SAGRADA FAMILIA
El montaje comercial ha establecido un “día de la madre”, un “día
del padre” y un “día del niño”. La
Iglesia nos propone, en este domingo dentro de la octava de Navidad, el “día
de la madre, el padre y los niños”, o sea el día de la familia. Por eso celebramos hoy la fiesta de la
Sagrada Familia. Dios quiso que su hijo
naciera y viviera durante años en una familia.
En la familia
encontramos las condiciones más aptas para iniciar la vida y formar la
personalidad. Si los papás viven con amor, entonces la familia es la mejor
escuela para la vida y la formación de los hijos. Son los papás, los transmisores de la vida,
quienes ofrecen a sus hijos la ayuda necesaria para que éstos puedan crecer
tanto física como espiritualmente.
Hoy se están dando grandes cambios en la sociedad
que afecta directamente a la familia y se insiste fuertemente en una pérdida o confusión de los valores morales
tradicionales, culturales y religiosos que propician la desintegración
familiar.
Hoy se discute sobre cómo debe ser la
familia. Las nuevas costumbres y las
modas que vivimos en nuestra sociedad hacen que afecte a la familia y por eso
encontramos muchísimas personas que viven en pareja de hecho o sin el
sacramento del matrimonio. Los divorcios y el erotismo que viven nuestros
jóvenes son causa de esa pérdida del
sentido de la familia. Vemos también
el poco entendimiento que hay entre
padres e hijos, causando esto una ruptura entre generaciones; vemos también
el olvido de los ancianos; el trabajo
profesional de la mujer con su mayor ausencia obligada del hogar. Existen hoy instituciones públicas y privadas
que desempeñan las funciones de la familia: cuidado de los niños y su educación. Algunos padres se sienten liberados así de
tener que educar a sus hijos y piensan que esta función le corresponde a la
escuela, al gobierno o a la Iglesia.
De todos estos problemas que afectan a la
familia, uno de los más importantes es el trabajo profesional de la mujer, sin
duda alguna legítimo y aún necesario, pero que de hecho las aleja largas horas del hogar.
Todos sabemos que el papel de la mamá es muy necesario para la formación
y afianzamiento de la personalidad de los hijos. Resulta preocupante que en
muchas familias los niños no encuentran en su hogar más educador que la televisión o el ordenador a través del cual buscan
información, no siempre la mejor ni la más acertada, sin presencia ni ayuda
pedagógica alguna. Todo esto y otras situaciones, afectan hoy a la familia.
Hemos de aceptar el papel fundamental de la familia como educadora, transmisora de valores,
necesarios para consolidar la personalidad de las personas y la moral en
una sociedad. Es un verdadero don el que los hijos hayan tenido unos padres
dispuestos al dialogo con ellos. No hay
grupo alguno, ni grupo social mejor dotado que la familia para trasmitir los
criterios, las ideas, los valores fundamentales en los que apoyar la vida
personal y social de los hijos.
Qué
decir de la religiosidad. La
familia, que es un lugar de importancia decisiva para el afianzamiento cultural
de la persona, lo es también para la iniciación
en la religiosidad. La familia puede ofrecer al niño la apertura a la fe en
un clima de afecto y confianza, difícil de encontrar en otro grupo. En el hogar
el niño puede captar conductas, valores, símbolos, experiencias religiosas, con
afecto, que es el modo más convincente y humano, en una proximidad personal en
la que no cabe engaño. Si falla esto en la familia, qué difícil que los niños
se abran a la fe, a pesar de la instrucción religiosa de la catequesis.
Es un don que el niño haya podido tener unos
padres creyentes, a los que haya visto orar, leer con frecuencia el evangelio,
tomar decisiones serias en la vida por sus convicciones religiosas. Es un
verdadero don el percibir la presencia
de Dios como algo valioso, porque esto hará que en los hijos se vayan
despertando el sentido de Dios.
Cada familia ha de encontrar su estilo de orar y
dialogar en casa: junto al niño pequeño
y junto al adolescente, junto al joven y junto al adulto. Acertar a buscar
el momento en el que juntos acudan a Dios, manifestando agradecimiento por la
vida, por lo que tenemos y nos da, proclamando la alegría y confianza de vivir
en su presencia, encontrando en Él seguridad, confianza, alegría en el vivir.
Todo esto no se puede conseguir sin amor. Sin el
amor nada ni nadie puede constituir a la familia en lo que debe ser: espacio humano de encuentro y diálogo,
comunión de vida, estructura de promoción liberadora, lugar de realización
personal de los esposos y de los hijos.
Si muere el amor, todo está perdido; entonces la
familia y la casa no es más que un hotel, un dormitorio y un encierro para
todos: marido y mujer, padres e
hijos. El amor es la base y el
fundamento del hogar, es la única posibilidad de vida, felicidad y progreso
personal entre los miembros de la familia.
Que esta eucaristía, celebrada en estos días en
los que conmemoramos el Nacimiento de Jesús, nos ayude a enriquecer nuestras
familias en afecto, confianza, fidelidad entre todos los que la integran, en la
fe y también en el respeto hacia todos los que se esfuerzan en vivir en
familia.