SANTÍSIMA TRINIDAD (CICLO A)

El domingo pasado terminábamos el tiempo de Pascua, y esta semana al comenzar la segunda parte del Tiempo Ordinario lo celebramos con una fiesta también solemne, que es la Santísima Trinidad. La Trinidad es un misterio de fe, es “uno de los misterios escondidos en Dio, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto”.
La Trinidad es una. No confesamos 3 dioses sino un solo Dios en 3 personas. Cada una de las personas divinas es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que es el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”.
El misterio de la Trinidad es la síntesis de nuestra fe cristiana y del Año litúrgico. La Trinidad no es un problema numérico, como si se tratase de que tres sean uno.
Los cristianos somos bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, somos bautizados en un solo Dios: la Santísima Trinidad.
El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Creer en la Trinidad no es cuestión de alta teología; sino de vivir y experimentar profundamente la fe y el amor del Padre por el Hijo y en el Espíritu Santo.
Dios es Padre, y cuando decimos esto, pensamos sin duda alguna que Dios es algo parecido a mi padre de la tierra. Pero Dios es mucho más padre que nuestro padre terrenal. Las cosas terrenales están hechas a imitación de las cosas celestiales. Nuestros padres no son más que imagen y reflejo de Dios.
Dios es un verdadero Padre porque se entrega totalmente a su Hijo. “Todo lo que es tuyo, es mío”, dice Jesús, “y todo lo que es mío es tuyo”. Toda la vida de Dios Padre es darse, en Él no hay ni una partícula de egoísmo. Por eso mismo es por lo que el Padre tiene un Hijo perfecto: porque le ha dado todo, porque todo lo ha recibido su Hijo de su Padre.
Dios es Hijo. El Padre, al amarse, al difundirse, forma una imagen purísima de sí mismo. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. El Hijo es igual a su Padre. El Hijo es el que manifiesta al Padre, el que cuenta, el que manifiesta a Dios Padre. Dice Jesús: “a fin de que el mundo sepa que yo amo al Padre y que obedezco los mandatos que el Padre me ha dado”.
Dios es Espíritu. El Señor decía: “¡Padre, que sean uno como tú en mí, y yo en ellos, que ellos sean uno como nosotros!”. De esta manera revelaba Cristo aquel Espíritu de familia vivido en aquella familia divina en la que la entrega del Padre al Hijo y la del Hijo al Padre es una realidad tal que se convierte en una persona, en un Espíritu de amor y de entrega.
La Trinidad es como una familia en la que 3 personas son perfectamente una, perfectamente transparentes entre sí en su conocimiento y amor. Este es el motivo por el que realizamos todas nuestras acciones y recibimos todos los sacramentos en el nombre de la Trinidad, esto es, en el nombre del Espíritu de amor, de entrega mutua y de unión que debe inspirarnos a nosotros cada vez que realicemos cualquier cosa en nuestra vida.
La Trinidad es pues, Tres divinas personas que se aman desde toda la eternidad. El Padre, que engendra al Hijo, y el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. Una sola naturaleza divina y tres divinas personas, que no son tres dioses sino un solo Dios. Iguales en todo, en la divinidad, en la gloria, en la majestad.
Como es el Padre así es el Hijo y así el Espíritu Santo: increado, inmenso, eterno, omnipotente. En la Santísima Trinidad nada es anterior o posterior, nada mayor o menor, sino que las tres personas son coeternas entre sí e iguales. Dios es compasivo, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, en amor y fidelidad, en bondad y en verdad. Ante este profundo misterio de amor que es Dios Uno y Trino, sólo nos queda postrarnos por tierra, en actitud de honda adoración.
La Iglesia nos invita hoy a recordar al Dios Trinidad. Celebremos esta fiesta dando gracias a Dios Padre que nos ha creado; dando gracias a Jesús, nuestro hermano, que dio su vida por nosotros; y dando gracias al Espíritu Santo que nos fortalece y nos convierte en Templos vivos de Dios.