II DOMINGO DE PASCUA (CICLO B)
Estamos en el segundo domingo de Pascua, celebrando la resurrección del Señor. El tiempo pascual comienza con el domingo de resurrección y dura hasta Pentecostés. A este segundo domingo de Pascua se le llama el domingo de la Divina Misericordia.
La 1ª lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta los rasgos de la comunidad ideal: es una comunidad formada por personas diferentes, pero todos los miembros de la Iglesia tienen y viven la misma fe con un solo corazón y una sola alma.
La comunidad cristiana es una comunidad que comparte que vive el amor, el servicio. El cristiano no puede, por tanto vivir cerrado en su egoísmo, indiferente a lo que le pasa a sus hermanos. La comunidad ideal es aquella que sabe compartir sus bienes. Una comunidad cristiana donde algunos malgastan sus bienes mientras otros no tienen lo suficiente para vivir dignamente, no puede ser una comunidad cristiana. No podemos creernos que somos cristianos porque damos unas monedas de limosna en la parroquia pero explotamos a los obreros o cometemos injusticias.
Hay que compartir lo que se tiene, hay que dar al que lo necesita, hay que mirar también por los demás, hay que ser desprendidos, desinteresados y más generosos para ser esa comunidad ideal que nos describe hoy la primera lectura.
La 2ª lectura, de la primera carta de san Juan, nos dice que amar a Dios significa adherirse a Jesús y por lo tanto amar a los hermanos. Quien no ama a los hermanos no cumple los mandamientos de Dios y no sigue a Jesús.
Si amamos a Dios, a Cristo y a los hermanos, podemos “vencer al mundo”, es decir, podemos vencer al egoísmo, al odio, a la injusticia, a la violencia que gobierna el mundo. A esta manera de vivir de muchas personas, nosotros tenemos que vivir el amor, el estilo de vida de Jesús. Sólo el amor nos asegura una vida verdadera y eterna, sólo el amor es el camino para construir un mundo nuevo y mejor.
El Evangelio de san Juan nos decía hoy que Jesús se presentó en medio de sus discípulos y estos se llenaron de alegría al ver a Jesús.
También nosotros, en medio de los sinsabores y angustias de la actual situación, debemos llenarnos de alegría, porque ese Jesús que “estaba en medio de ellos” es el mismo que está en medio de nosotros: “dichosos los que creen sin ver”. La fe en el Resucitado es la que puede vencer la verdadera enfermedad del hombre contemporáneo que es la tristeza. Para el hombre que anda en búsqueda nerviosa de distracciones, en afán desmedido de comodidades, nadando en placeres fugases, hay una buena noticia: el Resucitado, Cristo el Señor, puede dar una verdadera alegría que el mundo no da.
Pero la paz y la alegría no nos pueden llegar sin el perdón. Por eso Jesús el Resucitado nos ha dejado este gran regalo en su Iglesia: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Sólo podremos tener la verdadera paz cuando nos hayamos reconciliado con Dios y con los hermanos; gozaremos de la verdadera alegría cuando hayamos experimentado en nuestra vida el amor misericordioso de Aquél que entregó su vida por nosotros.
Por eso este domingo celebramos el domingo de la Divina Misericordia.
Nuestra sociedad y nuestro mundo necesitan un baño fuerte de misericordia que haga desaparecer para siempre la violencia, el odio, la guerra, la venganza, el rencor. Todo esto hace mucho daño al ser humano, a la historia, al mundo. Todos necesitamos personas que, desde la experiencia de la misericordia infinita de Dios, sean testigos verdaderos y constructores auténticos de una historia llena de misericordia, de perdón, de ternura.
Muchos seres humanos son víctimas del odio, del rencor, de la violencia, del hambre, de la marginación, de la exclusión, como vemos en los medios de comunicación social. Muchas personas sufrientes y perseguidas son ignoradas, olvidadas, no tenidas en cuenta ¿Nos quedamos tan tranquilos ante tantos seres humanos que sufren injustamente, que padecen en la más grande soledad? ¿Damos un rodeo para no encontrarnos con los que más sufren en el camino de la vida? ¿Damos la espalda a los que vienen de lejos y se acercan a nosotros para pedirnos ayuda, pan, casa?
Esta fiesta de la misericordia de Dios es una llamada urgente a todos y a cada uno de nosotros. No nos quedemos indiferentes ante esa llamada. Preguntémonos si en nuestro corazón hay algo de desamor, de envidia, de odio que nos hagan marginar al vecino, despreciar al que está a nuestro lado.
Construyamos la civilización del amor, de la misericordia, del perdón. Todos saldremos ganando siendo misericordiosos como Dios lo es con nosotros.