V DOMINGO ORDINARIO (CICLO
A)
La Palabra de Dios de este Domingo nos invita a
reflexionar sobre el compromiso cristiano. No podemos instalarnos en una vida cómoda,
ni llevar una vida cristiana hecha de gestos vacíos. Tenemos que vivir comprometidos con la
transformación de este mundo para convertirnos nosotros en luz que brille en
este mundo.
Hay que compartir el pan con el que tiene hambre, hay
que pensar en los que no tienen lo que nosotros tenemos, hay que vestir al
desnudo, hay que dar y darse uno mismo. En la ley de Dios no
cabe el egoísmo, no cabe el que todo lo guarda para sí mismo, el que no abre su
corazón y su cartera a las necesidades de los demás hombres. Si actuamos así no
somos cristianos, si no miramos hacia los demás, tampoco Dios nos mirará a
nosotros.
No, nos engañemos. Es imposible ser hijo de Dios y no
querer a los demás hombres. Ni el Bautismo ni la Penitencia ni la misma
Eucaristía nos servirán para algo mientras tengamos el corazón cerrado al
prójimo.
Hay que dar, pero, dar no sólo pan. Porque no sólo de
pan vive el hombre. Hay que dar también otras cosas. Hay que dar nuestro
tiempo, hay que dar nuestras buenas palabras, hay que dar nuestra sonrisa. Y
sobre todo hay que dar nuestra comprensión. Ponerse en la posición del otro,
sentir como él siente, ver las cosas como él las ve. Juzgar como se juzga a un
ser querido, con benevolencia, saber disculpar, disimular, callar... Desterrar la calumnia, la lengua desatada que
corre a su capricho, sin respetar la buena fama del prójimo... No nos engañemos.
O queremos de verdad a todos, o Dios nos despreciará por hipócritas y fariseos.
San Pablo, en su 1ª carta a los
Corintios, nos recordaba que “ser luz” es identificarnos
con Cristo.
Después de más de 2000 años de Evangelio, nuestra
civilización “cristiana” todavía actúa como si la salvación del mundo y
de los hombres estuviese en el poder de las armas, en la estabilidad de la
economía, en trabajo para todos, en la paz social, en la eliminación del
terrorismo, etc.
Todos deberíamos ser instrumentos
humildes, a través de los cuales Dios actúa para salvar al mundo. Dejemos que sea el Espíritu de
Dios, a través nuestro, el que actúe en el mundo para que la Palabra de Dios
que anunciemos sea eficaz.
En el evangelio de San Mateo, Jesús exhorta a sus discípulos a que no se instalen en la comodidad y
les pide que sean la sal que da sabor al mundo, y también los exhorta a
que sean luz para que podamos vencer las oscuridades del sufrimiento,
del egoísmo, del miedo que hay en nuestra vida.
Dios nos propone un proyecto de liberación y de
salvación para que hagamos un mundo nuevo de felicidad y de paz. Si queremos hacer esto hemos de dar
testimonio con palabras y gestos concretos de nuestra fe, para que el Reino
de Dios se haga una realidad en nuestro mundo.
Ser cristiano debe ser para nosotros un compromiso
serio y exigente que nos obligue a dar testimonio, incluso en los
ambientes adverso, de nuestra fe. No
podemos sentirnos satisfechos simplemente porque venimos a misa el domingo y
cumplimos algunos ritos que la Iglesia nos pide. Hemos de, día a día, ser sal
que da sabor, que aportemos una mayor riqueza de amor y de esperanza a la vida
de aquellos que caminan a nuestro lado.
No podemos se cristianos insípidos, instalados en
la mediocridad, sino que hemos de llevar alegría, entusiasmo, optimismo,
esperanza a los demás. En medio de tanto
egoísmo, desesperanza, de una vida sin sentido que viven muchas personas, hemos
de dar testimonio de un mundo nuevo de amor y de esperanza.
Ser cristiano es también ser una luz encendida
en la noche del mundo, alumbrando los caminos de la vida, de la libertad, del
amor, de la fraternidad. Hemos de ser
luz para muchas personas que viven en la superficialidad y en una vida sin
sentido.
Hemos de ser luz para este mundo que quiere prescindir
de Dios y que quiere poner sus esperanzas en los bienes materiales. Hemos de ser luz para todas esas personas que
se encierran en sí mismas creyendo que así son felices. Hemos de ser luz para que muchas personas
amplíen sus horizontes para fijarse en Dios y en los demás y no sólo en ellos
mismos.
Como cristianos no podemos esconder nuestra fe en
la vida privada, no podemos actuar desde la sombra para que no nos
vean. Tenemos que hacernos presentes en
la vida pública para que todo el mundo se dé cuenta de nuestra presencia. Seremos, pues, luz, cuando practiquemos el
bien, cuando demos ejemplo de vida cristiana no sólo aquí en la Iglesia sino en
cualquier lugar. No lo olvidemos: no
nos avergoncemos de lo que somos, y somos sal y luz del mundo.