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lunes, 22 de septiembre de 2025

 


Un domingo más, la palabra de Dios, vuelve a prevenirnos contra los peligros que conlleva el acumular riqueza y poner nuestro corazón en los bienes materiales. 

La 1ª lectura del profeta Amós es una denuncia contra aquellas personas  que viven rodeados de lujos y comodidades a espaldas del sufrimiento de los oprimidos.

Amós denuncia a aquellos que viven ciegos ante los sufrimientos y desgracias de los demás.  No podemos desentendernos del sufrimiento del hermano; no puede ser que sólo nos preocupemos de nuestro propio bienestar; que nos hagamos de la vista gorda ante el dolor ajeno; que no seamos solidarios con los que viven peor que nosotros; que ignoremos la necesidad del hermano.  Todas estas actitudes Dios las reprueba.

Es inmoral silenciar y vivir a espaldas de las necesidades de los hermanos.  No podemos estar rodeados de lujos, viviendo en una celebración de fiesta constante, ignorando al mismo tiempo la solidaridad y la justicia, haciendo oídos sordos al clamor del hermano necesitado.

Dios no puede aguantar que haya gente con un corazón tan duro que sea capaz de vivir sin darse cuenta de la tragedia de tantos otros.

La 2ª lectura de San Pablo a Timoteo es una llamada a la lucha por la fe.

El hombre piadoso, religioso, sabe que en este mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del evangelio no se imponen por sí mismas. Otros dioses, otros poderes, roban el corazón de los hombres y es necesario mantener la perseverancia. Por ello San Pablo nos urge a vivir seriamente nuestra vida cristiana practicando las virtudes y guardando el “Mandamiento de Jesús”.

El cristiano debe luchar por mantenerse fiel a las exigencias de su fe, en medio de un mundo adverso a ella. Nuestra fidelidad, nos llevará a poseer la vida en el Reino de Dios, a la que todos hemos sido llamados. Pero es preciso dar testimonio de nuestra fe cristiana.

Como cristianos, si queremos ser “hombres de Dios”, debemos luchar constantemente por mantenernos fieles a nuestra fe en un mundo que cada día más nos invita a dejar a un lado nuestra fe.

En el evangelio de San Lucas, hemos escuchado la parábola del rico epulón y  el pobre Lázaro.  Esta parábola pudiéramos llamarla la “parábola de la indiferencia e insensibilidad”.

El rico de la parábola estaba encerrado en su egoísmo y despilfarraba lo que otro necesitaba, dejando que el pobre soportara hambre y dolor.   Pero un día murió y fue al lugar de castigo, no por haber sido rico, sino por no haber sido compasivo.

Lo que Jesús reprueba en esta parábola es la actitud egoísta y abusiva del rico que no fue capaz de compartir, ni de preocuparse por los demás, lo único que le interesaba era su propio bienestar.  Esta actitud, esta manera de vivir es el reflejo de muchas personas hoy en día, sólo piensan en ellas mismas.

¡Cuánta gente tiene por meta en la vida lucir una figura fenomenal, hacer dinero y gozar de todos los placeres! Nunca tienen tiempo para orar, para conocer su fe, para convivir con su familia o para hacer algo en favor de los demás; pero siempre encuentra horas para hacer negocios, aunque sean “ilícitos”, e ir al gimnasio o al “antro”. Nunca tienen dinero para colaborar con alguna obra de caridad, pero sí lo tiene cuando se trata de comprar y divertirse. De esta manera, como el rico de la parábola, están arriesgándose a ser infelices por toda la eternidad ¡Qué pésima inversión! ¿Cuál es el error? Ser egoístas, ser indiferentes.

La indiferencia hacia los demás nos encierra en una burbuja de soledad, nos hace ajenos a todo y a todos.  La indiferencia nos hace sentir que los demás no existen, que los demás no tienen importancia, nos hace insolidarios con los problemas y dolores de los demás.

La indiferencia nos hace además “insensibles”. Y la insensibilidad es una de las señales de que uno está muerto por dentro, por muy suculentamente que comamos y bebamos.

El verdadero problema del rico “Epulón”, no era ser rico, ni el vestir de púrpura, ni el banquetear espléndidamente. Su problema era que por dentro estaba muerto. Su corazón no tenía sensibilidad. Su corazón era insensible ante el pobre Lázaro. Su corazón no tenía sentimientos. Su corazón era incapaz de reaccionar “ni aunque un muerto resucite”.

La inmensa mayoría de nuestros problemas humanos tenemos que encontrarlos en nuestro corazón. La indiferencia y la insensibilidad no nos impiden ver la realidad, pero sí pone anestesia en nuestro corazón para no sentir nada.

A veces, lo que los demás necesitan no es que les solucionemos sus problemas. Sólo nos piden que nos seamos indiferentes e insensibles con ellos.

No cerremos nuestro corazón y nuestros ojos a los problemas de los demás, porque entonces nos estaremos cerrando a gozar de la felicidad de Dios.