EL BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO C)

Con la fiesta del Bautismo de Jesús termina el tiempo de Navidad y comienza el tiempo ordinario. Con el Bautismo de Jesús comienza su vida pública. Él no necesitaba el bautismo de Juan, que era un bautismo de conversión para renovar el interior de las personas que se le acercaban, pues Jesús es Hijo de Dios y no tenía pecado, pero participó de este rito que hacía Juan el Bautista y así expresó el comienzo de su misión.
El Bautismo de Jesús es algo importante en el evangelio: en él se nos anuncia claramente que Jesús es el predilecto de Dios, su Mesías y Enviado, lleno de su Espíritu, dispuesto a iniciar su misión de Maestro y Salvador.
El profeta Isaías nos hace como un retrato profético de Jesús: “Mirad a mi siervo, mi Elegido, en quien tengo mis complacencias. En Él he puesto mi Espíritu, para que haga brillar la justicia sobre las naciones”.
San Lucas en el evangelio nos ha dicho cómo se cumple este retrato de Jesús. Se abre el cielo. Los cielos cerrados indican la separación entre Dios y el hombre, consecuencia del pecado. Son la señal de la ira de Dios frente a la humanidad pecadora.
Los hombres ya no viven y no se mueven en Dios, y esta lejanía de Dios determina la profunda miseria del hombre. Con Cristo ha terminado el tiempo de la enemistad entre Dios y el hombre, por eso se abre los cielos.
Se oye también la voz de Dios: “Tu eres mi Hijo, el predilecto, en ti me complazco”. No se abren solo los cielos, se ha roto también el silencio de Dios. Dios toma la palabra y cuando se oye su voz es para indicar su presencia: su Hijo. Jesús es la Palabra definitiva que el Padre tiene que decir al mundo. Y baja el Espíritu sobre Jesús en forma de paloma.
El Espíritu está presente, ahora, en la nueva creación. Con el bautismo de Jesús comienza una historia, la historia del mundo nuevo.
Hoy, que celebramos el bautismo de Jesús, debemos pensar también en nuestro propio bautismo. “No todos los bautizados son cristianos”. Esta frase que parece un poco contradictoria es una gran denuncia de la situación de nuestras prácticas sacramentales. Parece contradictoria pues cualquier bautizado es hijo de Dios y, por tanto, cristiano; pero, al mismo tiempo, es una denuncia, porque es cierto que muchos bautizados dejan mucho que desear en su seguimiento de Cristo, aunque todos podríamos ser un poco mejores cristianos.
El bautismo, como cualquier sacramento, no es automático, no funciona por sí solo, sino que necesita la colaboración de la persona que lo recibe. El sacramento es un encuentro entre Dios y el ser humano. Dios pone su parte: la Gracia, que quita el pecado original y nos hace hijos de Dios y la persona responde con el seguimiento; si falta la respuesta no se produce el encuentro.
Por desgracia, muchas personas, quizás influenciados por amigos poco Católicos o simplemente porque ignoran la importancia de este sacramento para los niños llevan a sus hijos a bautizar pensando más en la fiesta, el convite o en la ropa en vez de pensar en el sacramento en sí. Lo convierten en un acto social. Llevan al niño a la iglesia a bautizar pensando que, cómo somos Católicos, tiene que ser bautizado. No piensan en las responsabilidades que trae este sacramento para los padres y padrinos. Da verdadera pena ver algunos bautismos en los que hay tan poca fe alrededor.
Desde el mismo momento en que se recibe este sacramento, el bautizado ya está comprometido a vivir una vida santa. Sus padres se comprometen a dar testimonio de su fe a su hijo para que, con los años, se convierta en un buen cristiano, evangelizando como lo hicieron los primeros cristianos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Al ser bautizados como hijos e hijas de Dios adquirimos la más alta dignidad.
Los padres y padrinos deben tener en cuenta que han recibido un mandato de Cristo. Desde el momento que llevan sus hijos a bautizar deben enseñarlos a vivir una vida sin mancha, a evangelizar con su propio ejemplo y a amar a los demás.
Pertenecer a la Iglesia por medio del bautismo no significa nada en sí mismo, si no va acompañado de la correspondiente respuesta de la persona que recibe ese sacramento: hay que amar a Dios con la práctica de una vida cristiana, de una vida de sacramentos, de una vida de amor al prójimo.