SANTÍSIMA TRINIDAD (CICLO C)

Hoy celebramos la festividad de la Santísima Trinidad. La fiesta de la Santísima Trinidad, es un misterio difícil de comprender. Imposible, si no es por la fe. Este misterio es uno de los más importantes de nuestra fe cristiana. Esta celebración es, en esencia, la fiesta de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Toda celebración cristiana la hacemos en nombre de la Trinidad. El cristiano que viene a Misa, y trata de vivirla, observará que desde el comienzo, cuando nos santiguamos diciendo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, hasta que el sacerdote nos da la bendición trinitaria final, constantemente invocamos a la Santísima Trinidad.
Hemos sido bautizados en su nombre y empezamos el día invocándola con la señal de la Cruz; todo lo hacemos en su nombre y por su gloria.
Decir Trinidad es decir amor. Si no existiese la Trinidad, no existiría el amor. Creemos que el mundo y los hombres se han desentendido de Dios, porque no creen en un Dios amor. Tal vez creemos en un Dios aislado de nosotros, en un Dios casi como que se desentiende de nuestras angustias y de nuestras tribulaciones. Pero, gracias a Dios, Cristo nos muestra a un Dios que vive con nosotros, un Dios vivo, un Dios que está implicado en la historia de los hombres. Un Dios que va con nuestra historia.
La fiesta de la Santísima Trinidad nos habla de comunicación, de comunión, de comunidad. El cristianismo no es una religión que se pueda vivir a solas, encerrándose en uno mismo; el cristianismo, porque es Amor, es una fuerza, un espíritu, que necesita expandirse, concelebrarse, vivirlo en familia, en Iglesia, en comunidad fraterna y universal. El que quiera vivir desentendido de los demás, preocupado sólo de sí mismo, que lo haga, pero que no se llame cristiano, seguidor de una Persona Amor, hijo de un Dios Padre Amor, lleno de un Espíritu Santo Amor.
La Iglesia católica o es una Iglesia capaz de amar a todos, de servir a todos, de incluir a todos, o no será la Iglesia de Cristo. Se puede y se debe evangelizar con la palabra, pero no se puede renunciar nunca a evangelizar con el ejemplo y el principal ejemplo será el amor. Es el mismo amor de Jesús con su Padre y el Espíritu, hecho carne y relación con sus hermanos.
El parecernos a Dios Uno y Trino sería el culmen de todos nuestros anhelos. Pero tendremos que tener muy en cuenta que la Trinidad surge de una experiencia de vida y de entrega, y no de ideas o doctrinas que se quedan en los libros. Dios Padre se da, dando vida; Dios Hijo da su vida y el Espíritu se derrama en amor de vida. Siempre experiencia de amor y de vida. La Trinidad muestra el sorprendente y gratuito interés de Dios por nosotros. Dios sale de Sí y se vacía en la Encarnación del Hijo y, el Espíritu Santo, vive permanentemente con nosotros y en nosotros.
Contemplar a la Trinidad quiere decir ver a un Dios en relación amorosa, en locura de amor que se manifiesta tanto al interior, hacia sus Tres Personas, como al exterior, hacia nosotros. Dios es Amor, Solidaridad, Gratuidad, Comunidad, es decir, Dios es Trinidad. Y nosotros estamos llamados a ser como nuestro Dios: “Sed como vuestro Dios”.
La gran misión de Jesús ha sido hacernos partícipes de ese Dios que es amor y comunidad, y nos invita a conocerlo, a amarlo y a ser parte de su misma vida. Al discípulo se le ha concedido la gracia de poder entrar en la intimidad de Dios. Entonces todo cambia: no estamos frente a un dios lejano sino frente a un Dios que nos ama y que quiere que compartamos con Él nuestra vida.
Dios nos cuenta, nos habla de Sí mismo. Nos comunica que es Padre creador, Hijo comunicador, Espíritu santificador. Y brota la segura convicción de que Dios es Amor. El hombre entonces se atreve a contarle sus anhelos, a manifestarle sus necesidades, a arroparse en Él en busca de protección, a participar de su misma vida. Entra en el ámbito de la Trinidad al que ha sido convocado y desde el cual ha sido formado. Encuentra sentido a su vida, a su ansia de amor y a su deseo de comunicación.
Creer en la Trinidad es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda vida es el amor compartido en fraternidad. Si estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no descansaremos hasta que podamos disfrutar de ese amor compartido y encontrarnos todos en esa “familia”, en la que cada uno pueda ser él mismo en plenitud, feliz en la entrega y en la solidaridad total con el otro.
Celebramos a la Trinidad cuando descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios-familia, Dios-comunidad, y cuando nos sentimos llamados desde lo más íntimo de nuestro ser, a buscar nuestra verdadera felicidad en el compartir, en el amar, en la fraternidad.
Abramos nuestro corazón y nuestros ojos para experimentar y hacer experimentar este Dios amor.