VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
La liturgia de este domingo nos presenta a un Dios lleno de amor, bondad y ternura, que nos invita a nos excluir a nadie, a no marginar a nadie por ningún motivo, sino que nos aceptemos todos ya que todos formamos parte de la comunidad cristiana.
La 1ª lectura del libro del Levítico nos describe el proceso por el que un “leproso” era declarado impuro y separado de la comunidad de Israel. El leproso era un marginado, un excluido de la sociedad, para todos los efectos, era una persona muerta en vida.
Cuando una persona tenía lepra, se pensaba que era porque él o sus padres eran pecadores y por lo tanto la lepra se veía como un castigo de Dios. Hoy también nos encontramos con personas que ante una enfermedad, o una desgracia piensan que es un castigo de Dios y llegan a decir: “¿Qué habré hecho yo para merecer esto, Señor?”
Ni la enfermedad, ni las desgracias son queridas por Dios, son consecuencia del mal uso de nuestra libertad y de las limitaciones humanas. Pero Dios no castiga a nadie con la enfermedad o la desgracia. Por ello, no marginemos a nadie porque sufre alguna enfermedad o desgracia. Como cristianos estamos llamados a acercarnos a todos y tender la mano a los que más nos necesitan y hacer como Jesús, acercarnos, con amor, a los enfermos y marginados y ofrecerles nuestra ayuda.
La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos decía: “hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios” Si este principio cristiano, lo llevásemos todos a la práctica, evitaríamos muchísimos problemas en nuestra convivencia familiar, laboral y social.
Si todo lo que hacemos, si nuestro estilo de vida, si nuestra manera de relacionarnos con los demás y con las cosas, si todos nuestros pensamientos fueran para mayor gloria de Dios, ¡que diferente sería este mundo! ¡Qué diferente serían nuestras relaciones con los demás!
Hacer todo para darle gloria a Dios, no es una tarea fácil, porque para ello tendríamos que ser capaces de prescindir de nuestros intereses egoístas y personales para dar prioridad a los planes y proyectos de Dios.
Hay personas que creen que en la Iglesia hay que ser muy buenos pero en la calle hay que hacer lo que hace la mayoría o lo que está de moda. Nos damos la paz en la Iglesia pero al salir a la calle somos capaces de explotar o humillar a nuestros hermanos y si no lo hacemos directamente, colaboramos con empresas o situaciones que sí lo hacen.
Como cristianos tenemos que renunciar a nuestros intereses personales o incluso a nuestros derechos, si estos van contra cualquier ser humano y hacer todo para gloria de Dios, es decir actuar siempre con amor y caridad hacia el prójimo.
El Evangelio de San Marcos nos presenta la actitud de Jesús con un leproso. Jesús “Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
«Quiero: queda limpio»”. Jesús se acerca a todos y deja que todos se acerquen a Él.
Cristo no admite divisiones, ni exclusiones. Algunas personas se apartan de los marginados; les incomoda la presencia del enfermo, del pobre, del marginado. Preferimos que estén lejos, no queremos cerca el contacto directo con el dolor y la miseria, evitamos la relación y contacto con los que sufren. Existen entre nosotros muchas “lepras” que hacen infelices a los hombres y mujeres y los sitúan en el grupo de los marginados. Hay quienes nos incomodan, molestan, y preferimos no verlos y su única desgracia es sufrir injusticias y tragedias sociales.
Pero hay también otros, que nos incomodan y molestan, y preferimos no verlos. Son los que no piensan como nosotros, los que tienen otra visión de la vida cultural, social, económica o política.
Nos separamos, nos protegemos detrás de nuestra vida, de nuestras ideas, de nuestros intereses, de nuestras ideologías, y nos defendemos de sus ideas, de sus intereses, de sus ideologías. Así nuestra sociedad aparece dividida, separada en grupos cerrados, no se tiende la mano, los grupos tratan de ignorarse. Nos hemos acostumbrado a aceptar solo a los “nuestros”, a los demás los toleramos, o los miramos con indiferencia. Hay personas con las que no nos gustan que nos vean, con las que no hablamos y si hablamos… a veces sería mejor que guardáramos silencio. Hay grupos sociales, políticos e incluso religiosos que se ignoran.
Claro que no todos tenemos que pensar igual, ni tenemos que formar parte de los mismos grupos sociales, políticos, religiosos, por supuesto que no, pero, al menos, hemos de mantener el respeto a las opiniones y actitudes de los demás.
Dios nos ha dado libertad para pensar, para ser diferentes. No ha querido clonarnos, nos ha hecho así, limitados pero libres y con nuestra libertad hemos de empeñarnos por trabajar todos juntos por el desarrollo y el progreso de nuestro mundo, buscando lo que nos une y no lo que nos separa. Dispuestos a ayudar sobre todo a los castigados por la vida
Jesús, curando al leproso nos enseña que el amor no margina a nadie. No marginemos nosotros a nadie por su ideología, o su manera de pensar.