I DOMINGO DE
ADVIENTO (CICLO B)
Con el primer domingo
de Adviento, comenzamos un nuevo año cristiano. El Adviento es
un tiempo especial en la Iglesia, un tiempo en el que miramos al pasado en el
que ocurrió el acontecimiento del nacimiento de Cristo y también miramos al
futuro hacia esa segunda venida del Señor que nos prometió. El Adviento
es un tiempo para recuperar la esperanza.
El profeta Isaías, en
la 1ª lectura, le pedía a Dios que ¡ojalá rasgaras los cielos y
bajaras! La situación religiosa que
vivía el pueblo de Israel después del exilio, y que nos transmite Isaías,
podría asemejarse a la que vive nuestra sociedad actual: abandono de Dios,
una vida centrada en los bienes de este mundo (materialismo), flojera
espiritual. Hoy ese grito del profeta sigue siendo necesario.
Hay muchas personas que
prescinden de Dios en su vida, que no viven los mandamientos. Nosotros hoy hemos de preguntarnos: ¿qué
lugar ocupa Dios en mi vida? ¿qué
importancia le doy a vivir los mandamientos de Dios?
Como cristianos hemos
de reconocer que sólo Dios es fuente de salvación y de redención. Nosotros, por nosotros mismos, somos
incapaces de superar la indiferencia, el egoísmo, la violencia, la mentira, la
injusticia que tantas veces están presentes en nuestra vida.
Cuando uno contempla
los males del mundo: hambre, guerra, violencia, injusticia, terrorismo,
etc., y comprobamos la impotencia de la humanidad para salir de esta
situación, nos damos cuenta que esto ocurre porque nos olvidamos de Dios,
el mundo se olvida de Dios y hemos de tomar conciencia de que Dios es nuestro
Padre y nuestro Salvador y Él está siempre dispuesto a ofrecernos, gratuita e
incondicionalmente, la salvación.
¿Estamos dispuestos en este Adviento que estamos comenzando a acoger a
Dios en nuestra vida?
La 2ª lectura, de San
Pablo a los Corintios, nos recuerda la paciencia y la misericordia
que Dios tiene con nosotros. A través de los dones que Dios nos da, Dios
viene a nuestro encuentro y nos manifiesta su amor. Sin embargo, a pesar de haber recibido
inmensos dones, hay cristianos que, este Adviento pasará para ellos inadvertido
y no se prepararán para mantenerse firmes para esa segunda venida de Cristo.
Nosotros, como
creyentes, debemos vivir permanentemente escuchando y acogiendo los dones que
Dios nos da. Los dones que Dios nos
da son para que seamos fieles a Dios y seamos felices; no son
para fines egoístas, como puede ser buscar mi promoción personal o mi
satisfacción personal. Por ello hemos de
estar vigilantes y preparados para acoger a Dios que viene a nuestro encuentro
y nos muestra su amor a través de sus dones que nos da y hay que estar
vigilantes para que esos dones no sean utilizados para fines egoístas.
El evangelio de San
Marcos,
nos sitúa ante una certeza fundamental: “El Señor viene”.
Hay esperanza. El Adviento es un tiempo para recuperar la
esperanza. Hoy los seres humanos
necesitamos recuperar la esperanza.
Porque vivimos en un mundo en el que se han perdido los grandes ideales;
donde los proyectos se ven más desde el dinero que uno se puede robar que desde
el bien que puede hacer a la humanidad.
Desencanto, apatía,
indiferencia, son palabras que expresan nuestra manera de vivir. El único objetivo de la vida es pasarlo lo
mejor posible, que no nos falte de nada y vivir lo más cómodamente posible. Sentimos
indiferencia ante la formación humana y el compromiso social.
Por eso al comenzar
este Adviento, este nuevo año cristiano, hemos de recuperar al menos
nosotros los cristianos la esperanza.
Una esperanza que nos dice que el mundo, a pesar de todo, se dirige
hacia el encuentro con Dios. Una
esperanza que nos dice que todavía es tiempo para mejorar las condiciones de
vida humanas, de luchar para que se reconozcan la dignidad humana por encima de
los intereses económicos, de partido o de grupos.
Una esperanza que nos
dice que aunque sea poco, cada uno de nosotros puede aportar algo al proyecto
del Reino de Dios. Por eso la mejor
actitud que podemos tener para recuperar la esperanza es la vigilancia: ¡Velen
porque nos sabemos ni el día ni la hora!
Vigilar porque estamos
malgastado nuestra vida, nuestra realización como personas. Hay que despertar de nuestra indiferencia
e involucrarnos en la promoción del ser humano.
Miremos a nuestro
alrededor para descubrir la presencia amorosa de Dios que denuncia nuestras
injusticias y nos impulsa a salir de nuestra apatía.
Vigilemos lo que
pensamos, lo que vemos, lo que decimos, lo que hacemos para que nuestro corazón
no se corrompa con el virus de la indiferencia.
Pidamos a Dios, que la
celebración de este Adviento nos permita recuperar la esperanza y despertar
en nosotros la ilusión por un mundo, un pueblo y una familia mejores.