II DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
La liturgia de este segundo domingo del tiempo ordinario nos invita a reflexionar sobre la vocación, y no sólo sobre la vocación sacerdotal o religiosa, sino sobre la llamada que Dios hace a cada persona que viene a este mundo. Dios cuenta con todos para llevar a cabo su obra de salvación en el mundo.
La 1ª lectura del primer libro de Samuel nos ha presentado a Samuel siendo llamado por Dios. Samuel responde con prontitud cada vez que es llamado y deja su cama y su comodidad. “Aquí estoy”, esta es la respuesta de Samuel.
Cada uno de nosotros debemos estar disponibles para escuchar al Señor, debemos estar disponibles para reconocer al Señor. Son tantas nuestras ocupaciones y preocupaciones que se nos hace difícil disponer de tiempo y de silencio para escuchar a Dios y para hablar con Él. Si queremos relacionarnos con Dios necesitamos escucharlo. Quizá estamos muy acostumbrados a hablarle a Dios, pero hay que acostumbrarse a escucharlo como Samuel que le dijo “habla que tu siervo escucha”.
Esta es la respuesta del hombre que quiere ser fiel a Dios, que quiere hacer la voluntad de Dios, es la respuesta del hombre que no antepone sus caprichos, ni sus gustos o deseos a la llamada de Dios.
Para escuchar a Dios es necesario la oración y la lectura de la Palabra de Dios. Si queremos escuchar qué es lo que Dios quiere decirnos, lo tenemos que hacer conociendo su Palabra y haciendo oración. Y hemos de escuchar a Dios para hacer su voluntad. Debemos estar atentos para escuchar su llamada, para percibir su invitación entre tanto ruido del mundo, y para ser generosos en la respuesta.
¿Estamos dispuestos a servir a Dios en lo que Él desee, abandonando nuestras comodidades?
La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos dice que “somos templos del Espíritu Santo”. San Pablo nos ilumina sobre una correcta valoración de la sexualidad y sobre la bondad del cuerpo humano.
La sexualidad es “encuentro”, “relación” “intercambio”, “entrega” personal mutua y no un simple acto egoísta. La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y al egoísmo, pierde todo el valor positivo que Dios ha puesto en ella y la reducimos a la animalidad.
Nuestro cuerpo no es para la inmoralidad. Sin embargo, hoy, hablar de la inmoralidad sexual, es algo muy común en nuestra sociedad. Y muchos, incluso católicos han llegado a ver el pecado de la inmoralidad sexual como algo normal. Ya no lo consideran pecado.
Dios espera que nuestra sexualidad no sea egoísta, esclavizante sino que la vivamos en un ambiente de amor verdadero, de entrega mutua, de compromiso, de respeto por el otro y por su dignidad.
El Evangelio de san Juan nos ha hablado de la vocación de los primeros discípulos de Jesús.
Jesús le pregunta a estos dos discípulos: “¿Qué buscáis?” Si hoy el Señor nos dijera: “¿tú qué buscas?” ¿Qué le responderíamos?
No es fácil responder inmediatamente a esa pregunta. Con seguridad que nos hemos preguntado más de una vez qué es lo que andamos buscando en nuestra vida, con nuestros esfuerzos, en nuestros trabajos. ¿Qué buscamos en nuestra vida? ¿Que buscamos cuando trabajamos, o votamos en las elecciones, o escogemos una carrera, o un empleo? ¿Qué buscamos cuando escogemos y cultivamos nuestras amistades?
La inmensa mayoría de las personas no parece que buscan nada especial. Aceptan la vida tal como se les presenta. Muchos viven sin plantearse el sentido de su vida.
La mayoría de las personas buscan sencillamente cubrir sus necesidades diarias e ir logrando sus pequeñas metas. Pero una vez logradas ¿quedamos profundamente satisfechos? ¿Hemos logrado apagar nuestra sed de felicidad, de plenitud?
Nosotros, ¿qué responderíamos a Jesús si nos preguntara cara a cara, “tú qué buscas”? Hemos de buscar a Cristo, buscar a Dios. Buscar a Dios es ciertamente buscar ante todo realizar lo que Él espera de nosotros. La búsqueda de Cristo no es una huida de este mundo con sus problemas, alegrías y desgracias, sino una llamada para vivir plenamente aquí.
Si buscamos a Dios, si buscamos a Cristo lo encontraremos, Dios no se esconde de quien lo busca honradamente. Hay dos tipos de personas que no se van a encontrar con Cristo: el que no busca y el que cree que ya lo encontró.
No nos hagamos sordos a ninguna llamada que Dios nos haga, no dejemos nunca de buscar a Dios.