipocresía. Todos hemos de evitar caer en hipocresías, egoísmo y luchas de poder, pues todas estas actitudes dañan fuertemente a las comunidades.

El Evangelio de hoy no sólo está dirigido solamente a nosotros, los que tenemos responsabilidades en la comunidad.  Se dirige a todos, a todos los que llevamos el nombre de cristianos.

Porque de hecho, todos los que llevamos el nombre de cristianos, todos los que ahora estamos participando de esta Eucaristía, somos anunciadores del Evangelio, y por lo tanto tenemos el deber de cumplir en nuestras vida lo que anunciamos.

Llamarse cristiano significa afirmar que creemos en Jesús, en lo que nos ha dicho, en lo que nos ha enseñado; y significa que tenemos que vivir y actuar como cristianos con palabras y con hechos.  Si nos decimos cristianos pero vivimos como si no lo fuéramos, estamos actuando como esos fariseos que Jesús criticaba hoy en el Evangelio.  No podemos ser cristianos en determinados momentos y en otros no. 

Las palabras de Jesús van dirigidas a cada uno de los cristianos, pero muy especialmente a los que tienen cualquier tipo de responsabilidad en la fe de los demás.  Por ejemplo a esos papás que se dicen cristianos y que un día bautizaron a sus hijos y se comprometieron a educar en la fe a sus hijos y llegado el momento se ha olvidado de esta educación porque mintieron ante la comunidad y ahora les dicen a sus hijos que si quieren que vayan a la Iglesia y que si no quieren ir que no vayan.  ¿Qué seria si esto mismo lo aplicásemos a la escuela?  Decirles: “si quieres ir a la escuela ve y si no, no vayas”.

A los sacerdotes nos corresponde ofrecer una catequesis, preparar los programas, animar a los miembros de la comunidad a ejercer un apostolado, un servicio a Dios y a su Iglesia, pero a los papás cristianos les corresponde la responsabilidad de mandar a sus hijos a la catequesis y de interesarse por la formación cristiana de sus hijos, y también le corresponde a los papás preocuparse por la asistencia a misa de sus hijos.

Ahora bien, muchos padres, ¿cómo van a enviar a sus hijos a la catequesis o a misa si ellos no vienen nunca?

Hoy, estas palabras duras de Jesús, deberían hacer reflexionar a muchos padres y madres cristianas que han olvidado su cristianismo y su compromiso como educadores cristianos de sus hijos.

Pidamos, al Señor, que todos seamos capaces de vivir de acuerdo a nuestra fe.  Todos: los que tenemos responsabilidades en la Iglesia y en las familias.