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lunes, 16 de octubre de 2023

 

XXIX DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


La liturgia de este domingo nos dice que Dios es nuestra prioridad y que es a Él a quien debemos subordinar toda nuestra existencia; pero nos avisa también que Dios nos convoca a un compromiso efectivo en la construcción del mundo.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos recordaba que Dios es el verdadero Señor de la historia y que Él es el que nos conduce a la felicidad y realización plena.  Los hombres somos instrumentos de los que Dios se sirve para realizar sus proyectos de salvación.

Sólo Dios es grande, sólo Dios es el Señor.  Por eso quienes dan culto a un hombre, quien se apoya en el hombre, comete la simpleza de agarrarse a una rama seca y quebradiza, pensando que así podrá salvarse de morir enterrado.

Siempre que el pueblo prescinde de Dios, cava una fosa a sus pies y prepara la ruina, mientras no se produzca la conversión y la vuelta, porque Dios es el único bien total del hombre.  No nos engañemos.  Sólo Dios es los suficientemente fuerte para agarrarnos a Él.  Sólo Él puede salvarnos, sólo en Dios está la solución de todos nuestros problemas. 

Fuera de Dios nadie podrá hacer nada que realmente nos sirva de algo.  Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios”, nos decía hoy la primera lectura.

La 2ª lectura de San Pablo a los Tesalonicenses nos presenta el ejemplo de una comunidad cristiana que pone a Dios en el centro de su camino y que, a pesar de las dificultades, se compromete con los valores y los esquemas de Dios.

Hoy, una comunidad cristiana que viva, con fidelidad y entusiasmo, la fe, la esperanza y la caridad, no es noticia; sin embargo, los medios de comunicación social explotan, con gusto, la vida de una comunidad cristiana que esté marcada por escándalos, por infidelidades. 

Nos estamos volviendo, poco a poco, insensibles a las cosas bellas y buenas y nos dejamos impresionar por los escándalos, por lo malo, por lo negativo.  Por eso san Pablo nos invita a fijarnos en los testimonios de fe, de amor y de esperanza que hay a nuestro alrededor y a que veamos ahí la presencia y la acción de Dios en el mundo.

El Evangelio de San Mateo nos presentaba hoy esa frase tan polémica: dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Más de una vez se ha usado esta frase para defender la total separación entre el ámbito político y el ámbito religioso o también se ha utilizado como excusa para no afrontar los deberes ciudadanos frente al bien común.  No se refería a esto Jesús cuando dijo esta famosa frase.  Todo cristiano tiene que cumplir al mismo tiempo con sus obligaciones políticas y con sus obligaciones religiosas, tanto se trate de la obligación de mandar como de la obligación de obedecer.

Lo que Cristo condena con toda claridad es la manipulación de la religión a favor de un partido o gobierno, pero al mismo tiempo también denuncia al gobierno que impone una religión.

Siempre han existidos gobernantes que confunden su propio proyecto político con la causa de Dios, pero también ha habido representantes de Dios que han querido tener poder político.  Por eso se han manipulado autoridades pero también nos hemos callado antes injusticias con nuestro silencio e indiferencia, como si el cristiano no tuviera que exigir justicia y verdad. 

Por supuesto que Jesús no pone a Dios y al César al mismo nivel.  Jesús afirma la primacía de Dios.

Devolver a Dios lo que es de Dios supone reconocer que sólo Él es el Señor, pero también supone devolverle el pueblo, la creación y su proyecto de justicia y fraternidad. Nadie queda excluido de la obligación de promover una verdadera justicia y nadie puede esconderse en la sacristía en los momentos de crisis donde urge la presencia, la valentía y el dinamismo de los cristianos. Pero tampoco nadie puede apropiarse la inteligencia y la bondad divina utilizando la religión para sus proyectos personales o partidistas.

Si el ser humano es la imagen de Dios, éste es propiedad de Dios y con él no se puede jugar con otros intereses. Queda desautorizada cualquier pretensión de dominio absoluto sobre el pueblo, la tierra y la persona humana.

El verdadero cristiano no puede permanecer indiferente ante la política como si la religión fuera un tranquilizante; al contrario, hay que llevar el Evangelio y la presencia de Dios a la vida social, económica y política.

El Evangelio de este día nos recuerda que hay que escuchar siempre la palabra de Dios, por encima de cualquier otro interés, y que no se puede arrinconar a Dios al mundo de lo privado. No podemos convertirnos en esclavos de las cosas, del poder ni de la religión, sino en servidores del Dios vivo.