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lunes, 19 de agosto de 2024

 

XXI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)


Vivir es tener que tomar decisiones.  Podemos decidir bien o mal.  La liturgia de este domingo nos enseña a aprender a tomar siempre buenas decisiones en nuestra vida.

La 1ª lectura nos muestra a Josué preguntando al pueblo si querían servir a los falsos dioses o al Dios verdadero. 

Desde niños nos vemos en la necesidad de escoger: “quieres una naranja o un plátano” le dice la mamá a su hijo y el niño tiene que elegir; pero a medida que vamos creciendo, saber elegir se hace más complicado y difícil.  Cuando llega la adolescencia hay que elegir: bachillerato o formación profesional; seguir estudiando o no; entrar a un grupo de la parroquia o a una pandilla.

Más adelante debemos elegir una profesión que nos guste y que nos permita desarrollarnos como personas.  Hay que elegir también entre esta o aquella muchacha para que sea nuestra novia; entre comprar un coche descapotado o una furgoneta.  Es decir, nos pasamos la mayor parte de nuestra vida teniendo que elegir, teniendo que tomar decisiones, porque “la felicidad está en escoger la mejor de mis posibilidades y realizarla”.

Hoy también se nos pregunta a nosotros: “¿a quién queréis servir?”  Hay que escoger entre servir a Dios o servir al dinero, al éxito, a la fama, al poder, a la moda.

Como creyentes sabemos que no podemos prescindir de Dios en nuestra vida, que tenemos que confiar plenamente en Él, porque es en Dios en quien vamos a encontrar nuestra realización plena como personas.  Dios no quiere compartir nuestro corazón con los ídolos, por ello, hoy tenemos que preguntarnos: ¿servimos al Señor porque es nuestro Dios o servimos, al mismo tiempo, a los ídolos?

La 2ª lectura de San Pablo a los Efesios, nos habla de la elección que hacen el marido y la mujer, uno del otro, cuando contraen matrimonio.

El matrimonio cristiano no puede convertirse en una competición para ver quien tiene más derechos o más obligaciones sino en una comunión de vida de personas que, a ejemplo de Cristo hacen de su vida un compartir y un servicio a todos los hermanos que caminan a su lado.

San Pablo utiliza en la lectura de hoy, una palabra que no podemos absolutizar: “sumisión”.  Esta palabra hay que entenderla y situarla en la época en que fue escrita esta carta.  En aquella época el marido era considerado el dueño y señor de la familia.  Hoy, no podemos seguir manteniendo este tipo de relación de la esposa con el marido.  No podemos discriminar a la mujer, no podemos exigir sumisión de la mujer al marido, ya que hombre y mujer tienen la misma dignidad.

Lo importante es que ambos, marido y mujer, vivan unidos por un amor mutuo a ejemplo del amor de Cristo a la Iglesia.

En el Evangelio de san Juan, Jesús le pregunta a sus discípulos: “¿También vosotros queréis marcharos?”

¿Cuál es la realidad hoy de muchos cristianos?  Hoy nos encontramos con muchos que han sido bautizados, sencillamente, porque los bautizaron, pero nunca han asumido el compromiso de su bautismo.  Han recibido el don de la fe, pero nunca han vivido su fe y hasta es posible que su fe haya quedado olvidada en cualquier rincón de sus vidas.

Hay bautizados que reciben los 3 primeros sacramentos, bautismo, primera comunión y confirmación, pero de ahí no pasan.  Mientras están en la catequesis pareciera que creen, pero terminan la catequesis y no regresan más a la Iglesia.

¿Cómo pueden decir estas personas que tienen fe cuando ni oran, ni van a Misa, ni participan en nada ni piensan desde la fe, ni miran la vida desde la fe?

Este tipo de personas ante cualquier exigencia de la Iglesia también llegan a decir: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”.

Por eso, hoy Jesús también nos pregunta a nosotros: ¿También vosotros queréis marcharos?”

Cuando nos cansamos de seguir haciendo el bien y buscar la verdad, de promover el amor y la justicia, cuando dejamos de ir a misa o nos resulta insoportable tal o cual persona, cuando nos pesa la fidelidad matrimonial o la familia, cuando confrontamos la enseñanza del evangelio con nuestra manera de pensar y descubrimos que tenemos miedo a comprometernos y a seguir a Cristo incondicionalmente, estamos dejando de lado al Señor.

Ojalá que nuestra respuesta a la pregunta de Jesús sea la misma que la de Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Reafirmemos también hoy nuestro seguimiento a Cristo, con mucho amor, confiados en su ayuda llena de misericordia; y con plena libertad digámosle: mi libertad para Ti Señor.