EL BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO A)
El lunes celebrábamos la fiesta de la
Epifanía, es decir, la Manifestación del Señor a todos los pueblos de la
tierra. Y hoy celebramos la fiesta del Bautismo
del Señor que es la manifestación de Dios que proclama a Jesús como su Hijo amado,
que vino al mundo con la misión de salvar y liberar a los hombres.
La 1ª lectura, del profeta Isaías
nos decía: “La caña cascada no la
quebrará, la mecha vacilante no la apagará”.
La caña cascada ya no sirve para nada, le
falta consistencia. Mejor es tirarla, terminar de quebrarla, hacerla astillas
para el fuego. Y la mecha que humea da poca luz, apenas si alumbra. También dan
ganas de apagarla de una vez y encender otra luz más fuerte y segura. Así pensamos los hombres.
Tenemos poca paciencia los unos con los
otros. Nos aguantamos con
dificultad, nos echamos en cara los defectos, prescindimos rápidamente de los
que nos estorban, eliminamos a los que no rinden. Dios no actúa así, Dios sabe esperar, Dios
tiene una gran paciencia. Y al débil lo anima para que siga caminando,
al que está triste le infunde la esperanza de una eterna alegría, y al que
lucha y se afana le promete una victoria final, una victoria definitiva.
La 2ª lectura, de los Hechos de los Apóstoles,
nos dice que Jesús “pasó por el mundo haciendo el bien” y liberando a
todos los que vivían oprimidos. Nosotros también debemos pasar por el mundo
haciendo el bien. Como bautizados
debemos dar testimonio con gestos concretos de la bondad, la misericordia, el
perdón y el amor de Dios por los hombres.
Hemos de comprometernos a liberar a los oprimidos por el demonio del
egoísmo, de la injusticia, de la explotación, de la soledad, de la enfermedad,
del analfabetismo, del sufrimiento.
También nos decía hoy la 2ª lectura que “Dios
no hace acepción de personas”. Por ello, nosotros hemos de aceptar a todos
las personas, hemos de reconocer la igualdad y la dignidad de todo ser
humano. No podemos, ni debemos
discriminar a nadie por su color, raza, sexo, etc.
El Evangelio de san Mateo
nos ha narrado el bautismo de Jesús en el río Jordán por Juan el Bautista. El bautismo de Jesús marcó el comienzo de
su actividad pública como Mesías de Dios.
El
bautismo de Juan el Bautista era un signo de muerte y de vida nueva: los
que lo recibían se sumergían bajo el agua para indicar que allí quedaba
sepultada todas sus injusticias y pecados que habían cometido, indicando con
ello que daban muerte al estilo de vida que habían llevado hasta entonces. La salida del agua era el signo de un
compromiso: no volver a comportarse como antes, sino tratar de poner en
práctica la justicia de Dios.
Jesús
pide el Bautismo de Juan, pero Él estaba totalmente limpio y no tenía nada de
qué arrepentirse, por eso Juan el Bautista se resistía a bautizarlo. Jesús no era cómplice ni mucho menos culpable
de ninguna injusticia, ni tenía ningún pecado.
Jesús se bautizó porque quiso ser solidario
con los pecadores. Quiso mezclarse
con los pecadores, quiso ponerse al lado de la gente de mal vivir. Toda la vida del Señor fue buscar a los
pecadores para salvarlos, para que cambiaran de vida y construyeran una
sociedad en la que nadie tuviera que robar, matar ni cometer injusticias, una
sociedad donde nadie quedara excluido.
Otra razón por la cual Jesús se bautizó fue
para comprometerse a morir por la humanidad. Jesús no tenía que morir a ninguna
injusticia, su bautismo fue el anuncio de la muerte que estaba dispuesto a
sufrir. Al bautizarse Jesús se está
comprometiendo a cumplir todo lo que Dios quiere, es decir, a luchar por una
humanidad nueva que viva la fraternidad y la solidaridad.
El bautismo de Jesús nos invita a pensar hoy en
nuestro bautismo. Muchos
ven el bautismo como una fiesta social, o como un pretexto para una fiesta
familiar. Otros lo ven como un
requisito, pero el bautismo no es un pasaporte a la eternidad. El bautismo es un regalo de Dios y un
compromiso personal de vivir al estilo de Jesús.
El bautismo nos tiene que llevar a renunciar
al pecado, al egoísmo y a la cultura de la muerte, y al compromiso de creer
firmemente en Dios. Por el bautismo
formamos parte del Cuerpo Místico de Cristo y nos hacemos templos del Espíritu
Santo.
Hoy, algunas personas piden el bautismo para
sus hijos pero sin someterse a ninguna reflexión sobre la responsabilidad de
educar en la fe a esos hijos, sin aceptar, por tanto, ninguna preparación,
o haciéndolo a regañadientes.
El bautismo no es un rito mágico.
El bautismo ha de partir de la fe, porque nos hace Hijos de Dios y nos hace
formar parte de una gran familia.
Preguntémonos hoy: ¿Qué sentido le hemos
dado a nuestro bautismo? ¿Cómo estoy viviendo mi dignidad de Hijo de Dios?
¿Cómo estoy viviendo mis compromisos bautismales?