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lunes, 22 de enero de 2024

 

IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de hoy nos hablan de que existe el mal, pero hay un poder superior por el cual podemos ser liberados del mal, ese poder es Jesucristo, por ello debemos escuchar su voz y no endurecer nuestro corazón.

En la 1ª lectura, del libro del Deuteronomio, hemos escuchado la promesa de Dios de enviar profetas que hablarán en su nombre.

Antes de que surgieran los profetas las personas que querían conocer la voluntad de Dios recurrían a la hechicería, los adivinos y a la magia.  Por eso Moisés prohíbe recurrir a esto tipo de cosas para conocer la voluntad de Dios y les promete de parte de Dios un profeta que hable en nombre de Dios.

La Iglesia tiene el deber de proclamar la Palabra de Dios, esta es su misión y es también la misión de cada cristiano.  Pero hemos de ser fieles a la Palabra de Dios; no podemos atribuir a Dios lo que son sólo nuestras palabras o nuestras ideologías, o nuestros gustos o nuestras opiniones.

Hoy día, vivimos inundados de palabras.  Cada día nos despertamos con las palabras que oímos en la radio o en la televisión o que leemos en los periódicos.  Todo el día oímos palabras y más palabras.    Por eso la palabra ha perdido su valor, ya no se valora la palabra como antes.  Antes alguien decía “te doy mi palabra” y sabíamos que podíamos confiar en esa persona.  Hoy no, porque hay muchos que usan la palabra para prometer cambios sociales, prosperidad, trabajo, etc., pero no es verdad, no cumple esa palabra.

La Palabra de Dios siempre se cumple, por ello el verdadero profeta es aquel que anuncia y denuncia, desde la Palabra de Dios, las situaciones contrarias al Reino de Dios.  Por ello el verdadero profeta corre el riesgo de no ser escuchado e incluso ser perseguido. 

Hemos de preguntarnos: ¿hacemos caso a la Palabra de Dios que se nos hace presente en nuestra vida de muchas maneras?  ¿Dejamos que nuestra vida se transforme y se libere por esa Palabra de Dios?

La 2ª lectura, de la primera carta de San Pablo a los Corintios,  es toda una catequesis sobre los diferentes estados de vida en los que un cristiano puede vivir plenamente su fe.

Los hombres y las mujeres tienen pleno derecho de elegir libremente entre ambos estados de vida: matrimonio o celibato.  Ambos son, igualmente, dones de Dios.

El soltero, el casado y el viudo pueden cumplir dignamente en la comunidad eclesial una misión muy positiva a favor de la propagación del Reino.  Todos debemos trabajar por la Iglesia, nadie puede sentirse al margen, ni poner excusas por su estado civil.

El Evangelio de san Marcos afirmaba hoy que Jesús enseñaba con autoridad.

En la vida diaria encontramos tres clases de palabras: palabras vacías, palabras autoritarias y palabras con autoridad.

Las palabras vacías son las de los charlatanes, las de los que no hacen lo que dicen, las de ciertos políticos que se preocupan por el número de votos y se olvidan del bien de los votantes, dejando de cumplir tantas promesas.

Las palabras autoritarias son las de los dictadores, las de aquellos con los que a la fuerza hay que estar de acuerdo, digan lo que digan.

Las palabras con autoridad son las de los que viven lo que dicen. Sus palabras responden a su vida honrada. A estos se les escucha con respeto y con agrado; por eso las multitudes se juntaban para oír a Jesús porque sus palabras estaban de acuerdo con su vida.  Con esa autoridad pudo Jesús liberar a un hombre de un demonio. 

Hay personas que dicen: “No sé que me pasa; parece que tengo el demonio en el cuerpo”.  Esto quiere decir que hay personas que se dejan dominar por las fuerzas del mal, del pecado, fuerzas que no nos dejan ser nosotros mismo y de las que deseamos liberarnos.  Las fuerzas del mal nos dominan, nos hacen sufrir y hacen sufrir a quienes nos rodean.  Las fuerzas del mal hoy son: traumas, complejos, adiciones, depresiones, genio, fobias, miedos, etc.

¡Cómo nos hacen sufrir los complejos! Estos demonios dominan, impiden a la persona ser libre, ser ella misma.  Los traumas, los miedos, los complejos, la timidez, paralizan a la persona.  ¿Cuantas cosas podríamos hacer si no le tuviéramos miedo a la crítica? Hoy sigue habiendo muchas fuerzas del mal que impiden que los hombres alcancemos la felicidad y la plenitud de vida.

Jesús, está vivo y sigue expulsando demonios, quiere liberarnos de ellos, y Él lo hace cuando se lo pedimos en la oración, cuando estamos en comunión con Él.  Estando unidos al Señor nada es imposible para liberarnos de tantas fuerzas del mal que nos atacan diariamente y que nos hacen perder nuestra dignidad de Hijos de Dios.

Jesús emplea su autoridad, no contra los hombres, sino contra las fuerzas que nos oprimen. Lo que de verdad necesita la humanidad es ser liberada de las fuerzas que causan los sufrimientos y nos hacen tantas veces ser tan infelices.