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lunes, 15 de junio de 2020

XII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

Miedo y confianza son palabras que aparecen hoy en la Palabra de Dios que hemos proclamado.  Por encima de nuestros miedos hemos de tener confianza en Dios porque sabemos que Dios nos cuida.

En la 1ª lectura vemos como Jeremías es perseguido por el mensaje que anuncia y todo lo que denuncia, sin embargo no deja de confiar en Dios y de anunciar fielmente las propuestas de Dios para los hombres.

Ser profeta no es fácil.  A la gente no le gusta que pongan en duda o que cuestionen su forma incorrecta de vivir, sus injusticias o sus antivalores.  Por eso la vida del profeta es una vida de incomprensión, soledad, lucha y riesgo.  Y sin embargo es un camino que Dios nos llama a recorrer con fidelidad a su Palabra.

El profeta, como el verdadero cristiano es aquel que es capaz de decir con valentía verdades que duelen y que provocan críticas y conflictos y en algunas circunstancias, incluso, con peligro de su vida.  Sabemos bien, que todo aquel que ha querido hacer el bien, siempre encuentra dificultades.  Por eso el profeta Jeremías nos decía que “oía la acusación de la gente”. 

Criticar al que quiere hacer bien las cosas es el deporte nacional.  Es lo que toda la vida sabe muy bien hacer la gente. En la actualidad hacer las cosas bien no es aplaudido.  Incluso, en ocasiones, es perseguido.  Hoy, parece que lo que es más popular, lo que le gusta a mucha gente es ir contra el sistema, ir contra lo que está bien, e incluso ir contra Dios y sus valores.

Por eso, si somos auténticos cristianos, estemos seguros de una cosa: siempre vamos a ser criticados y calumniados.  Sin embargo, Dios nunca abandona a aquel que le es fiel.  

Por eso es importante que, delante del Señor pensemos y nos preguntemos: ¿estoy dispuesto a ser distinto, a ser auténtico, a ser fiel a Dios?  Porque, cuando intentamos vivir como buenos cristianos se tiene que notar lo que somos.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos habla de la entrada del pecado en el mundo.  El pecado es una vieja realidad en el mundo.  Tan vieja como el hombre ya que el hombre, y sólo el hombre, es el responsable de la condición pecadora de la humanidad.

No podemos cerrar nuestros ojos ante la realidad de pecado que existe en nuestro mundo.  Es verdad que el mal destaca escandalosamente en el mundo.  Algunos acontecimientos que marcan nuestro tiempo confirman que una historia construida sobre el pecado y al margen de Dios es una historia llena de egoísmo y de injusticias.

Pero si el pecado es una vieja realidad, también lo es el perdón y la gracia de Dios y aunque aparezca más calladamente, tienen más fuerza y más valor que el pecado.

El Evangelio de san Mateo nos dice hoy que la Palabra liberadora de Jesús no puede ser silenciada, escondida sino que tiene que ser proclamada “sin miedo”.

Uno de los mayores problemas con que nos enfrentamos hoy, es la falta de credibilidad de las instituciones y de las personas.  Hoy, ni los políticos, ni los empresarios, ni los sindicatos nos inspiran confianza.  Y lo que es peor, muchas veces tampoco nos inspira confianza el vecino, incluso desconfiamos también de los familiares.

Parece que ya nadie confía en nadie.  Es verdad que son muchísimos los problemas con que nos enfrentamos hoy en día: la corrupción, la falta de trabajo, el terrorismo, la incertidumbre económica, la falta de moral social y política, las guerras, el hambre, la pobreza cada día mayor.  Todo esto nos lleva a vivir con miedo, atemorizados, encerrados en nosotros mismos, despreocupados de los demás.

Si perdemos la confianza en nosotros mismos y en la bondad del mundo, estamos perdidos.  Contra el mal y la pérdida de confianza, el evangelio nos invita a confiar en Dios.  Dios, nuestro Padre que cuida de la naturaleza, de los animales, ¡cuánto más no cuidará del hombre, hecho a su imagen y semejanza!

Hay que tener confianza en que el mundo, a pesar de todo, se encamina al encuentro con Dios.  Confianza en que nuestros trabajos y aportaciones en la construcción de un mundo mejor, por muy pequeños que sean, son importantes.  Confianza en las personas.

Jesucristo nos repetía hoy: “¡No tengáis miedo!” porque nada malo puede sucedernos si ponemos en Dios nuestra confianza.