III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)

La liturgia del tercer domingo de Cuaresma nos hace reflexionar sobre nuestra escala de valores. Las lecturas nos han hablado de los diez mandamientos, del templo con sus sacrificios y el nuevo Templo de Cristo resucitado.
La 1ª lectura del libro del Éxodo nos ha presentado los diez mandamientos.
Los primeros mandamientos, regulan las relaciones del pueblo con Dios: Él será el único Dios; ninguna imagen podrá sustituirlo; su nombre será respetado; se le consagrará un día de descanso semanalmente.
Estos tres primeros mandamientos subrayan la centralidad que Dios debe tener en el corazón y en la vida de su Pueblo. En la vida de todos los días somos, con frecuencia, seducidos por otros “dioses”, el dinero, el poder, los afectos humanos, la realización profesional, el reconocimiento social, los intereses egoístas, las ideologías, los valores de moda, que se convierten en el objetivo supremo, en el valor último que condiciona nuestros comportamientos, nuestras actitudes y nuestras opciones. Con frecuencia, prescindimos de Dios y ponemos a Dios y a sus propuestas fuera de nuestra vida. La Palabra de Dios nos asegura: ese no es el camino que nos conduce en dirección a la vida definitiva y a la libertad plena.
Los 7 siguientes mandamientos se refieren a nuestra relación con los hermanos, nos invitan a despojarnos de los comportamientos que generan violencia, egoísmo, agresividad, codicia, intolerancia, esclavitud, indiferencia ante las necesidades de los otros. Todo aquello que atenta contra la vida, la dignidad, los derechos de nuestros hermanos, es algo que genera muerte, sufrimiento, esclavitud, para nosotros y para todos los que nos rodean y es algo que contribuye a trastornar los proyectos de vida y de felicidad que Dios tiene para nosotros y para el mundo.
Los mandamientos no limitan nuestra libertad. Son “señales” con las cuales Dios, en su amor y en su preocupación por nuestra realización plena, nos ayuda a recorrer los caminos de la libertad y de la vida verdadera.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos invita a descubrir que la salvación, la felicidad no se encuentra en el poder, en la riqueza o ser importantes ante el mundo, sino en la aceptación de la cruz, es decir, en amar, en poner nuestra vida al servicio de los sencillos y humildes.
Los seres humanos buscamos, muchas veces, seguir a líderes vencedores, que se imponen a la fuerza y que muestran su poder y su sabiduría, a veces incluso con prepotencia; sin embargo, Dios se nos muestra en la figura de Jesús, abandonado por sus amigos, condenado por las autoridades y muerto en la cruz. Dios nos ofrece un proyecto de vida y de salvación que pasa por la muerte de la cruz. La fuerza y la “sabiduría de Dios” se manifiestan en la fragilidad, en la pequeñez, en la pobreza, en la humildad. Si Dios se manifiesta así, no busquemos nosotros ser importantes, ni tener autoridad, ni ser protagonistas; busquemos el escándalo de la cruz para obtener la felicidad y la vida en plenitud.
El Evangelio de san Juan nos presenta a Jesús expulsando a los vendedores del templo.
Con Dios no se comercia. Cuando Jesús entra en el templo de Jerusalén, no encuentra gentes que buscan a Dios sino comercio religioso.
No se puede ir al templo y después continuar robando, explotando, levantando falsos contra el prójimo. No se puede ser sincero con Dios cuando se engaña a los semejantes. Dios no acepta que estemos hincados de rodillas en la iglesia, si después pisoteamos la justicia. No se va a la Iglesia para huir de esta vida, sino para tomar conciencia de nuestras responsabilidades. No se enderezan las cosas mal hechas, rezando un padrenuestro. Las cosas mal hechas sólo se enderezan mejorándolas.
Y qué decir de esas cadenas que aparecen por internet: “reza nueve Avemarías durante nueve días, pide tres deseos, uno de negocios y dos imposibles, al noveno día publica esta cadena. Se cumplirán tus deseos aunque no lo creas”. ¿No es esto comerciar con Dios?
Hay muchas personas que comercian con Dios. A veces nuestra relación con Dios se basa en “te doy para que me des”. Queremos comprar a Dios cuando le hacemos diversas promesas para obtener algo y nos sentimos decepcionados cuando no nos concede lo que le hemos pedido.
¿Nuestras Iglesias son un lugar de encuentro con Dios y con los hermanos? Tendríamos que reflexionar mucho si en ocasiones no hemos intentado manipular a Dios y ponerlo a nuestro servicio, en lugar de nosotros buscar servir a Dios.
Necesitamos recuperar el sentido de nuestros templos para que sean la casa del Padre donde se viva y se celebre la justicia, la verdad y la fraternidad. Evitar a toda costa convertirlo en un mercado y rechazar todo negocio con lo sagrado, con las personas y con los sentimientos.
Jesús quiere desenmascarar la hipocresía de muchas actitudes religiosas. Jesús quiere que modifiquemos nuestra conducta, que le demos a Dios un culto verdadero. Nosotros no somos perfectos, pero Jesús nos pide que seamos sinceros en nuestra relación con Dios.