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martes, 3 de marzo de 2020

II DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)


Estamos en el segundo domingo de Cuaresma y la Palabra de Dios nos dice cuál debe ser el verdadero camino que el cristiano debe seguir.  El camino que tenemos que seguir es escuchar atentamente a Dios y llevar a cabo sus proyectos y hacer realidad los planes de Dios en nuestro mundo.

La 1ª lectura del libro del Génesis nos presenta la figura de Abraham.  Abraham es el hombre de fe, que vive en una constante escucha de Dios, que sabe leer sus señales, que acepta las llamadas de Dios y que responde a ellas con una obediencia total y con una entrega confiada en Dios.

La figura de Abraham es una llamada de atención muy fuerte para nosotros que no tenemos tiempo para buscar a Dios, ni para darnos cuenta de las señales que Él nos envía porque estamos muy ocupados en ganar dinero o en nuestros proyectos personales.

Abraham es también el hombre de la confianza en Dios.  Dios le pide que salga de su tierra y de su casa para ir a otra tierra.  Cuando nosotros escuchamos algo así, lo primero que pedimos es garantías.  Garantías para hacer el viaje, garantías de qué vamos a encontrar al otro lado, garantías de que va a mejorar nuestra situación, garantías en definitiva de que merece la pena dejar atrás aquello que en estos momentos nos da seguridad.

Abraham no pide garantías a Dios, él confió en la Palabra de Dios, por ello la fe de Abraham es puesta como ejemplo y modelo para los creyentes.

Nosotros como Abraham avanzamos muchas veces a través de lo desconocido, y debemos conducirnos únicamente por la fe y la confianza en Dios.  Nuestra vida es incierta en muchos momentos. Los planes de Dios nos desconciertan a menudo; parece que a los malvados les va mejor que a los que intentamos ser honestos; somos blancos de las envidias, de las iras, de las injusticias de nuestros enemigos; muchas veces nos vemos acosados y nos sentimos acorralados. Sólo la fe y la confianza en Dios nos ayudan a avanzar. Por muy duras que nos parezca las cosas que Dios nos pide hay que tener confianza en Dios.

La 2ª lectura de San Pablo a Timoteo nos recuerda que no debemos acobardarnos, porque Jesús camina con nosotros y Él venció a la misma muerte.

Nosotros, debemos aceptar la misión que el Señor nos ha encomendado, tenemos que dar testimonio de su Evangelio, aunque esto conlleve dificultades en muchas ocasiones.  Es cierto que el mundo de hoy vive muy al margen de Dios, pero las dificultades que nos encontremos a la hora de evangelizar nuestro mundo no pueden ser una excusa para que nosotros abandonemos nuestra misión y nuestra responsabilidad de cristianizar nuestro mundo. 

Hay que esforzarse por cumplir con la misión que Dios nos ha encomendado, a pesar de las dificultades que podamos encontrar.

El Evangelio de san Mateo nos ha presentado la Transfiguración del Señor.  Jesús se revela como “el Hijo amado de Dios”.

Hay muchas ocasiones en la vida en que por diversas circunstancias estamos deprimidos, tristes, con pocas ganas de hacer nada ni de ver a nadie.  Quizás por problemas familiares, laborales, problemas con los hijos, etc., hacen que nos encontremos así.  Pasan los años, aparecen las enfermedades y vamos viendo cómo la vida se nos escapa de las manos.  A veces, hay pocos días buenos o de felicidad.  Nuestra vida transcurre de una manera monótona.  Queremos ser cristianos pero nos da pereza el compromiso.  Y levantamos los ojos al cielo, buscamos una respuesta, nuestro corazón desea paz y felicidad y nos preguntamos: ¿Dónde encontraremos descanso?, ¿Quién nos traerá un poco de consuelo?

Jesús también pasó por momentos difíciles.  Y además sus discípulos no terminaban de entenderlo.  Y Jesús se retira con sus discípulos a la soledad de un monte, para reflexionar, para poner ante Dios su vida, para descubrir cuál es la voluntad de Dios Padre.

Como Jesús, nosotros también somos invitados a buscar esos momentos de soledad y silencio para descubrir la voluntad de Dios.  Buscar a Dios para escuchar la voz de su Hijo.  Buscar a Dios en la oración para poner ante Él nuestra vida, con todas sus grandezas y sus miserias.

Y pedir a Dios su luz, la luz que ilumine y transfigure nuestra vida, para que nuestra luz ilumine y transfigure también a otros.

Por eso, hoy, Dios Padre también nos dice a nosotros: “escuchad a mi Hijo”. 

Escuchar nos resulta más difícil que hablar.  Y sin embargo, es más provechoso escuchar que hablar.  Convivimos sin escuchar, sin valorar lo que los otros nos quieren decir.  Merecen la pena que hagamos el esfuerzo de hacer silencio y escuchar los mensajes que Dios nos envía.

No nos desanimemos en nuestro seguimiento de Jesús.  La Transfiguración es una invitación a no desanimarnos, porque si escuchamos a Dios en nuestra vida, nuestra vida no será nunca un fracaso, sino que un día alcanzaremos la resurrección, la vida definitiva, la felicidad sin fin.

Que esta Cuaresma encontremos momentos para hacer oración y poder así escuchar la voz de Dios.